Dios nos ha dotado a cada uno de nosotros con la habilidad de expresar Su poder divino en nuestra vida diaria. Pero para poder hacerlo, debemos tener presente la consciente unidad del hombre con Dios, la Mente eterna, pues, cuando uno toma consciencia de la presencia eterna de Dios —que Él está más cerca que la atmósfera o la luz del sol— comienza a demostrar su unidad espiritual con el Padre. Alcanzar y mantener tal elevación y claridad mental, es el propósito de orar todos los días por uno mismo. Mary Baker Eddy escribe: “Simplemente tienes que mantener una percepción positiva, científica, de la unidad con tu fuente divina, y demostrarlo a diario” (Pulpit and Press, p. 4).
Una maestra en una ocasión les dijo a sus estudiantes que lo primero que tenían que hacer por la mañana, antes de visitar a sus amigos o reunirse con el público, era el trabajo mental. Ella insistió en que esto les daría una serenidad espiritual que no podía obtenerse de otra forma. De esa manera, su pensamiento se elevaría y obtendrían consciencia de su unidad con el Espíritu, la perfección del ser.
Uno de los primeros requisitos al orar por uno mismo, es echar el temor fuera del pensamiento. El temor es un enemigo del progreso. Comienza a desaparecer a medida que se establece en la consciencia el hecho de que la única realidad es Dios y Su idea. Un estudiante puede contribuir a su progreso espiritual al comprender a diario la superioridad que tiene el hombre sobre la vejez, los accidentes, las enfermedades, la muerte y todo error. Junto con la negación de estos, debe venir la afirmación de la realidad espiritual de que el hombre es espiritual y vive en el Espíritu, Dios. Tiene que reconocerse que el error latente no tiene lugar alguno en la consciencia del hombre, y toda sugestión maligna y agresiva que puede que esté clamando para que se la escuche, debe ser silenciada. Una negación superficial del error no es por sí sola suficiente. La negación de las pretensiones del error deben ser específicas, y se deben usar verdades espirituales específicas para anularlas y asegurar nuestro progreso. Tal aclaración sistemática del pensamiento trae la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento humano.
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