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Libre de sufrimiento

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 21 de marzo de 2014

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Enero de 1958.


 Libertad, completa libertad, es la preciada herencia del hombre por ser hijo de Dios. Esto significa, no solo ser inmune al mal, sino tener la libertad de ser el hombre perfecto que Dios creó a Su semejanza. La perfección espiritual del hombre incluye ser inmune al sufrimiento mental y corporal, tan ciertamente como a la esclavitud civil y social.

Toda la familia humana anhela ser aliviada del sufrimiento. Nadie lo quiere, pero todo el mundo en algún momento, en cierta medida, se ve enfrentado a él. El sentido de sufrimiento pregunta: “¿Qué está sufriendo? ¿De dónde viene? ¿Por qué tengo que sufrir?”

Literalmente, miles de personas han encontrado respuesta a estas preguntas en las enseñanzas y práctica de la Ciencia Cristiana. Esta Ciencia no sólo ha puesto de manifiesto la naturaleza y origen fatuos del dolor y el sufrimiento, sino lo que es más importante, ha revelado el verdadero y perdurable remedio espiritual para acabar con ellos, revelando claramente a la humanidad la verdad acerca de Dios y el hombre a Su imagen. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Si somos cristianos en todas las cuestiones morales, pero estamos a oscuras en cuanto a la exención física que el cristianismo incluye, entonces debemos tener más fe en Dios acerca de este tema y estar más atentos a Sus promesas” (pág. 373).

La Biblia contiene muchos ejemplos claros de la incompatibilidad de los opuestos: Una fuente no echa por la misma abertura agua dulce y amarga, un árbol frutal no puede producir higos y aceitunas. A mucha gente no se le ocurre que el sufrimiento y la armonía entran dentro de la clasificación de los opuestos. Sin embargo, la armonía y el sufrimiento son contrarios entre sí. No se mezclan ni se combinan. Uno es verdadero y el otro es falso.

Esta lógica se basa en el hecho de que, como la Ciencia Cristiana enseña, Dios es el bien infinito y no tiene opuesto ni igual. Dios, el Espíritu infinito, por incluirlo todo, por penetrarlo todo, por ser toda sustancia, no produce, no permite ni se mezcla con un opuesto. Entonces, el mal debe ser falso.

Dado que el bien es todo —la única realidad— el mal, aunque parezca real, no puede en verdad existir en la totalidad de su opuesto, el Espíritu infinito, Dios. Llevando este razonamiento hasta su consecuencia lógica, la Sra. Eddy escribe: “Si el dolor es tan real como la ausencia de dolor, ambos tienen que ser inmortales; y si es así, la armonía no puede ser la ley del ser” (Ibíd., pág. 186).

Aquí la Sra. Eddy plantea claramente el tema: ¿Qué es verdad, la armonía o el sufrimiento? Y, con su franqueza habitual, no deja ninguna duda de que no solo el dolor es falso, sino que la armonía es la ley de Dios. ¡Solo piensa en los alcances de esta declaración! Cuando es comprendida, ¿qué no puede hacer para aniquilar uno de los más temidos, más tradicionales y más preocupantes enemigos de la humanidad?

Desde el punto de vista material, el origen y la naturaleza del dolor y el sufrimiento humanos son puras conjeturas. Los métodos materiales de tratamiento consideran sistemáticamente que el sufrimiento es una realidad. Siglos de educación falsa y de temor han desarrollado el concepto erróneo de que el hombre es mortal y está sujeto al dolor y al sufrimiento, que la mente está en la materia, y que los sentidos son materiales. Enormes sumas de dinero y miles de horas se han dedicado a aliviar la miseria humana a través de la investigación material y la medicina material. No obstante, el sufrimiento humano continúa desafiando y desconcertando a los hombres.

Puesto que en el sentido divino y verdadero el sufrimiento no tiene entidad o realidad, no existe donde lo busca la investigación material, como tampoco tiene la sustancia que la materia le atribuye. Es una ilusión, el producto de la creencia mortal, y solo puede entenderse como tal. Así que buscarlo como si fuera algo —una realidad— es en vano, inútil. Sobre este punto esencial la Sra. Eddy dice: “La mente mortal ve lo que cree tan ciertamente como cree lo que ve” (ibíd., pág. 86).

Casi todos reconocen que un sueño no tiene entidad, es decir, que no posee sustancia, inteligencia, ley o realidad. En las terapéuticas físicas, las llamadas enfermedades mentales se clasifican fácilmente como delirios y, por ende, son relegadas a su categoría adecuada de irrealidad. A medida que se comprenda que todos los males humanos, tanto físicos como mentales, están compuestos únicamente del material que están hechos los sueños, serán cada vez más correctamente clasificados y tratados con éxito sólo mediante la terapia espiritual.

Hoy en día, la Ciencia Cristiana está practicando y demostrando que todos los males humanos, con la sensación de dolor y sufrimiento que los acompañan, solo se pueden sanar verdaderamente al entenderse que no tienen origen en la realidad, es decir, en Dios y Su creación perfecta.

La vida y enseñanzas de Cristo Jesús incitan al corazón humano a luchar contra el dolor y el sufrimiento, enemigos del progreso humano, basándose en la lógica espiritual, la razón y la demostración. Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida” (Juan 14:6). Y él probó sus palabras con sus hechos, sanando a los enfermos, resucitando a los muertos y consolando a los acongojados.

