Lo que la Mente divina conoce para su idea, lo que nuestro Padre celestial conoce para Su hijo, es la ininterrumpida continuidad del bien. El bien está revelándose eternamente de manera ilimitada, pero ¡qué poco se dan cuenta de esto los hombres! Cuando disfrutan de sus mejores conceptos de salud y prosperidad, el error está constantemente sugiriendo que el bien no continuará; y cuando enfrentan un desafío, el error sugiere que el problema nunca cesará.
Científicamente comprendido, el bien es constante; sólo las creencias acerca de él sufren altibajos. El bien es la realidad; sólo la irrealidad varía y cambia. La abundancia y la salud son eternas; sólo los conceptos equivocados acerca de ellas son limitados y deficientes. La armonía del hombre real no es interrumpida por un accidente, suspendida por el pesar, interferida por una desilusión, ni revertida por el fracaso. Más allá y por encima del caos y la calamidad que parecen reales al sentido humano, siempre se yergue la serena y eterna armonía del ser real.
La Sra. Eddy dice: “El hombre inmortal es la idea eterna de la Verdad, que no puede caer en una creencia o error mortal concerniente a sí mismo y a su origen” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 79); y, “Éste es el gran Amor del Padre que Él nos ha dado, y que mantiene al hombre en Vida perpetua y en un ciclo eterno de existencia armoniosa” (ibíd., pág. 77). ¿Parece esto difícil de aceptar? No obstante, es verdad, y debemos aferrarnos mentalmente a él, si queremos que se manifieste en nuestra experiencia humana.
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