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Gracia, curación y el amor inagotable de Dios

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 11 de julio de 2016

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Agosto de 2006.


¿Has sentido alguna vez que debías haber hecho algo más para merecer el amor de Dios? ¿O que tu pasada forma de vivir hizo que merecieras un lugar afuera del amor de Dios? La gracia divina ofrece una respuesta llena de consuelo y paz a estas preguntas. 

Al pensar detenidamente en todo el tema de la gracia, he llegado a percibir que Dios simplemente nos ama a todos, no importa qué. Desde el punto de vista de la Ciencia Cristiana, si Dios es Amor, si Él es el Amor divino omnipresente, eterno, infinito, entonces lo único que Dios puede hacer es ser ese Amor. Él sólo puede amarnos con una capacidad infinita e ilimitada, a lo largo de todos los tiempos, y en todas partes. Este amor existe para cada uno de nosotros completa e independientemente de cualquier cosa que podamos hacer en esta esfera presente de la existencia.

Nosotros realmente no podemos ganar el amor de Dios, y ciertamente no podemos perder el amor de Dios, así como no podríamos ganar o perder el calor del sol en un día de verano sin nubes. El mismo calor del sol está presente para todos, sin límite o restricción personal, porque la naturaleza del sol es brillar siempre, universal e imparcialmente, y no tan solo al mediodía cuando no hay ninguna nube. Y del mismo modo, vivimos en todo momento en la luz del amor de Dios. De ese amor obtenemos sustento. Obtenemos el significado y propósito de nuestras vidas. El amor de Dios, que experimentamos a través de Su gracia es, de hecho, la razón misma de nuestra existencia y la cosa más grandiosa para la que nuestras vidas han sido destinadas. Vivimos para el Amor, y vivimos para amar.

¿Acaso este concepto parece poco práctico o que no tiene una aplicación directa en el éxito que podamos alcanzar en nuestra vida? Piensa en esto: ¿qué pasaría si un hombre de negocios… o una maestra de escuela… o el obrero de una fábrica… o un ama de casa… o el presidente de la nación más poderosa de la tierra, pensara que el significado y propósito de su propia vida es ser la expresión del Amor divino? ¿Tendría esto algún impacto en los asuntos humanos? ¿Cambiaría algo? Más bien, ¿qué no recibiría ese impacto? ¿Qué no cambiaría? Para mí, esta es la promesa de la gracia divina: que todo cambia, es transformado, por el Amor y su expresión.

La gracia de Dios ha sido fundamental para la teología cristiana desde los primeros días de Jesús y sus discípulos. En la Biblia, el apóstol Pablo con frecuencia escribe sobre el tema. Las epístolas de Pablo con regularidad comienzan y terminan con saludos y bendiciones de gracia. Por ejemplo, en la tradición de Pablo, la epístola del Nuevo Testamento a los hebreos declara: “Buena cosa es afirmar el corazón con la gracia” (Hebreos 13:9).

Por propia experiencia, Pablo sabía mucho acerca de la gracia de Dios. ¿Acaso no había sentido el toque depurador del Amor divino cuando iba de camino a Damasco? La gracia salvó a Pablo ese día, y ¿quién, podríamos preguntar, podría merecerlo menos que este perseguidor de los seguidores de Jesús? El efecto de la gracia fue literalmente el cambio que se operó en él, de Saulo a Pablo, elevándolo de uno que juzgaba y condenaba a los cristianos, a ser un maestro, predicador y sanador nombrado por Dios. Pablo ahora seguía los pasos del Maestro, Cristo Jesús. Y él sabía que esta misión que acababa de encontrar era resultado directo de la gracia transformadora de Dios. Posteriormente escribiría: “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero, por la gracia de Dios, soy lo que soy” (1º Corintios 15:9-10).

Las palabras de Pablo ofrecen una promesa poderosa para cada uno de nosotros —la promesa de que no importa qué mal hayamos hecho o pensado, la gracia puede transformarnos ahora mismo— aunque estemos en nuestro camino a Damasco. Y la gracia de Dios nos da lo que necesitamos para vivir con móviles y afectos más puros, y llevar a cabo todo el bien del que somos capaces.

Tanto de la curación genuina es simplemente la evidencia externa de la gracia de Dios que se derrama a borbotones en las vidas humanas.

