Todos nos enfrentamos con la pregunta: “¿Quién soy yo?” Es realmente una pregunta fundamental porque incluye la comprensión de Dios y el hombre. La verdadera identificación del yo se basa en el Principio divino. Es el hecho espiritual de la existencia.
Una de las definiciones de identificación que da el diccionario Webster es: “estado del ser identificado”; y de identidad: “uniformidad consigo mismo; uniformidad de la existencia; unicidad”.
“Uno” es una de las palabras más importantes en el vocabulario de la Ciencia Cristiana. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, leemos: “Dios es uno. La totalidad de la Deidad es Su unidad. Genéricamente el hombre es uno, y específicamente hombre significa todos los hombres” (pág. 267). La unicidad de Dios es Su autosuficiencia infinita, que incluye dentro de Sí Mismo Su idea o autoexpresión infinita. Es decir que, todo lo que está ocurriendo tiene lugar dentro de la unicidad omnímoda de la Mente. Por lo tanto, la Ciencia Cristiana revela que el Principio y su idea es uno, un Ser; Dios y el hombre es uno, una individualidad infinitamente reflejada y expresada dentro de Su propia autosuficiencia infinita.
La infinitud es un todo continuo. Es individual porque es indivisible; por lo tanto, Dios, el Espíritu, es la fuente y sustancia de toda individualidad, y la individualidad es tan eterna como Dios. Aquello que es infinito no puede ser dividido en partes, puesto que las partes implicarían finitud. En la infinitud no hay elementos que se opongan. En el Principio no hay nada que tenga naturaleza fragmentaria. La continuidad es una característica esencial de Dios y el hombre. La infinitud se auto perpetúa, se auto envuelve, se auto sostiene, se auto expresa. No tiene ni opuesto, ni competidor, ni fronteras, ni exterior alguno. No tiene límites de poder, capacidad y excelencia.
Al revelarse a Sí Mismo ante Moisés como el “Yo Soy”, Dios establece, para siempre, la verdadera identidad. Y la obediencia al mandamiento: “No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano”, pone fin a la identidad falsa o errada, y prohíbe la asociación del “Yo soy” con todo lo que es desemejante a Dios. Nada que no expresa a Dios, el Espíritu, tiene o es identidad. “Yo soy el que soy” es la energía sin esfuerzo de la Mente infinita, que se expresa y se revela a sí misma como idea divina dentro de su propia infinitud inmensurable.
En la Ciencia Cristiana, Dios y el hombre son uno como Principio infinito y su idea infinita. El Principio es absoluto. Así mismo, la idea es absoluta. De acuerdo con el diccionario Webster, “absoluto” significa: “… libre de mezcla; …libre de límites; …libre de la variabilidad y error naturales de los conocimientos y percepciones humanas; por lo tanto, es verdadero; es real”. El Principio siempre se expresa a sí mismo como ley. La ley del Principio divino constituye la idea divina y la identifica, y la idea participa de la naturaleza del Principio. La ley, el orden y la perfección caracterizan todo aquello que representa al Principio. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “El hombre es idea, la imagen del Amor; no es el físico. Es la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas; el término genérico para todo lo que refleja la imagen y semejanza de Dios; la consciente identidad del ser como se encuentra en la Ciencia, en la cual el hombre es el reflejo de Dios, o la Mente, y por tanto, es eterno; lo que no tiene mente separada de Dios; lo que no tiene ni una sola cualidad que no derive de la Deidad; lo que no posee ninguna vida, inteligencia ni poder creativo propios, sino que refleja espiritualmente todo lo que pertenece a su Hacedor” (pág. 475).
La palabra “idea” deriva de un término griego que significa “ver”. La idea de Dios es, de hecho, Dios viéndose a Sí Mismo o el conocimiento de Sí Mismo; es la acción de la Mente conociéndose a sí misma. El diccionario Webster define “idea” en parte como “la expresión concreta de la esencia de algo”. Por tanto, el hombre es la expresión concreta de la esencia misma de Dios. Esencia, del latín esse, ser, es “aquello que hace que una cosa sea lo que es; …naturaleza de primera calidad o absoluta”. El hombre es la expresión concreta espiritual, o reflejo, de todas esas cualidades fundamentales que constituyen la totalidad de Dios. El hombre es el concepto infinito que tiene Dios de Sí Mismo. La idea es tan esencial para la Mente, como la Mente lo es para la idea.
Dios, debido a Su naturaleza misma, se está expresando a Sí Mismo por siempre en acción, desenvolvimiento, desarrollo y poder. En la Mente no existe ningún elemento de mortalidad, interrupción, obstrucción, impedimento, pasividad, estancamiento, fricción, pérdida, derrota o agotamiento. La Mente es acción perpetua, el ritmo de la existencia. La Mente que considera su propio contenido inmensurable, el Alma que se conoce a sí misma como consciencia glorificada, la Vida que se percibe a sí misma en infinita manifestación, constituyen la idea infinita, u hombre ideal.
