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La gloria “antes que el mundo fuese”

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 6 de mayo de 2016

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Abril de 1939.


“Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. Estas palabras no fueron expresadas por un potentado que regresaba triunfante de una conquista, sino por un hombre que estaba a punto de ser crucificado por su bondad. No fueron manifestadas en una época donde reinaba la paz en todo el mundo civilizado, sino cuando la crueldad, la injusticia, la persecución, la agresión y la maldad acechaban la tierra. Esta notable declaración fue hecha en un país donde los odios raciales permeaban las doctrinas religiosas, las acciones políticas y los decretos gubernamentales. Fueron expresadas por uno “despreciado y desechado entre los hombres”. No obstante, dichas palabras han vivido en los corazones de los hombres a lo largo de todas las épocas que siguieron desde entonces. Fueron dichas a la sombra de una cruz, pero cumplidas en la resurrección de Cristo Jesús.

Poco antes que judíos y romanos, políticos y soldados, sacerdotes y la plebe, se unieran para tratar de destruir la vida temporal de este hombre justo, él había declarado que tenía poder para dar vida eterna a todos los que Dios le había dado. Cuando la carnalidad alardeaba que terminaría con su misión, destruiría su existencia y le robaría toda su sagrada fama, Jesús supo que él era glorificado por el poder que era el Amor universal, eterno y primordial. Él no pidió la gloria del mundo, sino la gloria de “antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). ¿Podría acaso la fuerza física impedir la respuesta a este pedido? ¿Podría el odio humano echarlo fuera de la presencia de su Padre? ¿Podría el mundo interponerse entre la Vida eterna y su manifestación que la Vida misma protege?

El hecho de que Jesús haya orado de esta notable manera, indica que él sabía que allí mismo la Vida mantenía al hombre en el punto exacto de la perfección. Estaba declarando que la divinidad en ese momento estaba haciendo que los hechos de la Vida eterna se manifestaran en el hombre, que es por siempre el hijo espiritual de Dios, y estaba trayendo esta verdad a la consciencia humana. Estaba virtualmente repitiendo su declaración: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Juan 3:12). Ningún poder podía mantener al hombre que estaba en los cielos, fuera de los cielos.

Para Jesús la gloria “antes que el mundo fuese” significaba la habilidad de la Vida eterna de preservar para siempre al hombre en la dicha del paraíso del Espíritu, “el sentido espiritual de la Vida y del poder”, como escribe la Sra. Eddy en Escritos Misceláneos (pág. 70). Proclamaba la acción de la ley divina, manteniendo al hombre inseparable de Dios, no abandonándolo a la aniquilación. Esta gloria era la existencia en y del Espíritu, donde las capacidades y oportunidades del infinito se expresan eternamente en el hombre. Esto significaba que el eterno desenvolvimiento era la identidad consciente del Existir indestructible.

Nuestra Guía afirma (ibid.,pág. 82) que “la progresión infinita es el ser concreto, el cual ven y comprenden los mortales finitos sólo como una gloria abstracta. A medida que la mente mortal, o sentido material de la vida, se desecha, el sentido espiritual y Ciencia del ser sale a luz”. En el momento en que la mente carnal creía que la carrera del hombre Jesús estaba acabando, Jesús estaba consciente de la “progresión infinita” y la estaba reclamando como la gloria que su Padre divino está constantemente dando al hombre. Él la afirmaba no como algo nuevo que más tarde alcanzaría, sino como el estado en el cual el hombre eternamente mora con Dios; como aquello que el mundo jamás había perturbado o alterado.

El resplandor de la consciencia que tenía nuestro Maestro de su unidad con Dios, expresada en las sagradas palabras de Juan 17:5, brilló a través de la época más tenebrosa que la tierra haya conocido. El Cristo, la Verdad, estaba a punto de ser repudiado por los gobernantes seculares y religiosos; el hombre que había enseñado y demostrado el poder divino iba a ser crucificado, y sus discípulos dispersados. Los amigos iban a traicionar, los enemigos a difamar, y las supuestas fuerzas del mal hipotético parecían unirse para aniquilar el nombre y las enseñanzas de Cristo Jesús en la tierra. Estos insidiosos métodos de la maldad entronizada, iban a intentar disipar el cristianismo de los corazones y pensamientos de los hombres. El poder de Dios sería abiertamente despreciado y ridiculizado por las masas, las cuales posiblemente incluían a más de uno que Jesús había sanado. Sin embargo, nuestro Mostrador del camino, sabiendo que todo esto ocurriría, de pie en el umbral mismo del cataclismo que lo amenazaba, dijo: “Ahora, pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”.

Al expresarse así, Jesús prácticamente declaró que estaba listo para permitir que apareciera el hombre espiritual donde parecía estar el mortal; que el Hijo de Dios reemplazara al hijo de María; que la individualidad de lo infinito y eterno disipara la apariencia de lo finito y temporal. Él estaba consciente de que lo humano estaba listo para ceder a lo divino en todo punto. Él estaba listo para abandonar todas las creencias de que hay vida, sustancia e inteligencia en la materia, y de esa manera necesariamente experimentar la aparición del hombre espiritual a semejanza de Dios. Él sabía que el error estaba simplemente elaborando su propia revelación y destrucción, mientras Jesús moraba con la Ciencia del Principio divino y su perpetua paz.

