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Al combatir las reacciones, obtienes paz

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 3 de abril de 2015

Original en alemán


“Una radiante puesta de sol, hermosa cual bendiciones cuando alzan su vuelo, se dilata y resplandece al reposar. Así, una vida corregida iluminará su propia atmósfera con fulgor y comprensión espirituales” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 356). En esta declaración Mary Baker Eddy pinta el hermoso escenario con el cual todos nos podemos identificar: el efecto sanador de corregirse a sí mismo, eliminando toda falta de sencillez, sacando a relucir nuestras verdaderas cualidades espirituales, las cuales, con su tranquila presencia y naturalidad, tienen un efecto sanador.

Esta luz brilla en todo: es la luz de la existencia espiritual. Es prueba de que cada uno de nosotros es preciado, espiritual y está lleno de grandeza. Dios, el Espíritu, y su idea —el Amor y su expresión— son uno; y debido a esto, nuestra única opción es cultivar la vida espiritual. Por lo tanto, nuestro empeño diario por permitir que nuestra luz brille, es una labor que bien vale la pena el esfuerzo. Igualmente importante es examinar minuciosamente todo aquello que oscurecería esa luz. Consideremos las reacciones, por ejemplo. Ese sentimiento compulsivo de que tenemos que reaccionar instintivamente a los diversos desafíos físicos, sociales, psicológicos y políticos de la vida diaria, sin poder, supuestamente, hacer nada al respecto. 

Cada día nos impone grandes demandas, ¿acaso no nos sentimos a veces abrumados por emociones incontrolables, apasionados enfrentamientos debidos a arranques emocionales, conmovedora agitación, para después arrepentirnos de ello? Algunas personas luchan contra su carácter temperamental y aparentes temores y reacciones incontrolables, recurriendo a la psicoterapia. Otros puede que simplemente cedan a la indiferencia y a la resignación. La Ciencia Cristiana, por ser científica y sistemática, ofrece curación sobre una base puramente espiritual. Su modelo es la vida y enseñanzas de Cristo Jesús, quien nos reveló que todos somos hijos de Dios.

Reconocer el gobierno del Amor divino produce resultados prácticos.

De acuerdo con la Biblia, somos espirituales, creados a imagen y semejanza de Dios. No somos seres materiales, una mezcla de elementos bioquímicos, impulsados por patrones de comportamiento arcaicos o influencias externas. La Ciencia Cristiana nos muestra el efecto práctico que nuestro parentesco con Dios, el Amor divino, tiene en cada momento de nuestra vida: Por ser la imagen, el reflejo, del Amor, nuestra verdadera naturaleza es afectuosa. Podemos enfrentar francamente nuestras reacciones, y orar para comprender que realmente no forman parte de un carácter que tenemos que superar, sino son solo creencias falsas, patrones de comportamiento, que según se cree heredamos o aprendimos, y que podemos desechar por ser irreales.

Veamos tres elementos comúnmente considerados “perturbadores” —la hostilidad, la ira y el desprecio— y exploremos cómo podemos subyugar estas emociones y reacciones mediante la oración cristianamente científica, comprendiendo que no forman parte de nuestra naturaleza real, disciplinándonos espiritualmente para no ceder a esas falsas peculiaridades.

La hostilidad

En el Nuevo Testamento leemos que cuando Jesús fue tomado cautivo, Pedro reaccionó con hostilidad; sacó su espada (véase Juan 18:10, 11). Mary Baker Eddy comenta sobre esto en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Pedro hubiera herido a los enemigos de su Maestro, pero Jesús se lo prohibió, reprendiendo así el resentimiento o valor animal” (pág. 48). Disolvemos la hostilidad reconociendo nuestra propia identidad espiritual y la de las otras personas, y encontramos paz al cultivar con persistencia esta comprensión más elevada. Esto requiere paciencia, perdón y una elasticidad espiritual que se alía con la Verdad, Dios. Reconocer el gobierno del Amor divino produce resultados prácticos. Ayuda a unir todos los intereses y apoya cada reclamo correcto, porque el Amor es el Principio divino. Podemos tener la certeza de que el Amor está haciéndose cargo de cada una de nuestras necesidades y provisión. ¡Esa es la promesa divina! “El Señor está conmigo; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Salmos 118:6).

La ira

Como somos la imagen del Amor divino, la tierna calma y dignidad del Amor son nuestras para ponerlas en práctica, día a día. Una actitud clemente no deja lugar para la ira, y reconoce la presencia del bien ahora y aquí mismo. Por ser hijos de Dios podemos reclamar la pureza de nuestro ser y silenciosamente saber y esperar que la humildad y la devoción al bien impartirán su propio resplandor y paz espirituales. Todo aquello que trataría de pisotear los derechos del hombre, de ser irreverente hacia la dignidad del hombre, y de perseguir con egoísmo ganancias a corto plazo, no tiene lugar en la unidad entre Dios y el hombre y, por lo tanto, no puede tocarnos. De modo que no tenemos que reaccionar con ira. De hecho, nuestra propia reacción es lo único que puede hacernos daño. Al comenzar el día reconociendo con persistencia que Dios expresa solo el bien en nosotros y en todos, y aprovechar las oportunidades para expresar generosidad, aun en las pequeñas cosas, eliminamos y desarmamos las emociones llenas de ira.

Mediante la oración podemos tener control sobre las emociones y reacciones negativas.

El desprecio

Un ejemplo de desprecio en el Nuevo Testamento es el encuentro entre Felipe y Natanael, este último respondió a la invitación de conocer a Jesús, con estas palabras: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Juan 1:46). Pero gracias a la espiritualidad de Natanael, su primera reacción no tiene la última palabra; él tiene el pensamiento receptivo para conocer algo nuevo y lo suficientemente humilde como para aprender. Podemos contraponer el efecto desgastante del desprecio siendo humildes. La humildad reconoce la igualdad de todos los hijos de Dios, Sus expresiones espirituales, que tienen la misma fuente divina, y reflejan a la Mente divina única. La humildad discierne y reconoce el bien en la otra persona. “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!”, afirma la Biblia (Salmos 133:1). El hecho es que nunca encontraremos paz nosotros mismos, a menos que estemos verdaderamente en paz con nuestro amor por todos los demás.

En síntesis, mediante la oración podemos tener control sobre las emociones y reacciones negativas. Cada día ofrece nuevas oportunidades en el “laboratorio de la vida” para estar alerta y detectar las causas potenciales que provocan emociones y reacciones explosivas, y para combatirlas con la verdad acerca de Dios y Su creación espiritual. Al orar a diario por nosotros mismos, podremos detectar y reemplazar los impulsos aparentemente incontrolables con serenidad y esmero, los cuales fluyen directamente de nuestra herencia espiritual, por ser hijos e hijas de Dios. Entonces, paso a paso, la hostilidad, la ira y el desprecio dejarán de controlarnos, a medida que descubramos que hay algo que es mucho más grandioso e importante: la acción de Dios, el bien, neutralizando toda reacción con el poder sanador. En su artículo “Ejemplificación”, el cual ofrece mucho para reflexionar, Mary Baker Eddy escribe: “Nadie puede salvarse sin la ayuda de Dios, y Dios ayudará a todo hombre que hace su propia parte” (Retrospección e Introspección, pág. 86).

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