El cálido resplandor de las luces multicolores de Navidad, en los hogares y los vecindarios, siempre me embarga de la alegre expectativa del bien que vamos a recibir.
La expectativa de la Navidad puede significar diferentes cosas para distintas personas. Mientras algunas puede que aprecien las decoraciones y tradiciones festivas relacionadas con la familia y la fe, otras es posible que consideren que la Navidad es una época del año sumamente ocupada y estresante. Algunas puede que anticipen que se sentirán decepcionadas al término de las celebraciones, mientras que otras quizá deban enfrentar la soledad o las relaciones tensas y no vean el momento de que se acaben las fiestas. Y la lista puede continuar.
En todos los casos, una comprensión más espiritual de la Navidad puede eclipsar lo que podríamos considerar las vicisitudes de las fiestas. Y una expectativa del bien puede transformarse en una parte esencial de nuestra vida, en la cual podemos abrazar a los demás, durante la época de Navidad y a lo largo del año.
Me he familiarizado con este pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy: “El advenimiento de Jesús de Nazaret marcó el primer siglo de la era cristiana, pero el Cristo no tiene principio de años ni fin de días” (pág. 333).
Sí, la Navidad celebra el nacimiento de Jesús. Pero más allá de este suceso tan especial, la Navidad es una celebración del Cristo —el mensaje de amor de Dios a la humanidad— y el Cristo “no tiene principio de años ni fin de días”. Esto significa que el bien no comienza ni termina con un día festivo, como tampoco puede ser limitado a un día o a una época del año. El bien, en cambio, puede experimentarse durante todo el año, incluso a diario y a cada momento.
Anticipar el bien puede confundirse con hacernos demasiadas ilusiones o esperar pasivamente alguna distante satisfacción que podemos o no recibir. Sin embargo, la expectativa espiritual se basa en una comprensión del Espíritu divino, Dios, como la fuente de todo el bien. Y como parte de Su creación, nunca podemos estar separados de Dios porque es la fuente del bien. Nunca podemos estar separados de Él. En vez de dejar el bien al azar, podemos confiar en su constancia y permanencia en nuestra vida e incluso en el mundo.
Eso podría parecer irrealista, dadas las numerosas instancias en que vemos odio, devastación y dolor. ¿Cómo vamos a poder confiar en la constancia y abundancia del bien cuando parece que estamos rodeados por tantas cosas que son lo opuesto del bien?
Esta es una de las formas en que he estado pensando acerca del flujo constante del bien que proviene de Dios. Por donde yo vivo, los inviernos son muy fríos, la mayoría de los lagos se congelan, y la nieve y el hielo cubren el paisaje durante varios meses. Sin embargo, los arroyos continúan fluyendo, aun en los días más fríos. El congelamiento que los rodea nunca detiene su movimiento constante y progresivo.
Del mismo modo, el bien, al emanar de su fuente espiritual, Dios, está siempre activo. La mortalidad, una creencia de que la materia no solo es real, sino que predomina, jamás puede mezclarse con la realidad de la supremacía de Dios, del Espíritu, y por lo tanto, jamás puede interrumpir el constante flujo del bien.
Puede requerirse persistencia para ver y confiar en este bien, el cual, por supuesto, exige que nuestra expectativa sea muy activa, nunca pasiva. Consideremos, por ejemplo, la actividad y la persistencia de aquellos que siguieron la estrella que los guió al niño Jesús. Ciencia y Salud dice: “El pastor vigilante contempla los primeros tenues rayos del alba antes de que llegue el pleno resplandor de un nuevo día. …Los Magos fueron guiados a contemplar y a seguir este lucero matutino de la Ciencia divina, que ilumina el camino hacia la armonía eterna” (pág. vii). Para mí, esos “primeros tenues rayos del alba” representan un punto de partida: la percepción de un atisbo de confianza en Dios. Si nos esforzamos cada día por confiar y comprender a Dios un poco más que el día anterior, entonces cada día estamos confiando menos en la materia. Como los pastores y los reyes magos avanzamos con confianza espiritual. Así como la estrella los guió a descubrir al niño Cristo, la idea pura de Dios guía el pensamiento hacia “el pleno resplandor de un nuevo día”; a percibir más plenamente el poder del Espíritu, Dios, que lo abarca todo.
Un año, tan pronto terminó la época de Navidad, empecé a servir como Lectora en mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico. No obstante, los días invernales después de las fiestas me parecían bastante aburridos y deprimentes, y me resultaba difícil sentirme motivada cada mañana, mucho menos encontrar inspiración espiritual.
Sin embargo, este nuevo puesto de Lectora requería que estudiara detenidamente y en profundidad la Lección Bíblica semanal de la Ciencia Cristiana mucho más que antes, y a medida que pasaba más tiempo cada día con la Biblia y Ciencia y Salud, descubría un nuevo sentimiento de esperanza y expectativa espiritual que no me había dado cuenta de que era posible.