La palabra griega para gracia que se usa en los escritos del Nuevo Testamento es charis. Una autoridad de la Biblia señala que la raíz del significado incluye “el regocijo, el que trae alegría”, y que los griegos acostumbraban a saludarse unos a otros con “¡que tengas alegría!” (Los cristianos llegarían a saludarse con “¡La gracia sea contigo!”) La misma referencia continúa diciendo: “Hay poco en la anterior fraseología [antes de la era cristiana] para explicar la supremacía de este término específico en el NT [Nuevo Testamento]; una experiencia nueva exige un nombre nuevo. ‘Gracia’ designa el principio en Dios de la salvación del hombre a través de Cristo Jesús. Es el amor inmerecido, no restringido de Dios a los pecadores, revelado y puesto en operación en el Cristo” (véase James Hastings, Dictionary of the Bible (New York: Charles Scribner’s Sons, 1948, p. 313). Otra referencia bíblica amplía la definición de charis (gracia) como “la influencia divina en el corazón, y su reflejo en la vida” (James Strong, “Greek Dictionary of the New Testament,” Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible, p. 77).

A medida que recibimos con agrado esta influencia divina en nuestra vida, llegamos a percibir que toda nuestra vida puede ser, en realidad, una oración de gracia. La oración no consiste simplemente en esos momentos que nos apartamos y juntamos las manos. Realmente oramos con nuestra vida. De modo que, podríamos hacernos esta pregunta muy importante: “¿Qué tipo de oración estoy viviendo?” La Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, observó: “Vivir de tal manera que la consciencia humana se mantenga en constante relación con lo divino, lo espiritual y lo eterno, es individualizar el poder infinito; y esto es la Ciencia Cristiana” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 160).

Para mí, esa explicación es una oración viviente. ¿Y no es acaso lo que hizo Jesús? ¿No vivió “de tal manera que la consciencia humana se mantenga en constante relación con lo divino”? Recuerdas la ocasión cuando fue a resucitar a Lázaro de los muertos. Antes de llamar a Lázaro, Jesús dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes” (Juan 11:41, 42). Siempre, dijo Jesús. Es un hecho que el Maestro vivía con “la consciencia en constante relación con lo divino”, de tal modo que Dios siempre lo escuchaba. Una prueba impresionante del poder de la gracia divina se manifestó cuando Lázaro salió de la tumba envuelto en su sudario. ¿Te imaginas lo que debe de haber sido estar parado allí y haber sido testigo del momento supremo de la gracia de Dios en acción?

Pienso que es solo por medio de la gracia de Dios que podemos tener la esperanza de vivir como Jesús lo hizo, sabiendo que Dios siempre nos escucha. Tener la certeza de la respuesta siempre presente de Dios a nuestras oraciones, es esencial para la práctica de la curación cristiana.

Gracia y curación

Cuando se siente la gracia de Dios, la influencia de Su amor en nuestro corazón, se expresa naturalmente en nuestra experiencia mediante la práctica de la curación cristianamente científica. Y la curación, en su sentido más amplio, realmente apunta a la decisiva eliminación de todo vestigio de mortalidad y sus limitaciones correspondientes. Dicha curación significa superar la enfermedad y el dolor, la desesperación, la inmoralidad, la pobreza, la desesperanza, el temor, la violencia, y cosas por el estilo; todas las mentiras debilitantes que confrontan a la humanidad. Cada falsedad, y todo lo que parezca ser sus efectos en la vida humana, puede eliminarse comprendiendo la verdadera naturaleza de Dios y del hombre como Su manifestación pura y espiritual. Esto incluye la curación de lo que podría clasificarse como enfermedad incurable o pecado obstinado. Y la Sra. Eddy explicó acerca de esa curación: “Todo esto se logra mediante la gracia de Dios —el resultado de comprender a Dios” (La Ciencia Cristiana en contraste con el panteísmo, pág. 10).

Mary Baker Eddy claramente relacionaba la gracia con la curación. En una de sus cartas a un estudiante, Frank Gale, ella le aconsejó respecto a su propio ministerio de curación. Dijo en parte: “La curación se volverá más fácil y será más inmediata a medida que te des cuenta de que Dios, el Bien, es todo y el Bien es Amor. Debes obtener el Amor, y perder el falso sentido llamado amor. Debes sentir el Amor que jamás falla, la percepción perfecta del poder divino que hace que la curación ya no sea poder, sino gracia. Entonces tendrás el Amor que echa fuera el temor, y cuando el temor desaparece, la duda desaparece, y tu trabajo ya está hecho. ¿Por qué? Porque jamás fue deshecho” (L08565, Mary Baker Eddy a Frank Gale, 9 de junio de 1891, La Colección Mary Baker Eddy, La Biblioteca Mary Baker Eddy para el Adelanto de la Humanidad). 

