La Navidad pasada, mi familia me regaló una membresía en un gimnasio local. Cada vez que iba allí, no podía dejar de notar a un hombre que estaba haciendo ejercicio con lo que parecía un esfuerzo exagerado, casi con una expresión de ira.
Un día, intercambiamos algunas palabras amistosas, y le expresé mi asombro por su dedicación. Fue entonces cuando me contó que estaba desempleado. Como científico de la computación de 55 años, sentía que su edad dificultaba sus esfuerzos por encontrar trabajo. Canalizar sus energías en el gimnasio era su forma de evitar el desaliento.
Concluí nuestra breve conversación diciendo que estaba seguro de que algo positivo y constructivo llegaría para él. Pero quería hacer más que simplemente compartir palabras amables. Cuando regresé a casa ese día, me sentí impulsado a corregir mi propio pensamiento acerca de este tema, especialmente después de que me pidieron orar por otra persona que tenía una dificultad similar.
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