Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

AMOR: “¡QUÉ PALABRA ÉSTA!”

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 17 de junio de 2015

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Abril de 1956.


En sus Escritos Misceláneos, bajo el título “Amor”, Mary Baker Eddy dice: “¡Qué palabra ésta! Con asombro reverente me inclino ante ella. ¡Sobre cuántos miles de mundos tiene alcance y es soberana! Aquello que no se deriva de cosa alguna, lo incomparable, el Todo infinito del bien, el Dios único, es Amor” (págs. 249, 250).

Para el sentido humano, el Amor es un milagro. Para sí mismo, el Amor es esencialmente natural. Es divino: perfecto, completo en sí mismo, eterno, invariable, incapaz de discordancia, frustración, variación o inestabilidad.

El Amor es incorpóreo, libre de condición física y sentido personal. Es supremo, pues permanece solo y como Uno en su gloria y majestad. Es infinito, ilimitado, inmensurable, sin trabas. El amor revela la naturaleza y la esencia de Dios, de ahí su poder, su presencia, su poder intuitivo. El Amor no deriva de nada sino de sí mismo; desenvuelve su objeto dentro de sí mismo como su propia evidencia inmediata, porque el Amor lo incluye todo, lo abraza todo. Es incomparable porque no tiene ni par ni competidor ni rival, “el Dios único, es Amor”. De ahí, la pureza del Amor, la fortaleza del Amor, la alegría del Amor. El Amor no depende de nada sino de sí mismo, no conoce nada sino a sí mismo, no cree en nada sino en sí mismo, no es nada sino sí mismo. Ama porque es Amor. No hay nada fuera del Amor, no hay límite alguno. El Amor no tiene gustos y aversiones. No tiene favoritos; es simplemente Uno.

“Aquello que no se deriva de cosa alguna, lo incomparable, el Todo infinito del bien, el Dios único, es Amor». Es decir que, el odio, temor, sentimentalismo, el sensualismo, lujuria y rivalidad, el egoísmo, crueldad y egotismo del mal llamado amor, son los hipotéticos opuestos del Amor con su pureza, abnegación y fidelidad.

En el mismo artículo, al definir el amor que refleja lo divino, la Sra. Eddy habla acerca de las exigencias que ella hace al amor, de los sacrificios y grandes logros que deben resultar del amor; porque no es una abstracción, sino bondad con actividad y poder. No hay bien pasivo, no hay amor inactivo. El Amor es Vida; es acción, vitalidad, poder; algo que debe sentirse y vivirse, no algo sobre lo que simplemente se habla.

Ahora bien, ¿qué podemos decir de estos sacrificios? ¿Qué se nos exige que pongamos sobre el altar? De una forma superficial puede que sintamos que poner todo lo nuestro sobre el altar significa traer nuestros temores y falsas ambiciones, todo lo que amamos y odiamos, nuestras atesoradas esperanzas y deseos humanos, y colocarlos sobre el altar de la Ciencia para ser quemados y consumidos; pero el sacrificio que exige la Ciencia es más profundo.

El sacrificio de los israelitas era un cordero inmaculado. Ellos no traían a todas sus ovejas viejas, decrépitas y enfermas, para liberarse de ellas sobre el altar, mientras se guardaban las jóvenes, hermosas y prometedoras. ¡No! Nada inferior al cordero perfecto podía ponerse sobre el altar. De manera que, cuando el ministerio del Maestro relevó a sus discípulos de los rituales judaicos, él se transformó para ellos en el Cordero de Dios. Su absoluta renuncia a tener alguna identidad separada de Dios, estableció su pureza e inocencia. Su insuperable demostración de la Vida fue el sacrificio. Este sacrificio no fue su sumisión a la muerte, sino su triunfo sobre la muerte. Quitó los pecados del mundo porque refutó toda pretensión de vida en la materia. Fue la unión de Jesús con Dios, su demostración del Ego único —la demostración que todos debemos seguir— la prueba que él dio de su declaración, “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Este sacrificio fue su prueba suprema del Amor.

La Ciencia Cristiana demuestra que el Amor es el Principio divino universal. El tema del Antiguo Testamento es la justicia y la equidad de Dios, intercalado con versículos como: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3). No obstante, en el Antiguo Testamento Dios era un Dios de castigo. El Nuevo Testamento, repleto de la vida del Maestro, revela a Dios como Amor. Y el Apóstol Santiago describe a Dios como Aquel en quien no hay mudanza, ni sombra de variación, por lo tanto, lo describe como Principio.

