Las decisiones morales tienen consecuencias. A veces grandes, como lo ilustró un conocido de hace mucho tiempo quien, al cumplir con una solemne promesa ante la fuerte tentación de hacer lo contrario, se salvó de viajar en el Titanic. Si bien no siempre son tan dramáticas, las consecuencias de tomar decisiones moralmente correctas tienen el propósito de acercarnos más a Dios, y eximirnos de los adversos efectos de la desobediencia.
Muchos adolescentes y jóvenes adultos —y tantos otros también— se enfrentan con la decisión moral de vivir o no un estilo de vida más tolerante. O, particularmente, si deben beber, fumar o tener relaciones sexuales antes del matrimonio o extramatrimoniales.
Cuando se trata de la tentación, optar por la abstinencia siempre es mejor que la indulgencia. Pero el verdadero punto a considerar —el tema que pone nuestra obediencia de la ley moral sobre el fundamento más firme— es el móvil detrás de la abstinencia. No se trata simplemente de lo que abandonamos, sino de aquello que nos estamos esforzando por alcanzar lo que cuenta. Lo importante no es simplemente negarse a tomar un trago. Es también lo que esta negativa representa. Y lo que debería representar es la determinación de eliminar todo obstáculo, toda dependencia, que disminuiría nuestra confianza en Dios o nuestra dedicación al propósito de crecer espiritualmente. Lo que abandonamos debería ser el apoyarnos en la materia para ser aceptados socialmente o para compensar cualquier sentimiento de que somos inadecuados, cosa que los anunciantes del uso de tabaco, cigarrillos electrónicos y bebidas alcohólicas tratan de aprovechar.
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