La suposición afirma que el hombre —el reflejo del Espíritu infinito— comenzó con una concepción, germinación y desarrollo físicos; que él es uno de muchos, cada uno con una mente separada, cada uno incompleto e insatisfecho; cada uno procurando expresarse a sí mismo y sentirse satisfecho, a expensas de otro. Pero esto no es el hombre. Es simplemente un concepto mortal errado del hombre. La individualidad y la identidad son espirituales, por lo tanto, son perfectas; no cambian; jamás se pierden. El reflejo es tan permanente como Dios. La individualidad y la identidad jamás estuvieron en la materia ni pertenecieron a ella. Nunca comenzaron; nunca tuvieron que nacer; simplemente son. En la proporción en que comprendemos este gran hecho espiritual de la existencia, las limitaciones humanas se extinguen y se aniquilan a sí mismas.
Al estudiar las Concordancias de los escritos de la Sra. Eddy, encontramos que reflejo es expresión, revelación, manifestación, identidad. El reflejo, o identidad espiritual, parece trascendental al sentido humano simplemente porque trasciende mucho más en gloria, belleza, realidad y compleción, de lo que los sentidos físicos pueden percibir. La sustancia del reflejo es la unicidad espiritual del efecto con la causa. El punto más importante que hay que recordar es que el reflejo es la Mente contemplando su propio contenido. El reflejo es completo en la Mente; jamás está fuera de la Mente, de ahí su permanencia y continuidad.
Todo problema en la experiencia humana se reduce a la creencia de ser incompleto. La pobreza es incompleta, es la creencia de que falta provisión; la enfermedad, es la creencia de que no se tiene salud; la muerte, es la creencia de que la vida ha cesado, cambiado o partido. El pecado en todas sus formas es la creencia de que el hombre está incompleto, insatisfecho, y por sentirse incompleto, roba, miente, codicia con vehemencia, odia y mata. La curación en la Ciencia Cristiana es la demostración de la declaración de Pablo: “Vosotros estáis completos en él”, en Cristo (Colosenses 2:10). El hombre es completo por ser la idea divina de Dios.
La creación de Dios está siempre en el punto exacto de la perfección. En la consciencia divina no hay ningún concepto imperfecto; por tanto, no hay enfermedades incurables, no hay situaciones irremediables, no hay mortales desvalidos. Además, como el hombre refleja la inclusión infinita de la Deidad, incluye todas las ideas. Manifiesta la auto-suficiencia de la Mente divina. Incluye el universo; la expresión completa de Dios. La auto-suficiencia es la ley de su existencia. Por lo tanto, no necesita obtener provisión; él incluye la provisión. De la misma manera, él incluye seguridad, hogar, salud, satisfacción, paz, felicidad, actividad, utilidad, compañía, todo lo que forma parte de la compleción del ser.
La verdad de la existencia, que se comprende y utiliza en la Ciencia Cristiana, se manifiesta humanamente como la respuesta a la necesidad humana. En realidad, es la acción de la Verdad que disipa la creencia falsa con la revelación o manifestación de aquello que divinamente es. En otras palabras, es la manifestación de nuestro verdadero ser espiritual. Esta manifestación, aunque humanamente se perciba de una forma que es tangible para los sentidos físicos, es totalmente espiritual. Esta manifestación espiritual es demostración, y ¡la demostración es divina! Dios es la ley de perfección para Su propia idea, y cuando esto es comprendido se percibe humanamente como la ley que ajusta instantáneamente toda situación.
Entonces, la identidad no es tocada por ninguna fase del llamado sueño mortal. Nunca ha sido concebida o manifestada en la carne. Jamás ha pasado por las etapas de infancia, crecimiento, madurez, edad, decadencia. La identidad nunca muere. No se pierde ni se encuentra mediante la creencia mortal en la muerte. Jesús se refirió a su identidad espiritual como la “gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. La identidad del hombre, su ser consciente e individual, es uno con el Padre, está intacta en la eternidad de la Vida, el inexpugnable reino de la realidad. Es eterna, inmarcesible, imperecedera. Existe por toda la eternidad, porque el hombre es la concepción de la Vida eterna. Conocemos nuestra identidad en la medida que conocemos a Dios. La identidad, la cual es el sentido espiritual del cuerpo, expresa la belleza de la santidad, el carácter sempiterno de la eternidad, la simetría del Principio, la pureza del Alma, la continuidad de la Vida, la perfección del ser, la naturaleza de la divinidad. Es el reflejo de Dios. Eres tú como Dios te ve y te conoce, y como la Ciencia Cristiana te capacita para verte a ti mismo.
Entonces, permitamos que nuestra respuesta a la pregunta “¿Quién soy yo?” siempre sea: Soy la expresión infinita del Ser infinito, ¡del único “YO SOY”! La Sra. Eddy dice en sus Escritos Misceláneos: “Las gravosas moléculas mortales, llamadas hombre, desaparecen como un sueño; mas el hombre nacido del gran Sempiterno, continúa viviendo coronado por Dios y bendecido” (pág. 205).