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“He aquí, el velo del templo se rasgó en dos”

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 1º de abril de 2016

Original en alemán


Así leemos en el relato del Evangelio según Mateo (27:51). ¿Acaso este detalle tiene un significado especial ya que se menciona específicamente? ¡Sí, lo tiene! 

Jesús, el Mesías o Cristo de la profecía, por tantos siglos esperado, finalmente se había manifestado y viajado durante tres años por las provincias romanas de Judea y Siria. Durante este tiempo había sanado a muchos, había enseñado, amonestado, consolado e incluso había resucitado muertos. Su obra fue una labor de amor, y él trajo las felices nuevas de que el reino de Dios está dentro de nosotros, no es algo que está allá lejos. Sin embargo, Jesús había sido difamado, maltratado y finalmente crucificado, como habían demandado las celosas autoridades y un tropel de gente.

Las doctrinas religiosas de esa época se oponían a la enseñanza de Jesús de que Dios, el Padre de todos, es el Amor omnipresente. La gente en general creía que Dios vivía en la parte del Templo llamada sanctasanctórum, la cual estaba separada del resto del Templo por una cortina. Nadie excepto el sumo sacerdote tenía acceso a ella, y solo una vez al año.

El desaliento, la tristeza y la conmoción por la condición física, de pronto desaparecieron.

Cuando Jesús fue crucificado, ocurrió algo que fue descrito de la siguiente forma: “Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena….Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron” (Mateo 27:45, 51).

¿Acaso no percibimos que la rasgadura del velo, que estaba frente a lo que se pensaba que era “la casa de Dios”, es una clara señal de que esta separación entre Dios y el hombre hecha por los humanos, no existe? Dios es el Espíritu siempre presente, y el hombre es la imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:26, 27). El original y el reflejo deben estar juntos. No pueden separarse.

La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribió en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Así como una gota de agua es una con el océano, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser” (pág. 361).

He llegado a notar muchos otros “velos” en la vida diaria, que son por lo general de naturaleza mental. En una ocasión tuve una experiencia que me recordó esto. De pronto comencé a tener un dolor intenso por el cual me resultaba muy difícil caminar. Por supuesto, empecé a orar de inmediato para poder despertar de este sueño de dolor. Pero por alguna razón no me sentía inspirada cuando oraba, y el problema mejoró muy poco. No obstante, por lo menos pude manejar y asistir a la reunión de testimonios en mi Iglesia filial de Cristo, Científico. Cuando regresé a casa, oré más por la condición trabajando particularmente con dos artículos: “The scientific certainty of healing” (La certeza científica de la curación) por James Spencer (del Christian Science Sentinel del 8 de septiembre de 2014), y “En favor o en contra de la curación espiritual: ¿en qué bando estamos?” por Nathan A. Talbot (de El Heraldo de la Ciencia Cristiana de Septiembre de 1991).

Al día siguiente, cuando empecé a leer nuevamente el primer artículo, sucedió algo muy especial: Fue como si el “velo” de mi pensamiento se hubiera rasgado. El desaliento, la tristeza y la conmoción por la condición física, de pronto desaparecieron. ¡Simplemente desaparecieron! Me embargó una alegría resplandeciente, y sentí la presencia de Dios. Literalmente sentí que desbordaba de alegría y luz. Poco después leí el siguiente pasaje de la Lección Bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana: “En la Ciencia divina, Dios y el hombre verdadero son inseparables como Principio divino e idea” (Ciencia y Salud, pág. 476).

Al pensar más sobre el problema, me vinieron al pensamiento las siguientes palabras de “Una Regla para móviles y actos”, dirigida a los miembros de La Iglesia Madre. La Sra. Eddy está hablando de la necesidad de estar alerta y orar para ser liberados de todo mal: “…de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente” (Manual de la Iglesia, Art. VIII, Sec. 1). De pronto me di cuenta de que yo había estado ignorando todo esto: había “profetizado erróneamente” que no podría hacer el trabajo que tenía que realizar; me había “juzgado” a mí misma al “condenarme” por esta condición física; casi había escuchado el “consejo” del error, de renunciar a los planes que tenía para el siguiente fin de semana, que yo valoraba tanto. Por ende, había permitido ser “influenciada” erróneamente por el doloroso problema físico.

No existe nada en todo el universo que pueda o quiera, interrumpir o destruir el estado de santidad, integridad y salud que hemos heredado eternamente.

¿Puedes imaginarte la gratitud que sentí al rasgarse este velo de pensamientos erróneos? Una cita de la Lección Bíblica de esa semana, lo sacó a relucir muy claramente: “El que es santo, santifíquese más todavía” (Apocalipsis 22:11, versión Reina-Valera 1995). No existe nada en todo el universo que pueda o quiera, interrumpir o destruir el estado de santidad, integridad y salud que hemos heredado eternamente. Y fue maravilloso porque el dolor insoportable que sentía muy pronto desapareció por completo.

Es propio del error —todo aquello que trataría de contradecir la Verdad, Dios— oscurecer nuestro pensar y nuestros sentimientos, haciendo que no realicemos actividades buenas, y que pensemos que no podemos participar en actividades ya planeadas y en las que ansiamos participar. El error siempre susurra: “¡Detente! Es imposible, date por vencido y vuélvete a la cama”. Los ángeles de Dios, por otro lado, confieren valor, energía, alegría y creatividad, con las cuales podemos construir, cumplir, crear, experimentar amor, alegría y satisfacción, y compartir con los demás.

Nuestro Padre-Madre Dios, el bien, siempre se relaciona con la luz, nunca con la oscuridad. Él siempre está allí mismo donde estamos nosotros. Jamás olvidemos que nada puede separarnos de Dios, de Su infinito amor y bondad. La rasgadura del velo mental, nos capacita a cada uno de nosotros para sentirnos cerca de Dios y Su amor infinito. Por esto podemos celebrar la alegría de la Pascua de la resurrección de Jesús, de la vida eterna, y con alegría hacer coro con los primeros cristianos: “¡Ha resucitado! Sí, realmente, él ha resucitado”.

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