En la práctica de la Ciencia Cristiana es esencial tener la expectativa de que nuestras oraciones darán sus frutos y que nuestras necesidades humanas prácticas serán respondidas de formas tangibles. Esta oración se basa en conocer al único Dios todopoderoso, el Espíritu, y al hombre a Su imagen y semejanza. Ya sea que se necesite sanar de una enfermedad física, encontrar paz en una relación, resolver una dificultad económica o solucionar algún otro problema, podemos dejar de pensar que somos mortales limitados y recurrir a Dios para encontrar nuestra identidad espiritualmente sustancial, la cual, cuando se la comprende lo suficiente, da como resultado la provisión práctica de lo que sea que necesitemos.
Podría decirse que la curación o resolución de algún problema es una “creencia mejorada” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 296) en el sentido de que todavía no hemos superado todos los aspectos de la vida material, pero hemos obtenido suficiente entendimiento espiritual como para resolver el tema en particular que tenemos entre manos.
Si bien nuestra unidad con Dios por ser Su hijo es una realidad espiritual presente, nuestra completa comprensión de este hecho parece venir poco a poco. Por ejemplo, aunque muchos estamos probando cuán práctico es apoyarse en la Ciencia Cristiana para sanar enfermedades corporales, es muy probable que tengamos mucho más que aprender antes de comprender plenamente y demostrar por completo la vida únicamente en y del Espíritu. Y aunque el tratamiento en la Ciencia Cristiana puede producir una curación rápida, incluso instantánea, en otras ocasiones la curación se prolonga, se va manifestando en etapas y uno se libera progresivamente de esa condición material anormal. Lo mismo ocurre con otros aspectos de nuestra vida, donde el crecimiento espiritual puede ser una experiencia progresiva en la que “[emergemos] suavemente de la materia al Espíritu” (Ciencia y Salud, pág. 485).
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