Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

Hacer práctica la sabiduría divina promueve nuestro progreso espiritual

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 23 de diciembre de 2019


En la práctica de la Ciencia Cristiana es esencial tener la expectativa de que nuestras oraciones darán sus frutos y que nuestras necesidades humanas prácticas serán respondidas de formas tangibles. Esta oración se basa en conocer al único Dios todopoderoso, el Espíritu, y al hombre a Su imagen y semejanza. Ya sea que se necesite sanar de una enfermedad física, encontrar paz en una relación, resolver una dificultad económica o solucionar algún otro problema, podemos dejar de pensar que somos mortales limitados y recurrir a Dios para encontrar nuestra identidad espiritualmente sustancial, la cual, cuando se la comprende lo suficiente, da como resultado la provisión práctica de lo que sea que necesitemos.

Podría decirse que la curación o resolución de algún problema es una “creencia mejorada” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 296) en el sentido de que todavía no hemos superado todos los aspectos de la vida material, pero hemos obtenido suficiente entendimiento espiritual como para resolver el tema en particular que tenemos entre manos.

Si bien nuestra unidad con Dios por ser Su hijo es una realidad espiritual presente, nuestra completa comprensión de este hecho parece venir poco a poco. Por ejemplo, aunque muchos estamos probando cuán práctico es apoyarse en la Ciencia Cristiana para sanar enfermedades corporales, es muy probable que tengamos mucho más que aprender antes de comprender plenamente y demostrar por completo la vida únicamente en y del Espíritu. Y aunque el tratamiento en la Ciencia Cristiana puede producir una curación rápida, incluso instantánea, en otras ocasiones la curación se prolonga, se va manifestando en etapas y uno se libera progresivamente de esa condición material anormal. Lo mismo ocurre con otros aspectos de nuestra vida, donde el crecimiento espiritual puede ser una experiencia progresiva en la que “[emergemos] suavemente de la materia al Espíritu” (Ciencia y Salud, pág. 485). 

A medida que crecemos espiritualmente, distintos aspectos de nuestra vida diaria se elevan. Por ejemplo, tal vez nos encontremos comiendo con más moderación, o menos propensos a sentirnos presionados, o sintiéndonos menos limitados por las creencias de la edad avanzada. O bien, al considerar las instituciones humanas —tales como la iglesia, el matrimonio o los gobiernos electos— podemos obtener un aprecio cada vez mayor por las ideas espirituales que estas instituciones nos dan la oportunidad de poner en práctica. Ideas tales como amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y permitir que nuestros pensamientos y acciones estén gobernados por la dirección de Dios, en lugar del prejuicio personal. Cuando nos centramos menos en los elementos materiales de las instituciones humanas, somos guiados a actuar de una forma más inspirada y constructiva.

Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, nos aconseja en su libro Ciencia y Salud que “abandonemos lo material tan pronto como sea práctico, y nos ocupemos en lo espiritual, lo cual determina lo exterior y verdadero” (pág. 254). Quizás nos sintamos comprometidos con este crecimiento espiritual pero inseguros algunas veces respecto a qué es realmente “práctico” en una situación dada. ¿Se trata de la indicación, proveniente de escuchar la guía divina, de abandonar cierto aspecto de la materialidad, o es simplemente un impulso errado de la voluntad humana?

Eddy también escribió que “la sabiduría en la acción humana comienza con lo que, bajo las circunstancias, más se aproxima a lo correcto, y de ahí se llega a lo absoluto” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 288). Necesitamos discernir esta sabiduría por medio de la oración para saber qué es lo que, “bajo las circunstancias, más se aproxima a lo correcto”.

Cristo Jesús manifestó esta sabiduría divina. Respondió a las necesidades de las personas de una forma que apoyaba de la mejor manera el bienestar y el crecimiento espiritual de ellas en ese momento. Además de sanar muchas dolencias físicas, abordó otras necesidades, como cuando alimentó multitudes con un escaso número de panes y peces. En otra ocasión, localizó el dinero para pagar los impuestos indicando a un discípulo que encontrara una moneda en la boca de un pez. Ocasionalmente, también respondía a las necesidades dando simplemente un consejo sabio; por ejemplo, una vez les dijo a sus discípulos que llevaran “provisión para sus gastos” cuando viajaran (véase Lucas 22:35, 36 y Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, págs. 215–216). En otra oportunidad, le aconsejó a un hombre a quien había sanado que se fuera a su casa a ver a sus amigos y compartiera las buenas nuevas de su curación con ellos, en lugar de quedarse con Jesús (véase Marcos 5:1–19).

