En una función de un teatro de variedades a la que asistió el que suscribe, un hipnotizador profesional indujo a un muchacho, quien consintió en participar, a creer que estaba comiendo helado y se le había derramado un poco en el saco. El joven sacó su pañuelo y para diversión del público, hizo los movimientos como si estuviera quitando la sustancia pegajosa. La situación difícil que enfrentaba el muchacho, ¿se debía acaso a que tenía helado en el saco? No, pero la creencia en ello estaba presente, por haber cedido a las sugestiones del hipnotizador. Él no pudo ni quitó el helado, porque no estaba en el saco. Solo se necesitaba romper el mesmerismo. Cuando el joven fue liberado de la sugestión hipnótica, ya no creía haber visto lo que nunca había estado presente.
El recuerdo de esta representación, ha ayudado con frecuencia al escritor a ver la naturaleza ilusoria del pecado, la enfermedad y la escasez. Los sistemas materiales consideran que la enfermedad es una realidad e intentan sanarla con medicamentos. Pero admitir la realidad de la enfermedad y luego intentar sanarla sin medicamentos es igualmente ilusorio. Además, se aparta totalmente del método de curación de Jesús, como se practica hoy en la Ciencia Cristiana.
Hablando sobre este punto importante, Mary Baker Eddy escribe: “Si la enfermedad es real, pertenece a la inmortalidad; si es verdadera, es parte de la Verdad” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 230). Después ella hace esta pertinente pregunta: “¿Intentarías destruir, con o sin medicamentos, una cualidad o condición de la Verdad?” Luego continúa diciendo: “Pero si la enfermedad y el pecado son ilusiones, el despertamiento de este sueño mortal, o ilusión, nos llevará a la salud, la santidad y la inmortalidad. Este despertamiento es el eterno advenimiento del Cristo, el aparecimiento avanzado de la Verdad, que echa fuera el error y sana a los enfermos”. Nuestra amada Guía muestra aquí que en realidad la enfermedad no existe. Lo que aparece como enfermedad es una sugestión de la mente mortal manifestada externamente, que es disipada y reemplazada con la armonía cuando uno toma consciencia del Cristo, la Verdad.
Los Científicos Cristianos serios deberían preguntarse con frecuencia: “¿Estoy intentando destruir con medicamentos una enfermedad que es real?” A medida que uno comprende las verdades fundamentales de la Ciencia Cristiana, ya no trata de destruir una realidad con o sin medicamentos, sino que abriga para siempre el eterno advenimiento del Cristo, el cual destruye la creencia en lo que es falso, y de esa forma sana al enfermo. El Cristo, la Verdad, “echa fuera el error y sana a los enfermos” porque el error, o la creencia en lo que es falso, y la enfermedad no son dos cosas, sino una y la misma cosa. Esa una, aunque se manifieste externamente, sigue siendo una creencia falsa, una ilusión.
En Génesis leemos: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (1:31). Solo lo que Dios crea y ve existe realmente. Dado que el Espíritu infinito, o el Amor perfecto, crea y mantiene todo, el hombre, su idea espiritual, debe ser tan perfecto como es su Principio divino.
El hombre espiritual, reflejando la naturaleza de Dios, el Amor divino, no puede dejar de expresar por siempre todas las cualidades divinas del Amor; no puede tener nada que Dios no posea. Así como en matemáticas la identidad de cada cifra y fracción permanece constante, de igual forma en la Ciencia divina Dios, la Mente, gobierna al hombre, no parcial, sino completamente. La Mente única es por siempre la Mente del hombre. La consciente percepción del bien está establecida en cada hombre individual. El hombre real jamás ha dejado el cielo, y es imposible que lo haga.
Puesto que el hombre es inseparable de la Deidad, es tan impermeable al error, y tan incólume y perfecto como Dios Mismo. Por ser el hombre perfecto, todas las ideas y cualidades espirituales correctas que incluyen su ser deben ser eternamente perfectas. El hombre es la expresión de la Mente omnipotente, omnisciente y omniactiva. Por lo tanto, jamás le falta dominio, sabiduría o actividad armoniosa. El hombre, cuya consciencia refleja el bien infinito, nunca es engañado por el mal, puesto que su Mente es la Mente infalible única, la cual no puede ser engañada. No necesita sanar, porque él está eternamente bien y lo sabe. Sin duda, no hay nada que hacerle, “con o sin medicamentos”, a la verdadera individualidad espiritual de cualquiera de nosotros. El hombre espiritual de Dios tiene eternamente todo el bien que Dios da a Su expresión individual.
