Durante mucho tiempo he sentido el profundo interés de comprender el significado y el lugar que ocupa, desde un punto de vista científico, la palabra “Confianza”. El Century Dictionary la define, primero, como “Apoyarse en sus propios poderes, recursos o circunstancias; creencia en la capacidad propia; apoyarse en sí mismo; certeza”. Segundo, como “Aquello donde se pone confianza, una base para tener fe en algo; aquello que brinda la certeza de que se está seguro, seguridad”. Tercero, “Valentía, valor; hacer caso omiso de, o desafiar, el peligro”.
Los Científicos Cristianos pronto aprenden que tener confianza en nuestra propia habilidad, nuestro sentido humano de fortaleza, voluntad y determinación humanas, es poner nuestra confianza en el lugar incorrecto, “una caña sacudida por el viento”, una casa construida sobre la arena que no permanecerá. Se dice una y otra vez: “No tengo confianza —no tendría la suficiente confianza en mí mismo para aceptar un paciente— ojalá tuviera más confianza”, y cosas por el estilo.
La confianza es una condición mental, una cualidad de la Mente, una cualidad de Dios. Es otorgada por Dios; y como Dios, el Bien, no hace acepción de personas, sino que da gratuitamente a todos los hombres todo lo que van a recibir, la declaración “no tengo confianza”, por empezar, es falsa. Ese sentido de escasez está en mi aceptación y correcta aplicación, pero no en la confianza que poseo. La persona misma que está declarando que le falta confianza para tener éxito en algo, no se detiene a ver que tiene mucha confianza en su habilidad para fracasar. Los discípulos trabajaron toda la noche en la oscuridad y no pescaron nada. Cuando el Maestro los llamó: “Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces” (Juan 21:5, 6). Estaban en la misma barca, tenían las mismas redes, eran los mismos hombres, estaban en las mismas aguas; ellos solo tenían que echar las redes en el lado correcto de la barca, tal como fueron llamados a decidir a favor del Espíritu, no de la materia; del Alma, no del sentido material. Todo hombre, mujer y niño tiene la habilidad de echar la red del lado correcto, y no hay ninguna falta de confianza para hacerlo, y ellos tienen la habilidad para recibir la recompensa, es decir, redes llenas. El problema es que, si mantenemos nuestra red del lado equivocado hay mucha confianza en el fracaso, pero poca del lado de la habilidad de hacerlo y triunfar.
“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12, 13). Jesús dijo: “No temáis manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32). Tenemos que resolver nuestra salvación —liberarnos de la creencia de que el mal, cualquiera sea su nombre y naturaleza, pueda tener poder— con temor y temblor. No debemos esperar hasta librarnos del temor y que el temblor haya cesado, para intentar superarlo; tampoco podemos pensar de que otro haga nuestro trabajo por nosotros, porque sabemos que aunque estamos temblando, estremeciéndonos, con una gran sensación de temor, allí mismo donde el temor y el temblor parecen estar, allí mismo con ellos, tenemos que trabajar para resolver el problema, sabiendo que Dios, nuestro Padre-Madre omnipotente, la Mente todopoderosa, es el Amor omnipresente y trabaja con nosotros para que queramos y hagamos lo que Su buena voluntad indique. ¿Acaso siente placer, es Su voluntad, que fracasemos en aquello que Él nos manda a hacer (resistir el diablo)? ¿Es acaso Su voluntad que cometamos errores? Con certeza podemos responder: “No”. Jesús conocía al Padre, y nos dijo: A vuestro Padre le ha placido daros el reino —darnos a nosotros dominio sobre todo aquello que se presente ante nosotros como un obstáculo, impedimento, dificultad; limitación para la salud, la santidad, la felicidad, el vivir correctamente, el pensar correctamente, el existir correctamente. Tenemos que tomar la cruz todos los días, tomar lo que sea que se oponga a Dios que se cruce en nuestro camino, no como algo, sino como la nada de la nada, y sacarlo fuera del camino; ponerlo al descubierto; mostrar su total falsedad, comprendiendo que Dios, el Bien, es todo. A nosotros no nos falta la confianza o la habilidad para hacer esto. Obtengamos la confianza que tenemos del lado correcto con Dios, y moverá montañas de temor, duda y error.
El temor es tener fe en el mal. El valor es tener fe en el Bien. La duda es confianza en el mal. La confianza correctamente dirigida es seguridad, es confianza en Dios, el Bien. Cuando tenemos miedo podemos preguntarnos: “¿Dónde está mi fe? ¿En qué estoy confiando, en el Bien o en el mal, en el Espíritu o en la materia?” No hay falta de fe, no hay falta de poder para tener fe. Si fallamos es porque tenemos fe en la cosa equivocada, y una vez más tenemos que echar nuestras redes del lado correcto.
