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LEVÁNTATE Y ANDA

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 20 de noviembre de 2014

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Febrero de 1945


En el poema ilustrado “Christ and Christmas” (Cristo y la Navidad) de Mary Baker Eddy, hay un dibujo de dos ángeles sin alas, moviéndose rápidamente y con mucha gracia a través del espacio. ¿No ilustran acaso algo de la actividad de la idea espiritual, algo del poder, por los cielos motivado, de la gracia divina, avivando y despertando el pensamiento con el impulso de la inspiración y la inteligencia divina? Ezequiel describe figuradamente dicha actividad de pensamiento en su visión del querubín, donde leemos: “Y cada uno caminaba derecho hacia adelante; hacia donde el espíritu les movía que anduviesen, andaban; y cuando andaban, no se volvían. … Y los seres vivientes corrían y volvían a semejanza de relámpagos” (Ezequiel 1:12, 14). 

En un momento de visión espiritual, se revelan las verdades eternas que de otro modo podría tomar años para que la mente humana las entendiera. No es de sorprender que cuando, mediante el sentido espiritual, empezamos a comprender los dos libros —la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por la Sra. Eddy— vemos destellos de luz divina y tenemos curaciones instantáneas. 

Se dice que un impulso eléctrico circunscribe la tierra en menos de un segundo, pero el pensamiento espiritual es aún más rápido, porque es independiente del tiempo y sus resultados son instantáneos. Como dice Pablo: “En un momento, en un abrir y cerrar de ojos” (1º Corintios 15:52), una escena de desesperación puede, mediante la acción de la comprensión y reflexión espirituales, transformarse en una escena de logros alcanzados. Con la velocidad de la bondad y con la rapidez de las ideas espirituales, nuestra experiencia puede cambiar de una sensación de acción material, inhabilitada, discapacitada, a una de rebosante libertad y poderosa actividad.

“Las ideas infinitas de la Mente corren y se deleitan. En humildad escalan las alturas de la santidad”, leemos en el libro de texto de la Ciencia Cristiana (pág. 514). Cuando el pensamiento es movido por el Espíritu, cuando nuestro corazón rebosa de libertad espiritual y felicidad, ¿cómo puede haber inacción o impotencia? Entre aquellos que recurren a la Ciencia Cristiana para obtener curación física, a veces se escucha la expresión: “Siento como si caminara en el aire”.

Los procesos e impulsos del pensamiento de la mente humana son muy diferentes. El pesar y la desesperación se arrastran laboriosamente. Lentos y torpes son los movimientos del egoísmo y la codicia. Andando a tientas y tropezando a ciegas, el fariseísmo bloquea su propio camino. Si el pensamiento está resentido, es orgulloso o ególatra, está limitado por los hábitos restrictivos y arraigados del sentido personal. Las actividades con un propósito determinado son debilitadas por la envidia y los celos. El frenético embate de la ambición y la ira es desastroso. La acción de la voluntad propia y la agresión tienen la tendencia a ser explosivas y destructivas. El movimiento meramente material nos mantendría abrumados por completo acerca de muchas cosas. Cuando los mortales no están protegidos por los medios espirituales, a menudo son arrastrados como en un remolino por las embestidas del pensamiento mortal, tal como los copos de nieve son arremolinados por el viento. Las engorrosas fuerzas de la actividad material, así como la apatía de la inactividad, deben ceder a la omniacción de la bondad divina, probando así que son irreales. 

En su libro La idea que los hombres tienen acerca de Dios, la Sra. Eddy escribe: “El pensamiento es la esencia de un acto y el elemento más fuerte de la acción; así como el vapor es más potente que el agua, simplemente porque es más etéreo” (pág. 10). En consecuencia, el funcionamiento armonioso en el reino de lo físico resulta no de la materia, sino de la acción mental. La Mente no se encuentra en el cuerpo. Por lo tanto, el cuerpo no mueve el pensamiento de un lado a otro, sino que el pensamiento mueve el cuerpo de acá para allá. De modo que no hay nada dentro de un cuerpo físico que pueda producir la acción, ni tampoco depende de ninguna de sus condiciones. 

Entonces, ¿es acaso de extrañar que con un cambio de pensamiento de lo material a lo espiritual haya un cambio repentino en las condiciones físicas; que cuando el Amor echa fuera los temores que nos entorpecen y libera la mentalidad de las debilitantes dudas y fallidas teorías, se produzca como resultado una curación instantánea?  En una consciencia donde el perdón, la humildad y la pureza están radiantemente activas, no hay pensamientos malsanos que puedan manifestarse externamente en una acción enfermiza. Para aquel que está renunciando a la creencia en la acción material y apoyándose con la oración en el Principio divino, no puede haber tropiezo, caída o lesión; no puede haber estremecimiento o agitación; no puede haber trabas debido a la vejez; puesto que nuestra comprensión de la incorporeidad demuestra tener supremacía sobre la creencia en el deterioro de la actividad o en un desastre. 

