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Para lidiar con lo que no es productivo

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 6 de febrero de 2015

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Septiembre de 1983.


En una ocasión, Cristo Jesús tenía hambre, por lo que él y sus discípulos se acercaron a una higuera, pero esta no tenía ninguna fruta, solo hojas. Al descubrir que el árbol estaba dando una señal falsa —las hojas eran una señal de que el árbol debía tener fruto— Jesús declaró: “Nunca jamás nazca de ti fruto”. Como resultado el árbol se secó. La Biblia continúa diciendo: “Viendo esto los discípulos, decían maravillados: ¿Cómo es que se secó en seguida la higuera? Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho” (Mateo 21:18-21).

Uno podría interpretar este incidente como una ilustración del dominio que tenía Cristo Jesús sobre la creencia o concepto que no es productivo. Mediante el sentido espiritual, podemos discernir que algo es infructuoso aun cuando haya evidencias —simbolizadas por las engañosas hojas de la higuera— que parezcan presentar un estado aparentemente normal. Necesitamos hacer este discernimiento especialmente cuando enfrentamos este tipo de situaciones porque la falta de productividad es por lo general más que un estado de estancamiento de las cosas. Puede ser el comienzo de algo que terminará por transformarse en una actividad contraproducente.

Jesús comparó el proceso en que se marchitó la higuera, con la remoción de montañas, y afirmó que se requería una fe sin sombra de dudas para lograrlo. Esta acción de Jesús puede ser muy útil para aquellos que tienen que lidiar con la falta de productividad.

Alguien puede que se pregunte: “¿Qué es una actividad no productiva?” Ciertamente la enfermedad es una de las formas de actividad más faltas de productividad, incluso contraproducentes, que la humanidad debe combatir. Pero la enfermedad, el fracaso en los negocios, los infructuosos esfuerzos por efectuar una venta, y la producción ineficaz en cualquier aspecto de la vida, pueden ser vencidos, probando así que carecen de poder para lastimarnos o influenciarnos.

La Ciencia Cristiana revela que la Mente divina, Dios, es la fuente de toda acción. Obviamente, Dios no produce inactividad, falta de productividad, o acciones contraproducentes. Las ideas de la Mente son por siempre activas; y el hombre, por reflejar a la Mente, tiene el poder divinamente otorgado para cumplir el propósito de Dios.

Las ideas que provienen de Dios son perfectas. No incluyen ningún fracaso ni elemento improductivo alguno. El individuo necesita afirmar su relación con la Mente divina porque es su idea completa y buena. Mediante esta comprensión, puede hacer que sus actividades diarias sean productivas.

Pero a menudo parece como que las buenas ideas pueden perderse, tal vez se les presente un obstáculo que impide que se lleven totalmente a cabo, o incluso hace que fracasen. A veces esto parece ser cierto tanto para el cuerpo como para un negocio, como es, por ejemplo, el caso de una persona perfectamente sana a la que una enfermedad le impide ser productiva.

Pocas personas tienen la necesidad de literalmente mover montañas. Sin embargo, las experiencias nocivas pueden manifestarse en nuestra vida de manera tan amenazadora y grande como una montaña. Pero la declaración de Jesús muestra que dichas “montañas”, como son, por ejemplo, los crecimientos anormales, pueden sanarse. Puesto que los tumores son desarreglos que no tienen ningún propósito, ninguna función fisiológica, e incluso puede que parezcan surgir sin causa alguna, pueden ciertamente clasificarse como estados o condiciones improductivas. El poder divino al que Jesús recurrió al marchitar la higuera, puede lidiar con firmeza con estos estados falsos.

Una madre que es Científica Cristiana se sintió perturbada al descubrir que a su pequeña hija le habían salido verrugas en la cara. Al principio solo había una, luego aparecieron varias más, lo que hizo que la niña se sintiera muy cohibida. Un practicista de la Ciencia Cristiana le explicó a la madre que la experiencia de Jesús con la higuera estéril, mostraba a toda la humanidad la autoridad divina que tenían para eliminar cualquier condición improductiva, incluso las verrugas.

“Se secó”. ¡Qué verdad tan poderosa respalda esta declaración! Nadie puede secar una idea espiritual divina. Dicha idea no puede causar desfiguración o desdicha. Y cuando sabemos que el amor de Dios no se manifiesta en la acción falsa, ya sea que aparezca como enfermedad o como verrugas, comenzamos a probar la irrealidad del mal. Dios, el bien, es lo único real, la única acción, y dichos errores son contrarios a Su naturaleza y también a la de Su hijo inmaculado. De modo que con el tratamiento de la Ciencia Cristiana, las verrugas desaparecieron.

Una Científica Cristiana que tenía un tumor en el pecho, percibió la naturaleza improductiva de dicha condición. Después de orar unas pocas semanas, y recibir algo de apoyo metafísico de un practicista de la Ciencia Cristiana, ella también percibió la habilidad del poder divino para hacer desaparecer la condición que no cumplía función alguna. Como resultado de esta percepción el pecho fue restaurado a su estado natural.

