Mi esposa y yo hemos comprobado, la importancia de comprender los conceptos que ofrece la Ciencia Cristiana para la crianza de los niños.
Tenemos dos hijas, de 9 y 13 años, y siento que es esencial orar diariamente, reconociendo que las niñas —al igual que cada uno de nosotros— son hijas de Dios, y están bajo Su constante guía y cuidado. Esto me da la tranquilidad y la certeza de que no pueden sufrir ningún daño o enfermedad. El cuidado que uno puede ofrecer como papá tiene sus limitaciones humanas, mientras que el cuidado siempre presente de Dios, no tiene limitación alguna.
Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Si un niño está expuesto a contagio o infección, la madre se asusta y dice: ‘Mi hijo se va a enfermar’. La ley de la mente mortal y los propios temores de la madre gobiernan a su niño más de lo que la mente del niño se gobierna a sí misma, y producen los resultados mismos que podrían haberse prevenido mediante la comprensión opuesta” (pág. 154).
Es necesario que los padres dejen sus temores y preocupaciones de lado, y comprendan que Dios es la única presencia.
Aunque los padres deben, por supuesto, usar sabiduría al cuidar de sus hijos, esta declaración indica que es necesario que dejen de lado sus dudas y temores, que no contribuyen al bienestar de sus hijos, y reconocer la omnipresencia de Dios como la Madre y el Padre de todos. Esto los ayudará a comprender que sus hijos son ideas espirituales y perfectas, y como tales, no pueden estar expuestos a ningún peligro.
Orar no consiste en tener una fe ciega, sino en comprender que Dios es el Amor mismo, el único poder que existe, y está con nosotros todo el tiempo, dondequiera que estemos. Esto requiere que preparemos nuestro pensamiento y cultivemos día a día nuestra comprensión espiritual.
Cuando oro, trato de elevar mi pensamiento espiritualmente, y mantenerme firme en el amor que Dios tiene por cada una de Sus criaturas. Insisto en que en el reino de los cielos no hay peligro de ninguna clase. El Amor divino jamás pondría en riesgo a ninguno de Sus hijos. Cuidar de nuestro pensamiento y mantener la calma, es tan importante como los cuidados físicos que uno pueda brindar a sus hijos.
Así preparados, cuando surge una situación que pueda impresionarnos o preocuparnos, tenemos a la mano ideas espirituales y la tranquilidad necesaria para mantenernos en paz y enfrentar esas circunstancias con valentía y la absoluta certeza de que Dios tiene el control de la situación, y la solución o la curación que se necesite se manifestará.
Además, cuando los niños empiezan a aprender aunque sea un poco acerca de las enseñanzas de la Biblia y de la Ciencia Cristiana, ellos mismos comienzan a protegerse, sabiendo que son linaje de Dios, saludables, fuertes y felices. Aprenden a sentir más confianza y menos temor, de manera que no se alarman con tanta facilidad por una situación discordante o síntoma de enfermedad, y pueden sanarlo. Con su inocencia y pureza de pensamiento, les resulta natural reconocer la tierna relación que tienen con el Amor divino, y rechazar las creencias erróneas.
En su libro Twelve Years with Mary Baker Eddy (p. 67, 1994), Irving C. Tomlinson relata que en una ocasión la Sra. Eddy invitó a sus seguidores a visitarla en su casa, Pleasant View. Al término de la misma, la gente hizo una fila para saludarla. Entre ellos estaba una señora con sus dos pequeños hijos. La niña estaba sufriendo a causa de un forúnculo muy doloroso que le sobresalía en la cabeza. Al verlos la Sra. Eddy les sonrió y miró a los niños y a la madre con un amor que la madre nunca antes había visto o sentido. La mamá cuenta que esa experiencia fue maravillosa, pues sintió por primera vez el amor materno de Dios, y percibió cuán limitado era su amor humano de madre. Al regresar al hotel luego de ese encuentro, la niña había sanado por completo.
La Ciencia Cristiana es la fuente constante de ideas correctas a las que todo papá, toda mamá, puede recurrir.
Un día, mi hija mayor que tenía entonces dos años, estaba jugando cerca de una estantería metálica, y se golpeó fuertemente su frentecita contra el borde del estante. De inmediato, fui a abrazarla. Procuré mantener mi pensamiento claro y tranquilo, sabiendo que ella estaba siempre bajo el cuidado de Dios y nada podía hacerle daño. Noté que tenía un chichón y la frente inflamada. Sin embargo, mientras la sostenía y cuidaba de ella, no me alarmé ni me preocupé por la evidencia física, sino que elevé mi pensamiento a Dios, y reconocí la totalidad del bien y la ausencia de peligro. Después de orar por unos minutos, me di cuenta de que había dejado de llorar y todo rastro del golpe había desaparecido por completo. Ella estaba bien.
En otra ocasión, una noche, las niñas ya estaban durmiendo, cuando escuchamos un golpe muy fuerte. Nuestra hija mayor duerme en la litera más alta, y se había caído y estaba con su carita contra el piso. Su mamá y yo empezamos a orar de inmediato. La abrazamos y la acostamos nuevamente. Me vino rápidamente al pensamiento que en la totalidad de Dios ese incidente no podía estar ocurriendo, pues, “los accidentes son desconocidos para Dios”. En Ciencia y Salud dice: “Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección” (Ibíd, pág. 424). Tuve la certeza de que, cualesquiera fueran las evidencias de los sentidos, solo el bien se estaba manifestando en ese momento. La niña se durmió de inmediato. Al día siguiente, no recordaba nada de lo ocurrido. Nunca tuvo dolores, temor ni consecuencia alguna de la caída.
La Ciencia Cristiana es realmente el auxilio siempre presente. Es la fuente constante de ideas correctas a las que todo papá, toda mamá, puede recurrir, dondequiera que se encuentre, y sea cual sea la circunstancia, para recibir tranquilidad y aclarar el pensamiento. Es el antídoto más grandioso y eficaz para cualquier problema. Nos ayuda a criar a nuestros hijos sanos, felices y libres de temor.