El maestro cristiano demostró el poder de Dios sobre todas las fases del sufrimiento humano e indicó a sus seguidores que ellos podían y debían hacer lo mismo. Durante sus tres días en la tumba, Cristo Jesús ilustró, sin la ayuda de ningún tipo de medicamentos materiales, la disponibilidad y suficiencia del poder espiritual para afrontar y superar el dolor y el sufrimiento de la naturaleza más grave y seria. A través de la comprensión de Dios y Su gobierno armonioso del hombre, hoy muchos están demostrando que el dolor y el sufrimiento se someten fácilmente al poder y al amor de Dios.

La respuesta a todo sufrimiento es comprender la realidad, la naturalidad y la normalidad del bien como la ley de Dios que gobierna toda realidad. En ningún momento puede el hombre como reflejo de Dios, recibir, incluir, poseer o expresar una condición o una cualidad que sea el opuesto a su origen, el Amor divino.

Dado que Dios no conoce enfermedad, dolor, tristeza o sufrimiento, el hombre, la imagen de Dios, es incapaz de experimentar estos males. La generación humana, el crecimiento, el tiempo, el espacio, la muerte, el supuesto más allá, no pueden alterar este hecho espiritual del ser.

El hombre nunca ha estado enfermo, con molestias y dolores, ni ha muerto y ha sido transmutado por algún proceso misterioso a un estado de perfección, ni jamás lo será. En realidad, el hombre —el hombre de la creación de Dios— está por siempre en un estado de ser perfecto y nunca puede apartarse del mismo.

El reconocimiento de este hecho espiritual actúa sobre la consciencia humana como una infalible e irresistible ley de curación. Disipa el temor, da lugar a la confianza en la totalidad de Dios, elimina las dudas y establece calma y tranquilidad.

La ley de la armonía de Dios actúa sobre la consciencia humana para anular la expectativa de dolor que hemos sido educados a esperar en determinadas condiciones, rompe el mesmerismo del temor, y permite que la persona, con calma y serena certeza, se mantenga firme esperando la demostración del dominio espiritual sobre la mentira del dolor y el sufrimiento.

Sin temor alguno, el pensamiento espiritualmente iluminado atraviesa el fantasma del sufrimiento, y ve directamente que la libertad y la armonía del hombre ya están presentes. La inspiración se mantiene impasible ante los gritos de peligro, negligencia, descuido, de la mente mortal, y se apoya firmemente sobre la base de la comprensión espiritual y demostrable.

Un estudiante de la Ciencia Cristiana experimentó cuán práctico y confiable es el poder salvador y sanador del Amor divino, cuando el dolor y el sufrimiento parecían humanamente insoportables. Descubrió que no existe tal cosa como el dolor insoportable o el dolor de cualquier tipo, ya que por cada grado de creencia de dolor, hay una mayor medida del amor de Dios.

Durante varias semanas, no pudo encontrar alivio o comodidad en ninguna posición física. Las noches y días de insomnio se prolongaban cada vez más. Había recurrido a la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana, cuya firme y reconfortante ayuda metafísica sintió muy claramente a medida que se esforzaba por elevar su propio pensamiento por encima de la sensación de sufrimiento, a una percepción más clara de la presencia del bien solamente.

Finalmente, una noche después de varias semanas de sufrimiento, decidió levantarse de la cama, dejar de tratar de encontrar confort en la materia o en un lugar cómodo donde poner el cuerpo, y se sentó erguido en una silla y simplemente oró con firmeza y de forma continua, sin importar cuánto tiempo le tomaría, para establecer en su consciencia el hecho de que la armonía solo existe en un sentido espiritual, el sentido del ser que confiere el Alma, Dios. Al principio, parecía imposible permanecer quieto y en silencio. Sin embargo, el estudiante pronto pudo controlar su pensamiento, y luego su cuerpo. Después pudo sentarse quieto y tranquilo.

Vigorosamente, con claridad y firmeza negó el testimonio de los sentidos materiales, y declaró la presencia, el poder y la acción infalible de la ley del Amor. Se dio cuenta de que puesto que Dios, el Alma, era su vida, él no podía tener ninguna sensación o sentimiento de sí mismo o de su condición que no derivara del Alma. Insistió en que allí mismo, en todo momento, aun cuando el sentido material le decía que no podía sentir otra cosa más que dolor, en realidad nada estaba pasando más que la consciencia de la salud, la armonía, el poder y la libertad. Oró de esa manera durante unas tres horas sin interrupción.

Finalmente, el pensamiento del estudiante llegó a percibir la verdad con tanta claridad, y su convicción de lo que estaba sabiendo era tan fuerte, que no quedó nada en su consciencia de donde la sensación de dolor pudiera aferrarse. Casi podía sentir cómo desaparecía el sueño de dolor y el influjo de la armonía tomaba posesión de él mental y corporalmente. De pronto se sintió completamente libre. Se levantó, volvió a la cama y durmió profundamente el resto de la noche. Ese fue el fin del problema.

La Ciencia Cristiana demuestra que la existencia sin dolor es un hecho presente, que se puede alcanzar aquí y ahora. En el Apocalipsis leemos: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. …Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombre,… Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (21:1-4).

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