Cuando yo era una joven estudiante, me llamaron y tuve que salir de la ciudad para ir a ver a una mujer que no se había puesto de pie o sentado en una silla por más de diez años. Su hija, de diez años, jamás había visto a su madre sentada. La ciencia médica había fracasado por completo. Mi maestro le había dado mi nombre a la familia de la inválida, y yo sentí que la obediencia me exigía que fuera. La verdad es que fui con temor y temblor. Durante todo el trayecto estudié Ciencia y Salud, y todo el tiempo el sentido personal estuvo argumentando que tendrían que haber mandado a otra persona, que si yo fallaba, la causa de la Ciencia Cristiana sufriría. Llegó un punto que hasta casi deseé poder tomar el tren de regreso y mandar a un practicista más experimentado. Entonces tomé consciencia de que esas personas necesitadas no habían pedido que yo fuera, ellas habían pedido la Ciencia Cristiana, el conocimiento aplicado de Dios como es revelado mediante nuestro libro de texto, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker G. Eddy. Comprendí que todo lo que estaba temblando y temiendo no formaba parte de eso, no podía ni impedir ni ayudar; percibí que la Verdad revelada era la que debía hacer el trabajo, y era competente, que yo sí tenía confianza en Dios, y me vinieron estas palabras: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque el Señor tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1:9). También: “Esforzaos cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque el Señor tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará” (Deuteronomio 31:6). Mi confianza en la habilidad de Dios, en el poder de la Palabra, comenzó de inmediato a reemplazar la confianza en mi propia habilidad para fracasar. Dejé atrás la confianza en mí misma, y apoyándome en Dios fui a ver a la mujer, declarando que la valentía en el nombre de Cristo Jesús es omnipotente aquí y ahora para sanar, para liberar, para librar de la esclavitud. Solo pude quedarme unas cuatro horas, pero antes de dejar a la paciente, ella caminó al otro lado del cuarto y se sentó en una silla. A la mañana siguiente, se vistió y fue a tomar el desayuno con la familia. Eso ocurrió en 1889, y ha sido una mujer sana desde entonces.
En esta experiencia aprendí que nunca debo permitir que el temor y el temblor me impidan dar el paso que tengo que dar; que debo utilizar lo que tengo y mejorar mis posibilidades presentes al máximo, antes de poder tener la esperanza de adquirir más. Debemos dar el primer paso antes de poder caminar. No necesitamos tener confianza en nuestra propia habilidad, sino que necesitamos tener confianza en la habilidad y la disposición que tiene Dios para trabajar en nosotros para que estemos dispuestos y hagamos el bien que Él dispone, de darnos dominio sobre toda la tierra, y nosotros tenemos que tener la disposición de dar los pasos y probarnos a nosotros mismos y a otros que Dios es omnipotente.
“No tendrás temor de pavor repentino, ni de la ruina de los impíos cuando viniere. Porque el Señor será tu confianza, y él preservará tu pie de quedar preso” (Proverbios 3:25, 26).
Moisés representa el valor moral (Ciencia y Salud, pág. 592). Él demostró su firme confianza en Dios contra todas las murmuraciones de los Hijos de Israel, ¡y cómo murmuraban! Josefo en su descripción del cruce del Mar Rojo, me ha ayudado muchas veces a salir adelante. Él dice lo siguiente:
“Cuando los egipcios alcanzaron a los hebreos se prepararon para pelear con ellos, y valiéndose de su mayor número los empujaron hacia un sitio estrecho; los perseguidores tenían seiscientos carros y eran cincuenta mil hombres a caballo y doscientos mil a pie, todos armados.
“Ocuparon todos los pasos por donde suponían que los hebreos podrían huir, encerrándolos entre precipicios inaccesibles y el mar; había una cadena de montañas que terminaba en el mar, y que era infranqueable por lo escabrosa e inadecuada para huir. Aprovechando que las montañas estaban cerradas por el mar, colocaron al ejército en las grietas de las montañas para impedir a los hebreos el paso a la llanura”.
Luego relata cómo los israelitas murmuraban contra Moisés.
“Pero Moisés, aunque la multitud lo miraba con mucha furia, no dejaba de cuidar de ellos, sino que desdeñaba todo peligro debido a la confianza que tenía en Dios. Cuando Moisés llegó a orillas del mar, tomó su vara y suplicó a Dios y apeló a Él para que los ayudara y asistiera, y dijo: ‘Tú no ignoras, ¡oh, señor! —dijo—, que está fuera de las fuerzas y las posibilidades humanas eludir las dificultades en que ahora nos hallamos, y debe ser obra tuya procurar la salvación de este pueblo que dejó a Egipto por tu orden. Desesperamos de recibir cualquier otra ayuda o recurso, y sólo nos queda la esperanza que depositamos en ti, y de tu providencia confiamos recibir el medio para escapar. Que llegue pronto el socorro que pondrá de manifiesto tu poder. Eleva el ánimo de este pueblo y hazle esperar la salvación, porque está profundamente hundido en el desconsuelo. Estamos en un sitio extraño, pero no deja de ser un sitio que tú posees; el mar es tuyo, las montañas que nos rodean son tuyas. Si tú lo ordenas las montañas se abrirán, y el mar, si tú se lo mandas, se transformará en tierra seca. Y hasta podríamos escapar volando por el aire, si tú resolvieras que éste fuera el medio de salvación’ (Antigüedades de los judíos, Libro II, Cap. XVI, publicado por Alejandro Laveriano Mandujano)”.
