Las decisiones morales tienen consecuencias. A veces grandes, como lo ilustró un conocido de hace mucho tiempo quien, al cumplir con una solemne promesa ante la fuerte tentación de hacer lo contrario, se salvó de viajar en el Titanic. Si bien no siempre son tan dramáticas, las consecuencias de tomar decisiones moralmente correctas tienen el propósito de acercarnos más a Dios, y eximirnos de los adversos efectos de la desobediencia.
Muchos adolescentes y jóvenes adultos —y tantos otros también— se enfrentan con la decisión moral de vivir o no un estilo de vida más tolerante. O, particularmente, si deben beber, fumar o tener relaciones sexuales antes del matrimonio o extramatrimoniales.
Cuando se trata de la tentación, optar por la abstinencia siempre es mejor que la indulgencia. Pero el verdadero punto a considerar —el tema que pone nuestra obediencia de la ley moral sobre el fundamento más firme— es el móvil detrás de la abstinencia. No se trata simplemente de lo que abandonamos, sino de aquello que nos estamos esforzando por alcanzar lo que cuenta. Lo importante no es simplemente negarse a tomar un trago. Es también lo que esta negativa representa. Y lo que debería representar es la determinación de eliminar todo obstáculo, toda dependencia, que disminuiría nuestra confianza en Dios o nuestra dedicación al propósito de crecer espiritualmente. Lo que abandonamos debería ser el apoyarnos en la materia para ser aceptados socialmente o para compensar cualquier sentimiento de que somos inadecuados, cosa que los anunciantes del uso de tabaco, cigarrillos electrónicos y bebidas alcohólicas tratan de aprovechar.
La atracción de las tentaciones del mundo es la creencia de que las mismas nos harán más atractivos, más aceptables, incluso más masculinos o femeninas. Pero ¿acaso Dios nos mandaría a participar en hábitos destructivos para mejorarnos a nosotros mismos o sentirnos más amados? La verdad es que tenemos todo lo que necesitamos ahora mismo: una belleza imperecedera, la seguridad del gran amor de Dios por nosotros, el valor y la grandeza confiables de nuestra identidad espiritual. Dios es quien forma y mantiene la identidad e individualidad espirituales del hombre, y están seguras bajo Su cuidado por toda la eternidad.
Solo una influencia gobierna al hombre, quien es el reflejo espiritual de Dios. Como escribe Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, solo hay “una influencia divina siempre presente en la consciencia humana” (pág. xi). No existe ninguna otra influencia; lo que quiere decir que no existe ninguna (tal como la teosofía, la cual afirma que la verdad es enteramente relativa) que tenga la autoridad o el poder de usar, confundir, engañar, guiar erróneamente o desorientar a nadie sin su consentimiento.
En la medida en que comprendemos esto claramente, no sentimos la congoja de un anhelo humano insatisfecho; no nos sentimos tentados a basar nuestra felicidad en lo que es injurioso o puede deteriorarse; no nos permitimos ser juzgados por el contenido de una copa que sostenemos en una fiesta. Al ser los hijos e hijas de Dios, somos, en palabras de un himno favorito: “satisfechos, completos, divinamente justos” (Susan F. Campbell, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 149, según versión en inglés). Y somos capaces de experimentar esta realidad.
Nunca es demasiado tarde para cumplir con las normas morales del Cristo y ganar la bendición que confiere la obediencia.
El argumento a veces dice que es necesario experimentar con el pecado para saber con seguridad si está mal. Pero el pecado no tiene necesidades, como tampoco es necesario, como explica Ciencia y Salud, sacar un pez del agua de vez en cuando y enterrarlo en la tierra para que pueda crecer mejor en su propio ambiente (véase pág. 413). Este no es un proceso requerido ni para el pez ni para los hombres y mujeres.
En estas cuestiones la Sra. Eddy es inequívocamente clara. “La Ciencia Cristiana enseña: …absteneos del alcohol y del tabaco; …” ella escribe en La Primera Iglesia de Cristo, Científico y Miscelánea (pág. 114). Y en Ciencia y Salud ella dice: “... el uso de tabaco o de bebidas alcohólicas no está en armonía con la Ciencia Cristiana” (pág. 454). Ella es igualmente clara respecto al tema de las relaciones sexuales antes del matrimonio y extramatrimoniales. Fuera del contexto de un compromiso permanente, las relaciones sexuales pueden ser un sustituto, en lugar de un complemento, de la verdadera intimidad, nublando de este modo nuestro buen juicio al tomar la decisión crucial respecto a si debemos casarnos o con quien. Respecto a los verdaderos ingredientes de la intimidad, la Sra. Eddy los enumera en el capítulo sobre el matrimonio en Ciencia y Salud, y entre ellos se encuentran la ternura, la bondad, la virtud, la pureza, la ambición desinteresada y los nobles móviles de vida.
En este capítulo también leemos acerca de la castidad, que se refiere a la norma moral de confinar las relaciones sexuales al pacto del matrimonio, en oposición a la norma espiritual de la absoluta abstinencia. La Sra. Eddy dice en una poderosa declaración: “La castidad es el cemento de la civilización y el progreso”, y ella define las consecuencias de la ausencia de castidad. La consecuencia colectiva: “Sin ella no hay estabilidad en la sociedad,…”; la consecuencia individual: “… sin ella uno no puede lograr la Ciencia de la Vida” (pág. 57). Ella dice claramente que la ausencia de castidad es un impedimento para el crecimiento espiritual. Pero dicho crecimiento es un requisito para lograr los niveles más elevados de servir a la humanidad.
Nunca es tarde para cumplir con esta norma moral y obtener la bendición que la obediencia confiere, como lo ilustra tan bellamente una mujer llamada María Magdalena en la Biblia, de la cual Jesús echó fuera “siete demonios”, lo que permitió que llegara a ser la primera en ver al Cristo resucitado (véase Marcos 16:9).
Uno podría preguntar: “Si la Sra. Eddy hubiera sabido entonces lo que sabemos hoy en día respecto a la tolerancia y no juzgar a los demás, ¿habría escrito partes de Ciencia y Salud de forma diferente?” O bien, “¿Podría lo que ella escribió representar meramente las opiniones personales anticuadas de una mujer de la era victoriana?”
Pero la Sra. Eddy no inventó estos ideales. Fueron tomados del mensaje espiritual de Dios en la Biblia, el cual fue avalado por Cristo Jesús. Como tal, la sabiduría escrita en las páginas de Ciencia y Salud perduran para toda la eternidad, no tan solo unas décadas. “Me ruborizaría escribir sobre ‘Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras’ como lo he hecho, si éste fuera de origen humano, y si fuera yo, aparte de Dios, su autora” (Miscelánea, pág. 115).
No obstante, la Sra. Eddy no esperaba que la gente siguiera su consejo con una fe ciega. Ciencia y Salud desafía a sus lectores a discernir las verdades espirituales y morales, y ponerlas en práctica, probando de esta manera para ellos mismos la Ciencia del Cristianismo. De esta forma, aprendemos cómo la obediencia hace avanzar nuestro progreso espiritual y nos exime de las infelices consecuencias de hacer lo contrario. Todo esto es parte del proceso que Ciencia y Salud describe para asimilar más del carácter divino (véase pág. 4), haciendo posible que seamos luces brillantes en un mundo rodeado de la oscuridad del relativismo moral.
Cuando se trata de tomar decisiones morales inteligentes, Pablo, el gran evangelista cristiano, indica de la mejor forma lo que está en juego al preguntar: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:16).