A través de sus pacientes y persistentes pasos para comprender y vencer, el gentil y poderoso nazareno había recorrido el camino de los sentidos al Alma por más de treinta años. Él sabía que el último y más grande asalto del mal aparente, no podría destruir las ganancias espirituales de los logros previamente alcanzados, sino que esta evidencia acumulada del poder divino que estaba con él, silenciaría para siempre, en su consciencia pura, el último suspiro de un poder opuesto a Dios. Los hechos de la existencia espiritual eran más reales para él que las sombras del materialismo. La gloria de la individualidad divina era más vívida para su pensamiento que las penumbras del sentido mortal. Confiaba en que la divinidad abarcara a la humanidad en su incuestionable demostración de omnipotencia.

Esta confianza no estaba fuera de lugar. La oración de Jesús fue respondida y su obra acabada. Los gritos de “crucifícale” fueron ahogados por la imperecedera dulzura de las palabras del Maestro: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). La sepultura fue seguida de la resurrección, y los siguientes cuarenta días por la ascensión. La vitalidad de sus enseñanzas y demostraciones han aumentado a través de todos los siglos, y llegaron al cumplimiento de la profecía en la Ciencia Cristiana, que enseña a todo hombre a despertar a la gloria de su verdadera identidad como el hijo de Dios.

La Ciencia Cristiana, la Ciencia que Jesús enseñó y vivió, declara que “las verdades primordiales del ser son eternas; jamás se extinguen en una noche de discordancia” (Escritos Misceláneos, pág. 187). Este eco claro de la enseñanza del Mostrador del camino, viene a los corazones agobiados hoy, señalando la senda hacia la armonía. Por más profundas que parezcan ser las tinieblas de la experiencia mortal, por más agresivos que se hayan vuelto los argumentos del error, por más crueles que sean las circunstancias que parecen envolvernos, es hora de que el que es fiel ore: “Ahora, pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. El hecho primordial de la unidad del hombre con Dios no ha sido destruido por la apariencia del error. El poder omnipotente y omnipresente del bien es inalterable, y es capaz de transformar nuestro tropiezo y remontarnos a los cielos. Hoy, como en tiempos de Jesús, el Amor divino puede traer a la comprensión humana la Vida que es Dios, y al hombre que es el amado de Dios, incluso la individualidad eterna y verdadera de cada uno.

La misma verdad que elevó a Jesús por encima de la inminente fatalidad, y la venció, dice hoy al corazón triste y desalentado:

“Al que está triste llama: ‘Ven a mi pecho,
tu llanto secará el Amor;
tu tristeza borrará,
y un lugar radiante te hará
en la gloria del día sin fin’”.
(Mary Baker Eddy, Christian Science Hymnal Nº 298 © CSBD, según versión en inglés)

El Amor divino no mantiene a los hombres luchando durante días de privaciones y desesperación, sino que los eleva al “día sin fin” del Espíritu, donde hay “un lugar radiante” para todos. Pero notamos que el llamado de venir al pecho del Amor precede la declaración de la tierna mediación del Amor. Esto significa el reconocimiento de la presencia de Dios con el hombre, el reconocimiento de la individualidad espiritual del hombre como el hijo de Dios, el ceder del sentido material humano de las cosas, a la Verdad divina. Este enfoque humano de la realidad eterna, no debería ser difícil o temeroso, porque la palabra “pecho” indica que la realidad es la Madre-Amor, lista para responder al más leve toque, con consuelo y satisfacción, para impartir inmediatamente la esencia misma de la armonía divina al que lo necesita.

No existe “tristeza” tan densa que no pueda ser dispersada por la gloria de la Verdad espiritual. No hay aparente peligro tan inminente que mediante la comprensión del Amor divino no pueda probarse que carece de poder. No hay amenaza del mal que no pueda ser silenciada por la Palabra de Dios. No existen dos poderes, el bien y el mal, sino uno solo: el bien. En este bien infinito el hombre vive, se mueve y tiene existencia eterna. Debido a que Jesús conocía esta verdad, la misma se le fue revelando en un grado cada vez mayor en su caso, hasta que se transformó en el todo-en-todo de su existencia. El mismo privilegio le pertenece a todo aquel que hoy estudie y aplique las enseñanzas de Jesús como las revela la Ciencia Cristiana.

La hora más oscura de la experiencia humana presenta la oportunidad de dejar la materialidad por la realidad divina, dejar lo finito por lo infinito. Es el momento en el que la consciencia humana puede cerrar la puerta del sentido mortal, y abrirlo ampliamente a la comprensión espiritual. En este punto, puede rechazarse toda pretensión de estar asociado con el mal, y puede percibirse la indisoluble relación que existe entre Dios y el hombre. El pensamiento puede tomar consciencia de lo que Dios puede hacer por Su amado, en vez de lo que el error amenaza con poder hacer al supuesto objeto de su odio. En tales momentos es cuando el mundo de los sentidos da lugar al cielo del Alma.

La hora más oscura divinamente iluminada, es cuando nuestros campos están blancos para la cosecha, para ser acumulada en el “lugar radiante” de la percepción espiritual, no para ser destruida por el falso segador, la muerte. Esto y más, es lo que Jesús dio a entender en su declaración de la gloria que Dios ha dado al hombre. Esto es lo que la Ciencia Cristiana está demostrando a los corazones fieles en esta era, reiterando y repitiendo la salvación del Cristo. Los corazones de los hombres no necesitan estar preocupados o temerosos. La gloria “antes que el mundo fuese”, existe, y seguirá existiendo cuando el sentido mortal del mundo haya llegado a su fin.

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