Al dedicarme a comprender con más empeño las ideas sanadoras de esos dos libros —mucho más allá de las palabras que contienen— me di cuenta de que las ideas se transformaban en “un lucero matutino” para mí, que iluminaba mi camino hacia una comprensión más profunda de Dios y Su creación, y fortalecía mi práctica de la Ciencia Cristiana. Los sentimientos depresivos comenzaron a desaparecer y fueron reemplazados por una abundancia no solo de inspiración espiritual, sino también de curación muy práctica en mi vida, de alegría al ayudar a los demás por medio de la oración, y del reconocimiento de mayor bien en el mundo.
Confiar en la constancia del bien no significa ignorar los problemas o ser insensible ante aquellos que sufren, sino más bien asumir una función activa al ayudar a traer curación. Por ejemplo, cuando escuchamos noticias de devastación, podría parecer fácil responder con enojo o temor, e incluso esperar que más cosas malas sucedan. Pero ese tipo de respuesta pondría nuestra confianza en el mal en lugar de en Dios, el bien, y no fomentaría la curación.
Si en cambio respondemos con amor y confianza en la supremacía de Dios, estamos reconociendo el poder y la permanencia de Dios; y esto ayuda a traer un mayor bien a nuestra experiencia. No estamos creando el bien, sino simplemente permitiendo que resplandezca a través de nuestros pensamientos, palabras y acciones. Así como los reyes magos humildemente se postraron y adoraron al Mesías, nosotros podemos ceder a la bondad que fluye constantemente de Dios y al poder sanador del Cristo, a medida que somos guiados hacia nuevas formas de sanar y bendecir.
Más allá de ser una celebración del nacimiento humano de Jesús, la Navidad representa el eterno amanecer del Cristo, la idea de Dios que habla a la consciencia humana. Y en esta consciencia pura vemos que la dulce promesa del bien “nace” cada día.
La Sra. Eddy escribe en Escritos Misceláneos 1883–1896: “El nuevo nacimiento no es obra de un momento. Empieza con momentos y continúa con los años; momentos de sumisión a Dios, de confianza como la de un niño y de gozosa adopción del bien; momentos de abnegación, consagración, esperanza celestial y amor espiritual” (pág. 15).
Si bien disfrutaba de mi nuevo trabajo como Lectora en mi iglesia, me sentía sumamente feliz al pensar en el “nuevo nacimiento” del pensamiento que constantemente esperaba obtener. Y estaba bien si no ocurría todo al mismo tiempo. Sabía que cada vez que dejaba de lado mis esperanzas y temores personales y confiaba con humildad en Dios, un poco más de la idea Cristo amanecía en mi pensamiento, y se hacía cada vez más brillante a medida que yo iba avanzando.
Aunque la Navidad viene al final de nuestro año calendario, realmente puede significar un muy importante comienzo, el comienzo del esfuerzo por dar la bienvenida, comprender y demostrar el Cristo más completamente cada día. Las tradiciones y celebraciones que amamos pueden volverse más santas, y el estrés y la tensión con la que quizá estemos lidiando durante las fiestas, pueden dar paso a una tranquilidad y alegría más grandes. En todo sentido, una comprensión más universal e intemporal de la Navidad traerá nueva inspiración, curación y progreso.
La confianza en Dios fue lo que me sacó adelante un miércoles por la noche hace varios meses, cuando de pronto me sentí muy enferma mientras conducía hacia la reunión de testimonios de nuestra iglesia. Empecé a pensar que debía dar la vuelta, regresar a casa y meterme en la cama. Pero entonces me acordé de lo que había estado aprendiendo. Sabía que, como no podía estar separada de Dios, el bien, mi salud no podía ser interrumpida, y podía esperar curación donde fuera que estuviera: en casa, en la iglesia o en cualquier otro lugar.
Continué mi camino hacia la iglesia y tuve una curación completa de todos los síntomas de la enfermedad antes, incluso, de entrar en el edificio. Me sentí muy agradecida por participar en un cálido intercambio de ideas espirituales con los demás aquella noche.
A medida que nuestra comprensión de Dios aumenta, se amplía nuestra receptividad al Cristo. La expectativa del bien se transforma en algo natural y esencial en nuestra vida, promoviendo mayor bien en el mundo, durante la época de Navidad y a lo largo de todo el año.
Todavía siento una feliz anticipación de las fiestas navideñas cuando veo los árboles radiantes de luces. Pero estoy mayormente agradecida por el resplandor de la idea Cristo, que amanece con nueva inspiración cada día, e irradia su luz sanadora por todo el mundo. Es dentro de este resplandor que cada uno de nosotros puede confiar, esperando plenamente “buenas noticias que darán gran alegría a toda la gente” (Lucas 2:10, Nueva Traducción Viviente).