El mundo necesita con desesperación comprender que el Amor es Principio. La igualdad no se alcanza comenzando con la creencia en muchas razas y tratando de amalgamarlas. El Amor no comienza con muchas y las hace una; el Amor empieza con Uno y se expresa a sí mismo en un armonioso todo, una autoexpresión indivisible infinita. En este Uno no hay ni superioridad ni inferioridad; puesto que el Amor refleja su propia perfección y excelencia en infinita variedad de formas, contornos, colores. Es por esta razón que solo la Ciencia Cristiana, demostrando que el Amor es el Principio, es la que tiene la respuesta a los problemas del mundo.

En el razonamiento materialista, todo está dividido en partes, y el esfuerzo humano es soldar esas partes juntas en un todo armonioso. El hombre es dividido en billones de hombres, de fragmentos importantes de por sí; los hombres son divididos en razas, las razas en naciones; y todos, desde los fragmentos a las razas, a las naciones, están en guerra los unos con los otros, batallando por intereses personales y la supervivencia del más apto.

En la Ciencia todo es uno. El punto de partida es Dios, y Dios es Uno. De modo que Dios expresa Su propia unicidad, manifiesta Su propia perfección, constituye Su propia individualidad infinita, y se identifica a Sí Mismo en incontables formas de belleza y bondad. La identidad es la multiplicidad de formas por medio de las cuales el Ego único o individualidad infinita se identifica a sí mismo. Donde el Espíritu forma, no hay deformidad. Donde el Principio reina, no hay inferioridad.

Todos los problemas humanos, aquellos de individuos, razas y naciones, solo pueden resolverse basándose en que Dios es el punto de partida. Estos problemas deben resolverse metafísicamente. No tienen una solución física. Al comprender esto, el Científico Cristiano reconoce la importancia de orar y hacer trabajo metafísico por el mundo a diario. Sabe que no existe un Científico Cristiano insignificante, porque la Ciencia Cristiana misma es de suprema importancia. Ser un verdadero Científico Cristiano es la misión más grandiosa del mundo. Significa dejar de apoyarse en la materia, vigilar cada uno de nuestros pensamientos, y de esa manera establecer nuestra integridad espiritual, nuestra inocencia, de modo que nosotros también seamos el sacrificio sobre el altar del Amor. Significa plantar nuestra vida en el Amor que es el Espíritu.

La Ciencia solo puede comprenderse partiendo de la base del Ego único, no de un Ego rodeado por miles de millones de pequeños egos que lo reflejan, sino del único Ego que se refleja a sí mismo en innumerables formas espirituales y que permanece y es para siempre el Ego único. El concepto humano de familia es una unidad compuesta de muchos egos —un padre, una madre, cada hijo un ego separado— mientras que la Ciencia declara un Ego revelado como Padre, Madre, Hijo.

Esta comprensión rompe el sueño mortal de sensación material y vida en la materia, y eleva nuestra percepción de la hermosura de la tierra al Espíritu. Nos permite contemplar el universo de la creación del Amor. En su Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1902, la Sra. Eddy dice: “El prefijo latino omni, que significa todo, antepuesto a las palabras potencia, presencia, ciencia, convierte éstas en todo-poder, toda-presencia, toda-ciencia. Utilícense estas palabras para definir a Dios, y nada le queda a la consciencia sino el Amor, sin comienzo ni fin, o sea, el sempiterno YO SOY, y el Todo, aparte del cual no hay nada” (pág. 7).

¡La omnipresencia del Amor! No importa lo que parezca ser, nunca podemos apartarnos de él, el Amor, el Yo soy, la presencia en funciones, el poder irresistible, ¡el infinito todo de la existencia! Dondequiera que esté el Amor, está el Cristo, porque el Cristo es la manifestación del Amor, que viene a la humanidad con curación en sus alas. Es más, el Cristo es la evidencia inmediata del Amor que derrama a borbotones la magnitud de su propia característica inagotable, el Amor bendiciendo con infinita ternura, el Amor que constituye el todo mismo de la existencia. Jesús demostró el Cristo. Él fue el concepto corpóreo humano más elevado del Cristo, de este hombre perfecto o idea divina del Amor. Su origen era el Amor; su Vida era el Amor; su ser mismo era el Amor.

En Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy dice: “La ley del Amor dice: ‘No se haga mi voluntad, sino la Tuya’, y la Ciencia Cristiana prueba que la voluntad humana se pierde en la divina; y el Amor, el inmaculado Cristo es el remunerador” (pág. 212). La voluntad humana pretende ser un creador, y todo mortal es su producto. La Ciencia acalla la voluntad humana. Cuando “la voluntad humana se pierde en la divina; y el Amor, el inmaculado Cristo es el remunerador”, no existe vacío alguno, ni vana esperanza, ni promesa incumplida. La idea de Dios no se origina en la voluntad humana; no pasa por ningún proceso de concepción, nacimiento, madurez, decadencia. Desde la eternidad a la eternidad, la idea del Amor, el hombre, existe totalmente desarrollado, a salvo y completo en la Mente del Amor, porque el hombre es la expresión completa de Dios.

Jesús, nuestro Mostrador del camino, nunca dejó de reclamar su verdadera identidad. Él no fue el fruto de la voluntad humana; él reconocía que su identidad era la idea divina, tal como nosotros debemos hacer. Se refirió a su estado espiritual cuando dijo: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Juan 3:13). Es por eso que la voluntad humana no podía moldear su destino. Una vez más dijo: “Sé de dónde he venido y a dónde voy” (Juan 8:14). Jesús probó que el hombre es inmortal y habita por siempre en el cielo. Probó en cada situación que la gloria del Cristo está presente y es demostrable.

Jesús sabía que el Ego es Mente. Cuando dijo: “Yo y mi Padre uno somos”, no estaba hablando de dos, Yo y mi Padre, como sería el caso en un sentido humano. ¿No estaba acaso señalando el hecho de que el Yo es el Padre; el Espíritu —el Principio divino y su idea— es el Ego inmortal, ilimitado o individualidad infinita, que se refleja e identifica a sí mismo eternamente? Él probó que la preservación de la individualidad en toda la creación de Dios es tan inevitable como la preservación de la Mente. Una no puede perderse más que la otra.

Jesús era tan radical en su obediencia al Principio, tan radical en apoyarse en Dios, que su vida, tan llena del Amor, parecía ser odio a la mente carnal. Su reprensión del mal era inexorable. Como Científicos Cristianos debemos seguir su ejemplo. No obstante, la reprensión científica del error no consiste en una persona condenando a otras personas. Es la acción del Cristo, la operación impersonal del Principio divino, el Amor, la cual destruye el error. Jesús reflejaba el Amor espontáneamente y esto hizo que sus curaciones fueran sin esfuerzo e instantáneas. Solo la espiritualidad que tiene su esencia en el Amor, puede poner al descubierto el error y vencer los males de la materia.

El Amor no conoce el tiempo. Las flores del Amor jamás se marchitan. Viven y se desarrollan en la gloria infinita de la eternidad. Las magulladuras del descuido y las cicatrices del odio desaparecen bajo el toque del Amor. En el Amor todo ser es inmarcesible e imperecedero. El Amor no ve otra cosa más que su propia belleza, frescura y santidad.

Toda la apariencia mortal está comprendida en el concepto falso del tiempo, y la muerte es su creencia culminante. Sin embargo, el Revelador previó el día cuando no habrá más tiempo (véase Apocalipsis 10:5, 6). La mente mortal dice que todos somos objetos del tiempo: nacimos a cierta hora; morimos a cierta hora; y nuestra vida de día en día, de año a año, está regulada, no por el Principio, sino por el tiempo. Toda la historia está encasillada en celdas de tiempo. De acuerdo con la creencia humana, la curación toma tiempo; la experiencia y la sabiduría toman tiempo; el progreso toma tiempo. Pero, ¿qué es el tiempo? ¿No es acaso el concepto finito que tiene la mente mortal acerca de la eternidad? Cuando Jesús dijo: “¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo; Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Juan 4:35), estaba señalando la inmediatez del Amor. Su suprema percepción del Amor demostró la Vida eterna.

No es de extrañar que nuestra Guía diga que “aquello que no se deriva de cosa alguna, lo incomparable, el Todo infinito del bien, el Dios único, es Amor”.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más artículos en la web

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.