Ni la materia médica, ni la química, ni la física, ni ninguna de las llamadas ciencias naturales, por más útiles que sean para la humanidad, pueden revelar los hechos espirituales relacionados con el cuerpo. Todas las teorías humanas finalmente fracasan debido a que incorporan en sus premisas el error básico de que Dios, el Espíritu, no es Todo; que la materia, el supuesto contrario del Espíritu, es real y sustancial. Solo la Ciencia del Cristianismo, el Cristo, o la Verdad, mediante la cual Jesús demostraba el Principio del Primer Mandamiento, puede disipar las falsedades que han sido incorporadas a todas las premisas y conclusiones mortales, y proporcionar los hechos espirituales a través de los cuales el cuerpo puede ser definido de manera exacta y útil.
La Ciencia Cristiana, en su revelación respecto a lo que constituye el cuerpo, comienza con la premisa básica y mantiene de principio a fin, mediante el razonamiento, la conclusión y la demostración, que Dios es la única y sola causa, tal como las Escrituras lo revelan a Él, el único y solo creador, la única ley, acción, sustancia, Vida e inteligencia. La Ciencia Cristiana, de acuerdo con el significado espiritual demostrable de las Escrituras, afirma que este Ser omnipotente, omnisciente y omnipresente debe tener y tiene evidencia o creación, y que esta creación es la única creación verdadera, y es perfecta e incorpórea como el reflejo o la evidencia del Espíritu debe serlo y lo es. Luego la Ciencia Cristiana declara –como también lo dicen los inspirados pasajes de las Escrituras, tal como el primer capítulo del Génesis– que esta única y sola creación del único y solo creador, Dios, es manifestada o reflejada enteramente por Dios en y como Su idea compuesta, el hombre, a quien Él está continuamente revelando como Su incesante y completa imagen y semejanza de Su incesante ser.
La Ciencia Cristiana declara, además, que puesto que Dios es el único Dios, Él es un todo indivisible e inseparable, por consiguiente, es una individualidad infinita, el Único infinito. Por lo tanto, la naturaleza de la imagen y semejanza de Dios, el hombre, debe ser y es individual. Solo hay una “idea”, el hombre, pero esta idea es individualizada infinitamente por Dios en la manifestación de Su infinita individualidad. El verdadero ser individual de cada uno de nosotros está establecido eternamente.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!