Todo lo que se manifieste como un crecimiento anormal o condición enfermiza, puede sanarse mediante la comprensión y la práctica de la Ciencia Cristiana. Volviendo el pensamiento hacia un concepto espiritual del crecimiento, la Sra. Eddy escribe: “Las etapas progresivas de la Ciencia Cristiana se adquieren mediante desarrollo, no por acrecentamiento; el ocio es el enemigo del progreso. Y el desarrollo científico no manifiesta debilidad, ni emasculación, ni visión ilusoria, ni distracción ensoñadora, ni insubordinación a las leyes que existen, ni pérdida o carencia de lo que constituye el hombre verdadero”. En el siguiente párrafo continúa diciendo: “El desarrollo es gobernado por la inteligencia; por Dios, el Principio activo, omnisapiente, creador de toda ley, que disciplina por medio de ley, que cumple la ley” (Escritos Misceláneos, pág. 206).

Cuando uno comprende el Principio inteligente “respetuoso de la ley”, que es Dios, y ve al hombre a Su imagen y semejanza, clasifica la enfermedad como la creencia improductiva que realmente es. Como no cumple con las normas para ser un crecimiento verdadero como es revelado en la Ciencia Cristiana, no es una idea espiritual que proviene de la Mente. Por lo tanto, puede ser eliminada.

Los problemas de negocios pueden enfrentarse de la misma manera. Un estado de improductividad en un negocio no es simplemente un estado estancado de inactividad. Es, más bien, un estado negativo contraproducente. Pero podemos tener un negocio saludable tan ciertamente como podemos tener un cuerpo saludable, probando mediante la oración la eterna presencia de la armonía espiritual. El Cristo, la Verdad, nos da la autoridad divina y el discernimiento espiritual para eliminar de nuestro negocio las actividades improductivas o contraproducentes.

Un vendedor no debería tener que perder tiempo y energías con cuentas que demuestran ser infructíferas. Al reconocer que por ser el hombre de Dios él refleja la inteligencia divina, es guiado hacia aquellos clientes que necesitan y son receptivos a lo que él tiene para ofrecer.

Escritores, artistas —personas creativas de todo tipo— encuentran que sus esfuerzos no son en vano cuando prestan atención la revelación de la Mente.

No obstante, con frecuencia, los grandes logros distan mucho de ser la norma para quienes están en el campo de los negocios. El esfuerzo improductivo en los negocios a menudo lleva a la frustración, el temor y el fracaso. Y decir simplemente: “Se secó”, parece como una simplificación exagerada de los problemas. Detrás de estas palabras debería hallarse la profunda comprensión que Jesús tenía de la verdadera naturaleza de Dios y el hombre, y de la total impotencia del mal. Su comprensión del Cristo, la Verdad, es esencial para todo aquel que emularía el rechazo que sentía el Maestro hacia todo lo que es improductivo.

Mediante su completa expresión y comprensión del Cristo, Jesús sabía que era el Hijo de Dios, y esto le permitió reflejar la autoridad divina que exhibía a diario en su enseñanza y curación.

A través de la Ciencia del Cristo, los seguidores de hoy pueden probar su propia filiación con Dios, la Mente. Al esforzarnos conscientemente por reflejar esta Mente, nos encontraremos expresando en nuestro negocio las ideas correctas de la Mente. Es obvio que las creencias improductivas y contraproducentes no fluyen de la Mente del todo inteligente. De manera que cuando estas falsedades nos tienten a creer que tienen un lugar en la ordenada estructura de nuestro propio negocio, podemos eliminarlas como el Maestro hizo con la higuera.

No existen fuerzas contrarias del mal que puedan socavar nuestros esfuerzos de expresar cualidades divinas en nuestra labor, o que nos engañarían aparentando ser legítimas. Todo aquello que dice que podría socavar la actividad productiva — la codicia, la avaricia, la limitación, la escasez— no es otra cosa más que una creencia falsa de la mente carnal. Esta llamada mente es lo que la Biblia llama “enemistad contra Dios” (véase Romanos 8:7). Liberarse de lo que no es productivo, requiere reemplazar todas estas negaciones de la mente carnal con pensamientos inspirados por Dios. Contrarrestamos la limitación con la abundancia del amor de Dios; la avaricia y la codicia del mercado, con el deseo de ayudar a nuestro prójimo, de amarlo espiritualmente como nos amamos a nosotros mismos. Estas son las instrucciones positivas del Amor divino. Y obedecer las directivas del Amor nos permite eliminar las creencias falsas que llevan a la actividad improductiva  y contraproducente.

De acuerdo con Jesús, reducir a nada lo ineficaz o eliminar los enormes problemas es un acto de fe. ¿Fe en qué? Fe en nuestra propia filiación con el Padre, Dios; fe en el Cristo que revela el plan del Padre en todas las actividades que desarrollamos; fe en la Vida en la cual no hay enfermedad ni muerte, cuya acción es siempre armoniosa.

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