¿Es de extrañar acaso que cuando tal confianza, valentía, valor, fue delante de ellos directo adentro del mar (“el oscuro flujo y reflujo de las mareas del temor humano”, Ciencia y Salud, pág. 566), el mar se hubiera dividido, y que ellos hayan caminado triunfantes hasta el otro lado? Solo había una cosa que ellos debían hacer: seguir derecho hacia delante. Hay una sola cosa que nosotros debemos hacer: seguir derecho hacia adelante, sin doblar a la derecha ni a la izquierda.
Ciencia y Salud dice: “El Alma tiene recursos infinitos con que bendecir a la humanidad, y la felicidad se lograría más fácilmente y estaría más segura en nuestro poder, si se buscara en el Alma” (pág. 60).
Cuando me ha parecido estar totalmente rodeada —el ejército del sentido personal atrás, los profundos precipicios a cada lado, y el Mar Rojo delante de mí— estas palabras me han fortalecido: “El Alma tiene recursos infinitos”, aquí mismo, y ahora mismo, “con que bendecir a la humanidad”. Yo no tengo que ver estos recursos con mis ojos (el sentido personal), o manejarlos con las manos. Ni siquiera tengo que saber qué son. Yo simplemente tengo que aceptar esa inspirada declaración de la Verdad de que el Alma los tiene y que son míos, porque yo soy la heredera de Dios, y coheredera con Cristo. Yo debo saber y reconocer este hecho, y saber que lo que tengo es la posesión, entonces yo sé que puesto que este ser es el hecho espiritual, debe ser externalizado y puedo esperar en Dios, usando lo que ya veo que tengo, mejorando mis posibilidades presentes al máximo allí mismo donde me encuentro. Jamás he sabido que las aguas no se hayan dividido, nunca he dejado de encontrar esos “recursos” más allá de lo que yo podría haber determinado que estaban presentes para mí y para toda la humanidad, y que yo solo tenía que confiar en la Verdad, y la misma (el fuerte liberador) me llevaría adelante, y al avanzar consumiría el ejército de los errores, el aparente poder del mal.
Cuando pienso en nuestra Guía, y Maestra, y recuerdo cómo ella ha trabajado afanosamente a través de la noche oscura del sentido personal, esforzándose por inculcar en nosotros un rayo de profunda confianza en “nuestro Padre-Madre Dios”, que tan maravillosamente nos ha sido revelado a través de sus inspirados escritos, cómo ha caminado paso a paso delante de nosotros usando la vara de la Sabiduría, y continúa guiándonos en la marcha para salir del error, me pregunto cómo puedo alguna vez murmurar, dudar, y que los frutos no sean más grandiosos de lo que son. Los recursos infinitos están aquí, pero ¿qué pueden hacer por la humanidad si nosotros no vemos que están aquí, no actuamos como poseyendo todas las cosas, no continuamos con firmeza hacia adelante, dejando atrás el descreimiento, la falta de confianza y el temor? Ciertamente hemos tenido abundante prueba de que el mal no tiene poder para impedir el progreso de la verdad si uno se mantiene firme con Dios, sabiendo que el Bien es omnipotente y omnipresente. No hay falta de confianza, tenemos la provisión infinita. Sin embargo, tiene que estar del lado correcto, del lado de Dios, no del lado del mal. No necesitamos pedir más si no usamos lo que tenemos; tan pronto usamos la provisión infinita, el recurso infinito se manifiesta por toda la eternidad.
Los Científicos Cristianos pueden demostrar de la mejor manera su amor por nuestra Guía siguiendo sus pasos con valor, confianza, paciencia, obediencia; avanzando con alegría, ni muy rápido ni muy lentamente, sino guiados por la Sabiduría, cumpliendo los mandamientos, puesto que esta es la única prueba de amor que permanece.
“En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio: pues como él es, así somos nosotros en este mundo” (1º Juan 4:17).
Puesto que con la confianza bien puesta
al Señor en tu segura defensa transformas,
en tu refugio, al Dios altísimo;
por tanto, a ti ninguna enfermedad vendrá,
ni a tu hogar por los cielos protegido
abrumadoras plagas se acercarán.