Uno puede realmente estar agradecido porque estas verdades pueden aplicarse a la experiencia humana para destruir la discordancia. Es de suma importancia no aceptar primero el testimonio de los sentidos materiales de que realmente hay un hombre enfermo o una enfermedad real, y luego intentar sanar lo que está verdaderamente presente. En cambio, podemos rechazar del pensamiento el cuadro errado tomando consciencia de la eterna presencia del Cristo, la Verdad, la cual revela la perfección presente del hombre espiritual de Dios. Al despertarnos a nosotros o a otros de la ilusión de enfermedad, es sumamente útil recordar la admonición de nuestra Guía, propia del Cristo, en Ciencia y Salud: “Es charlatanería mental hacer de la enfermedad una realidad —considerarla como algo que se ve y se siente— y luego tratar de curarla por medio de la Mente. Es tan erróneo creer en la existencia real de un tumor, un cáncer o pulmones deteriorados, mientras argumentas contra su realidad, como lo es para tu paciente sentir estos males en la creencia física” (pág. 395).
Podemos seguir el método de Jesús y comenzar con el Dios perfecto y el hombre perfecto. Solo puede haber un Dios porque Dios es infinito. No puede haber un opuesto a la Mente infinita, así como no puede haber una tabla de multiplicar imperfecta. Entonces, no hay en realidad una mente que puede ser engañada para que acepte la enfermedad. Aquel que está alerta a la presencia eterna de la salud y la armonía no será engañado por las sugestiones agresivas de enfermedad y discordancia, sino que encontrará que la verdad que él conoce disipa tales sugestiones. Cuando uno no cede a la sugestión en forma de pecado, enfermedad, temor o escasez, la misma tiene que ceder. Solo la ignorancia cede a la sugestión o al pensamiento no inteligente. El pensamiento verdaderamente inteligente no puede ceder, porque conoce la verdad.
Es esencial recordar que el magnetismo animal no puede crear nada. En la ilustración que aparece al comienzo de este artículo, el hipnotizador solo podía sugerir; no podía hacer que apareciera el helado. Pero uno podría decir: “El muchacho, cuando estaba mesmerizado, vio que había helado en su saco”. ¿Pero lo vio? Por supuesto que no. Como tampoco era visible para el público. Para poder verlo el público tendría que haber estado mesmerizado. De la misma manera, la mente mortal, el principal mesmerizador, solo puede sugerir la enfermedad; no puede hacerla aparecer como una realidad, porque la enfermedad no puede tener una presencia verdadera en el bien infinito. Uno puede aceptar la sugestión de discordancia y pensar que ve o siente una sustancia o formación enfermiza. Sin embargo, Dios, el creador único, no la hizo, no la ve y, por ende, dicha sustancia o formación no está presente para ser vista.
La mente mortal no ve lo que realmente existe. Primero cree en una cosa y luego ve y siente lo que cree. (Véase Ciencia y Salud, pág. 86). Pero como todo es la Mente divina y sus ideas, los conceptos falsos de la mente mortal nunca llegan a tener realidad o existencia. Entonces, la enfermedad es como el helado que nunca manchó el saco del muchacho. Para deshacerse de él, solo se necesita no creer en él. Cuando la Verdad hace que tomemos consciencia de la realidad espiritual, la creencia errada desaparece. Entonces ya no aceptamos ni vemos lo que realmente no está allí. Aquello que parece estar oscurecido —la salud y la santidad del ser perfecto del hombre— está siempre presente. El comprender y tomar consciencia de este hecho espiritual manifiesta armonía en nuestro pensamiento. En palabras de Job: “Hizo salir a luz lo escondido” (Job 28:11).