Jesús comprendía que la sabiduría divina es innata a la identidad totalmente espiritual y verdadera de cada uno de nosotros. Mediante el crecimiento espiritual, podemos permitir que esta sabiduría divina sustituya la mera sabiduría humana. Esta última a menudo se basa en la creencia de que el mal es real —comienza con ese punto de vista y razona a partir del mismo— y toma decisiones y emite juicios conforme a ello. Por otro lado, la expresión de la sabiduría divina se basa en la comprensión de que solo Dios, el bien, es poder. Aceptar más de esta sabiduría divina y pura de Dios al orar nos brinda, en nuestras acciones humanas, la intuición y el juicio espirituales para tomar las mejores decisiones respecto a los pasos humanos que debemos dar; pasos que apoyen de mejor manera el desarrollo de las cualidades espirituales y morales en la consciencia, promoviendo nuestro crecimiento espiritual sin hacernos sentir que debemos tratar de demostrar aquello para lo que no estamos preparados.

Se podría pensar que la verdadera sabiduría es el conocimiento y la comprensión que tiene Dios de Sí Mismo y de Su creación como completa y eternamente buenos. Ningún elemento maligno podría jamás existir en la consciencia que Dios tiene de Sí Mismo y de Su idea. Dios es supremamente sabio y, por Su naturaleza misma, es incapaz de conocer o estar consciente del mal o el error en cualquier forma. Y puesto que Dios nos creó a cada uno de nosotros, es divinamente natural que reflejemos esa sabiduría verdadera.

El American Dictionary of the English Language de 1828 de Noah Webster (diccionario disponible en la época de Eddy) ofrece, como parte de la definición de sabiduría, la declaración de que “la sabiduría es el ejercicio del buen juicio, ya sea al evitar los males o al intentar hacer el bien”. Para mí, esto apunta al hecho de que, aunque comúnmente tal vez pensemos en la sabiduría en términos de evitar el mal, en un sentido más elevado se podría pensar que la sabiduría es simplemente la capacidad de la bondad de Dios que, por su naturaleza misma, continúa desarrollándose para nosotros de formas tangibles, nuevas y ordenadas, sin ninguna referencia al mal. Así como la luz destruye la oscuridad sin saber nada acerca de ella, del mismo modo, la verdadera sabiduría, caracterizada por la eterna manifestación del bien, no conoce nada acerca del mal o error, pero por naturaleza destruye el mal y el error de todo tipo. Por lo tanto, en la medida en que permitimos que la sabiduría divina gobierne nuestra forma de pensar, la tendencia de la mente humana a tomar decisiones basadas en la ignorancia, el temor o los prejuicios personales, es reemplazada por la influencia moderativa de la Mente divina. Esto nos brinda perspectivas que tal vez no sean tan obvias para los sentidos físicos, y muestran el modelo a seguir que mejor se fundamenta sobre lo que ya hemos demostrado de nuestra identidad espiritual.

El atributo de la sabiduría es parte inherente del Manual de La Iglesia Madre, el libro que nos dio nuestra Guía y que describe la estructura práctica para la iglesia que ella fundó. Al escribir el Manual, Eddy dijo que fue guiada por “un poder impersonal” (Escritos Misceláneos, pág. 148). Considero que el Manual nos da la infraestructura para la institución humana que puede ayudar de la mejor manera a la humanidad a abandonar las limitaciones humanas y a “[emerger] suavemente de la materia al Espíritu”.

Uno de los Estatutos del Manual, sobre la enfermería de la Ciencia Cristiana (véase, pág. 49), menciona específicamente la necesidad de comprender la sabiduría práctica. No es de extrañar que la enfermería de la Ciencia Cristiana, una actividad que se encuentra justo en la cúspide de donde la práctica de la Ciencia Cristiana desafía las creencias más profundamente arraigadas relacionadas con el cuerpo material, requiera especialmente expresar sabiduría práctica.

