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La inmigración y los nuevos vecinos

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 26 de julio de 2019


Me crié en una ciudad donde viven muchos inmigrantes. En mi infancia, los chicos jugábamos juntos y compartíamos la comida. Realmente me sorprendí cuando fui un joven adolescente y comencé a percibir el prejuicio que había hacia los inmigrantes en mi ciudad. 

La inmigración es un tema complejo. Y es también un tema que llega al corazón de una comunidad. De hecho, llega al corazón de cada uno de nosotros porque es esencialmente la manera en que tratamos a nuestros vecinos. ¿Es que tenemos distintos sentimientos respecto a la gente nueva, con diferentes tradiciones y costumbres, de los que tenemos acerca de nuestros otros vecinos? Se requiere de un afecto y una mentalidad mas amplios para amar a la gente que trae nuevos rostros y nuevos desafíos. Sin embargo, el Maestro, Cristo Jesús, parece decir que todos somos capaces de amar a nuestro prójimo.

Jesús daba gran importancia al mandato “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Pero es posible que nos preguntemos qué tan lejos debe llegar nuestro amor. ¿Podemos superar la falta de conocimiento de un idioma o cultura diferentes y llegar a amar a todos nuestros vecinos?

Nuestro afecto puede tener un fundamento fuerte si sabemos algo acerca de la fuente del amor verdadero. La fuente interminable del amor —el amor espiritual que no persigue ni prejuzga— es el Amor divino, Dios. Hace una gran diferencia pensar que los demás miembros de la comunidad reciben tanto cuidado y amor de parte de Dios como nosotros. En primer lugar, nos acercamos a otra persona con respeto cuando aceptamos que su relación con Dios es la misma que la nuestra. En realidad, todos somos hijos e hijas de Dios.

Lo que nos hace capaces de amar es lo que Dios es. Si comenzamos a comprender que somos la expresión de la Mente única del todo amorosa, o el Espíritu, comienzan a manifestarse todo tipo de cualidades en el carácter. No obstante, tener una actitud espiritual hacia nuestra comunidad no implica que seamos ingenuos en las relaciones personales. Es la insistencia en que Dios es universal lo que nos abre los ojos. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: "Cuando nos damos cuenta de que hay sólo una Mente, la ley divina de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos es revelada; mientras que una creencia en muchas mentes gobernantes impide la inclinación normal del hombre hacia la Mente única, el Dios único, y guía el pensamiento humano por conductos opuestos donde reina el egoísmo" (pág. 205).

Aun el mas mínimo aprecio del origen espiritual del hombre desgasta las duras conclusiones sobre los inmigrantes de nuestra comunidad a las que tal vez hayamos llegado. Los prejuicios y temores inculcados que arruinan nuestra relación con los vecinos presentan un cuadro mortal del hombre; una diversidad de creencias falsas acerca de él como si fuera algo que actúa en contra y está separado de su Dios. Pero cuando vemos bondad, sabiduría o belleza en nuestra comunidad —aun si es expresada de formas que al principio nos resultan desconocidas— estamos viendo algo de la identidad espiritual del hombre como reflejo de Dios.

Ver esta realidad espiritual a pesar de las incompatibilidades externas requiere visión, pero vale la pena esforzarse. Brinda el beneficio de poder mirar a alguien a los ojos y ver al hombre que expresa la honestidad, integridad y bondad de su creador, el Espíritu divino.

Mientras que el movimiento de inmigrantes continúe, habrá muchas oportunidades de superar los prejuicios en nuestra vida. Comenzando con nosotros mismos, podemos hacer nuestra parte al construir una sólida comunidad de vecinos, compuesta de personas que tienen un solo Dios y están aprendiendo a amarse los unos a los otros.

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