Es posible que nos esforcemos con toda sinceridad por comprender cómo obtener la supremacía sobre el mecanismo de los procesos del pensamiento material, y cómo demostrar la acción sanadora del Espíritu. A veces puede ser en una emergencia, o en alguna experiencia purificadora de Getsemaní, que las iluminaciones del Espíritu elevan el pensamiento a una acción repentina y dinámica. Sin embargo, es en la oración silenciosa que se experimenta con más frecuencia la acción de la Mente divina. Así como las hojas son sacudidas por la brisa suave, del mismo modo el pensamiento receptivo es sacudido suavemente en el sagrado recinto de la oración. En la oración silenciosa el pensamiento es liberado del tiempo, la distancia y la locomoción material, y está libre para remontarse al reino de la existencia incorpórea. Cuando el pensamiento es así acelerado, el mecanismo mental del pensamiento indisciplinado es silenciado. El Alma está al mando de los sentidos, y la materia no puede combatir la acción sanadora y armoniosa del Cristo.  

Cuando la Ciencia Cristiana llegó a la autora, la encontró hecha una inválida en un sanatorio, sufriendo de una doble curvatura de la espina dorsal. Los médicos no le ofrecieron ninguna esperanza de tener una vida que no fuera de invalidez. A medida que tristemente transcurrían los meses de inactividad, ella comenzó a sentir que sería preferible abandonar la escena de la experiencia terrenal. Hizo muchas preguntas sobre el cielo y el Alma, pero nadie le dio respuestas satisfactorias. No obstante, un día, una amiga le contó acerca de la Ciencia Cristiana y su enseñanza de que el cielo no se encuentra en el firmamento, ni es un lugar, sino un estado divino de consciencia. Esta respuesta hizo que se interesara en saber más de esa enseñanza que tanto consuelo daba.  

Se llamó a una practicista de la Ciencia Cristiana. Después de darle un tratamiento, la practicista le dijo que se sintiera totalmente libre de levantarse y caminar, señalando que esta libertad estaba de acuerdo con la ley de Dios. Ella le relató la historia bíblica de la curación del hombre paralítico que transportándolo en una cama, lo bajaron por el techo, y lo pusieron a los pies de Cristo Jesús; y de la inmediata respuesta que dio el hombre al liberador mandato del Maestro, como aparece en el Evangelio según Marcos: “Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa” (Marcos 2:11).  

Al reflexionar detenidamente acerca de esta experiencia, la escritora se dio cuenta de que el mandato de levantarse y caminar se aplicaba a ella también, e inmediatamente se sintió elevada como por el toque sanador y tierno del Cristo, y se sintió llena de vigor y confianza, y sumamente agradecida. La verdad es que exclamó para sí misma: ¿Es que voy a tener acaso que estar toda mi vida sujeta a un pedazo de materia retorcida? ¿Por qué tengo que ser inútil y estar inactiva? Entonces, gradualmente, intentó levantarse y notó que no sentía ningún dolor. Se vistió, tomó el tranvía, y se fue a un hotel a ver a su madre. Los ascensores no funcionaban. Echó un vistazo a las escaleras, y repitiendo con fervor el Padre Nuestro, subió los cinco pisos sin ninguna dificultad, e irrumpió en el apartamento de su madre exclamando: “¡Estoy sana!” Después, la madre insistió en que se hiciera un examen médico, y cuando el mismo médico que la había atendido antes, la examinó, exclamó totalmente asombrado: “¡Su espalda está perfectamente derecha!” Posteriormente, el médico compró el libro de texto de la Ciencia Cristiana, con la esperanza de averiguar cómo se había realizado la curación.  

Bajo el control de la acción de la Mente, el cuerpo expresa gracia, flexibilidad y agilidad. David debe haber vislumbrado algo de esta verdad cuando declaró: “Quien hace mis pies como de ciervas” (2º Samuel 22:34). La visión espiritual brinda renovada energía a la acción; la gratitud salta y corre con alegría, canción y alabanza; y el amor, sin obstáculos en su reflejo, camina por la tierra con paso animado. Ciertamente, hoy como ayer, la fuerza divina del pensamiento propio del Cristo, capacita al triste y fatigado a correr y saltar de alegría, al lánguido a salir de la inactividad y ser útil, y al inválido y discapacitado a levantarse y caminar.

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