En la curación de la Ciencia Cristiana está la exigencia de abandonar toda sugestión de que la curación es de algún modo un “poder” personal que tenemos a través de un talento especial, o que podemos obtenerlo mediante meros esfuerzos y medios humanos. Tenemos que estar dispuestos, en cambio, a ceder sin reservas a la gracia del Amor divino en nuestro trabajo sanador. Gran parte de la curación genuina es tan solo la evidencia externa de la gracia de Dios que se derrama a borbotones en las vidas humanas. 

¿Acaso no es toda instancia de curación mediante la oración, toda manifestación externa de la gracia de Dios, en realidad, una demostración de la Verdad destruyendo aquellos elementos materiales del pensamiento que oscurecen nuestra armonía innata? Un aspecto fundamental de la curación cristiana es superar la ignorancia y el temor, poner al descubierto la voluntad humana, desechar las confianzas falsas, abandonar los conceptos limitados, expulsar y erradicar el pecado dondequiera que sea necesario. Este tipo de transformación en el pensamiento tiene por resultado el ajuste apropiado de cualquier condición que necesite corrección. Tiene por resultado la curación.

Esto es lo que la gracia del Amor produce en nosotros. La acción del amor de Dios nos purifica de los enfermizos, pecaminosos y limitados conceptos errados. El Amor divino que extrae el error y aniquila el mal es el Amor poderoso; puede eliminar de nuestro pensar montañas enteras de creencias falsas. El abrazo del Amor, mediante la actividad del Cristo (la influencia divina en el pensamiento humano), nos saca fuera de la oscuridad a la luz de la Verdad. La gracia de Dios nos libera para que seamos quienes somos realmente: los hijos inmaculados, completos, alegres, de Dios, el reflejo espiritual de la Vida, la Verdad y el Amor. No existe mayor alegría que descubrir cómo el Amor cuida constantemente de cada uno de nosotros; cómo el Amor llena de gracia la vida de cada uno de nosotros.

En el Antiguo Testamento está el relato de una mujer sunamita cuyo hijo había muerto, y ella había recurrido al profeta Eliseo en busca de ayuda. Su respuesta fue esencial para la curación. Cuando el criado de Eliseo se encontró con ella en el camino, él le preguntó: “¿Te va bien a ti?” Su inmediata respuesta, aunque su hijo había muerto, sigue siendo un notable testamento de la gracia divina: “Bien” (2º Reyes 4:26). Solo mediante la gracia sería posible que, en medio de un desafío tremendo, si surgiera la pregunta: “¿Todo anda bien con ustedes?”, nosotros también pudiéramos responder con humildad y honestidad: “Todo está bien”.

Este punto de vista puede ser una piedra angular para nuestra práctica de la curación en la Ciencia Cristiana. Las insistentes sugestiones de lo que el Apóstol Pablo llama la mente carnal de que algo no está bien, que algo dista mucho de estar bien, que no es posible que esté bien, puede cuestionarse de inmediato. Las insistentes sugestiones que cuestionan nuestra buena salud, nuestra integridad, nuestra relación con Dios —que impone creencias de enfermedad y síntomas de dolor; que niegan la presencia de Dios e insisten en cambio que somos limitados, débiles y frágiles mortales predispuestos a la enfermedad— todo esto puede enfrentarse con la expectante afirmación: “¡Bien!”

En verdad, todo lo que enfrentemos está siempre bien, porque cada uno de nosotros es la semejanza pura y perfecta de nuestro Creador, que está siempre bien. La perfecta bondad e integridad de Dios se refleja en Sus hijos buenos e íntegros: tú y yo. Somos las hijas e hijos amados de Dios “en [quienes] tengo complacencia” (véase Mateo 3:17). 

Todo lo bueno que viene a nuestras vidas a través de la gracia —todas las curaciones, todo el progreso espiritual— dan testimonio no solo del hecho de que el amor de Dios por nosotros ciertamente abunda, sino de la realidad de que el poder de Su Cristo salvador es insuperable. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe extensamente acerca de las grandes obras que realizó Jesús, y cómo logró todo lo que hizo. Ella termina un párrafo declarando: “La gracia y la Verdad son mucho más potentes que todos los otros medios y métodos” (Ciencia y Salud, pág. 67). Comprender esto puede brindarnos una tremenda esperanza. Podemos regocijarnos en ella. Podemos confiar en el poder supremo y la continua influencia de la gracia divina en nuestras vidas, hoy.

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