Supongamos que el muchacho le había pedido ayuda a un estudiante de la Ciencia Cristiana, diciendo: “Por favor, ayúdame a quitar el helado de mi saco”. El estudiante inmediatamente se hubiera dado cuenta de que la dificultad que enfrentaba el muchacho era una ilusión, y lo habría despertado de la misma. ¿Acaso no tendría el mismo propósito si viniera en busca de ayuda cuando está enfermo? La desgracia en la segunda instancia es una ilusión mental tan ciertamente como en la primera. Ninguna de las dos está ocurriendo en el universo de armonía y perfección de Dios.
Por esta razón, un Científico Cristiano no aceptaría que una enfermedad es real y luego intentaría “con medicamentos, o sin ellos” sanarla. Más bien, haría que el paciente tomara consciencia de su verdadera individualidad, la cual es una con Dios ahora. De esta forma vemos lo importantes que son las palabras del Salmista: “Quebranta tú, el brazo del hombre inicuo y del malvado, persigue su maldad hasta que no hallarás ninguna” (Salmos 10:15, según versión King James). Deja fuera las palabras en itálica que agregó el traductor, y el pasaje sigue siendo claro, porque se leería: “Quebranta tú, el brazo del… inicuo y del malvado, persigue su maldad… no hallarás ninguna”. Realmente, el único brazo o poder del mal está en nuestra aceptación de esa pretensión falsa. Cuando su pretensión falsa o sugestión mesmérica se ve por lo que es, su poder es anulado. Entonces encontraremos que no hay enfermedad que sanar. La creencia no la apoya ni la manifiesta externamente, por tanto, deja de ser.
La Ciencia Cristiana enseña que las pretensiones de frustración, escasez y pecado no son reales y no pertenecen al hombre. Las supera haciendo que el individuo tome consciencia de su irrealidad. En el tratamiento en la Ciencia Cristiana el poder de la Verdad actúa sobre la creencia falsa que afirma que hay una persona enferma o pecadora, y la elimina. Como escribe tan claramente nuestra Guía: “Probad la Ciencia Cristiana por su efecto en la sociedad y encontraréis que los puntos de vista aquí expuestos —acerca de la ilusión del pecado, la enfermedad y la muerte— llevan mejores frutos de salud, rectitud y Vida, de lo que una creencia en la realidad de esa ilusión lo haya hecho jamás. La demostración de la irrealidad del mal destruye el mal” (Retrospección e Introspección, pág. 62).
La Ciencia Cristiana es una Ciencia exacta, la cual revela que Dios es Todo. Nada puede existir fuera de Su totalidad. La comprensión científica de Dios perfecto y la presente perfección de Su idea, el hombre, nos capacita inteligentemente para negar y quitar del pensamiento toda sugestión mentirosa de que el bienestar del hombre está en peligro. A medida que abrigamos ángeles de Dios, que siempre pasan directamente al hombre, quien es por siempre uno con Dios, las creencias falsas no pueden aceptarse y son destruidas. De esta forma, el Cristo, el ideal de la Verdad, se manifiesta a nosotros aquí y ahora, e ilumina de tal manera el pensamiento, que probamos las palabras de un himno:
“El Cristo rasga del error el velo
y de prisión los lazos romperá”
(Himnario de la Ciencia Cristiana, Nº 412 © CSBD)
Es tranquilizador ver cómo el pecado, la enfermedad o la escasez son destruidos por la Verdad. No obstante, tenemos la promesa en la epístola a los Romanos: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (8:37). Es un hecho que el error puede ser vencido y destruido permanentemente. Además, la comprensión que produce la victoria, nos revela que el error jamás existió en la Mente divina o en el reflejo de la Mente, el hombre.
Dios es tan bueno que no hizo el mal. El pecado y la enfermedad, entonces, nunca han sido reales. Aquel que ha alcanzado en cierta medida la comprensión de que el amor de Dios lo incluye todo, obtiene la convicción de que el amor impide la existencia de todo mal. Esto le permite captar de tal manera la irrealidad del pecado y la enfermedad, que es sanado de intentar destruir “con o sin medicamentos, una cualidad o condición de la Verdad”.