El enfermero de la Ciencia Cristiana cuida de alguien que se apoya en la Ciencia Cristiana para sanar y recibe tratamiento de un practicista de la Ciencia Cristiana. El cuidado práctico que brinda un enfermero de la Ciencia Cristiana es variado e incluye, entre otras cosas, vendar heridas, preparar comidas especiales o ayudar con el cuidado personal (para mayor información, véase christianscience.com/additional-resources/christian-science-nursing). La sabiduría práctica requiere que el cuidado que brinde la enfermería de la Ciencia Cristiana sea lo que “bajo las circunstancias, más se aproxima a lo correcto”; permitiendo que la persona exprese su libertad e independencia naturales, dentro de lo posible, mientras se produce la curación, y ofreciendo un ambiente mental y físico que apoye el crecimiento, progreso y curación espirituales.

Si bien la sabiduría que impregna el Manual halla especial expresión en la disposición sobre la enfermería de la Ciencia Cristiana, en un sentido más amplio se podría considerar que todas las actividades establecidas en el Manual “brindan la atención de la enfermería” a la humanidad, porque las mismas requieren, a su manera, cualidades propias de la atención, entre ellas, expresar sabiduría práctica. Por ejemplo, participar como miembro en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, actividad establecida en el Manual, requiere de sabiduría práctica para realizar de la mejor manera las actividades de la institución humana de iglesia; apoyándose radicalmente en el Espíritu, y al mismo tiempo, llegando a las personas allí mismo donde se encuentren en su comprensión y práctica espirituales. Se requieren muchas cosas para mantener en funcionamiento una iglesia, y es responsabilidad de los miembros orar y escuchar para saber cuál es la mejor forma de llevar a cabo las distintas tareas. 

Para ver tan solo un ejemplo, quizás los miembros se pregunten cuál es la mejor forma en que una iglesia filial puede dar a conocer el mensaje sanador de la Ciencia Cristiana; ¿en qué medida son útiles los métodos que se usan comúnmente en esta época, y hasta qué punto son distracciones o no son realmente útiles?

 Quizás los miembros de una iglesia deban encarar una variedad de cosas que tienen que ver con el uso de métodos humanos. Y puesto que por el momento cada uno de nosotros aún está creciendo en su comprensión de la sabiduría divina, los miembros tal vez no siempre estén de acuerdo en cuál es el enfoque más correcto sobre determinado asunto. Es muy útil recordar que ellos pueden recurrir a la Mente única, Dios, que todo lo sabe, en busca de dirección. La oración, basada en el conocimiento de la Mente única como la fuente de toda actividad y comunicación verdaderas, puede abrir el camino para demostrar, de una manera amable, una mayor dependencia en Dios, el Espíritu. Paso a paso, esto puede revelar cuál es el modo más preciso y correcto de proceder en cualquier punto en particular del desarrollo espiritual de los miembros.

En la medida en que recurran a la Mente única, en lugar de estar supeditados a los conceptos preconcebidos, la armonía y la unidad genuina de los miembros de la iglesia y su comunidad estarán aseguradas, y la sabiduría divina determinará y guiará cada vez más sus actividades.

Nuestro reconocimiento de que el Dios único es la fuente de toda acción y toda sabiduría, así como la fuente misma de nuestra existencia, debe leudar la llamada sabiduría humana, disipando la parcialidad, el temor y el ego que la acompañan, de manera que se ponga más de manifiesto la sabiduría divina. Cuando demostramos esto en nuestras esferas diarias e individuales, en nuestras interacciones con nuestra familia, vecinos, colegas y miembros de la iglesia, también veremos cómo orar con más eficacia para que la sabiduría divina se exprese en situaciones más importantes, tal como los asuntos gubernamentales y económicos. El Amor divino nos impulsa a valorar las buenas intenciones de los demás, sabiendo que el deseo de que haya justicia y progreso, así como las acciones humanas destinadas a establecerlos, pueden ser moldeadas por la sabiduría de la Mente única, la cual no conoce limitaciones, sino solo abundante bien y paz para todos. Podemos adorar a nuestro Padre-Madre Dios único, bueno, del todo amoroso, del todo sabio, y saber que nos sostiene a todos en la palma de Su mano. 

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más artículos en la web

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.