La Navidad pasada, mi familia me regaló una membresía en un gimnasio local. Cada vez que iba allí, no podía dejar de notar a un hombre que estaba haciendo ejercicio con lo que parecía un esfuerzo exagerado, casi con una expresión de ira.
Un día, intercambiamos algunas palabras amistosas, y le expresé mi asombro por su dedicación. Fue entonces cuando me contó que estaba desempleado. Como científico de la computación de 55 años, sentía que su edad dificultaba sus esfuerzos por encontrar trabajo. Canalizar sus energías en el gimnasio era su forma de evitar el desaliento.
Concluí nuestra breve conversación diciendo que estaba seguro de que algo positivo y constructivo llegaría para él. Pero quería hacer más que simplemente compartir palabras amables. Cuando regresé a casa ese día, me sentí impulsado a corregir mi propio pensamiento acerca de este tema, especialmente después de que me pidieron orar por otra persona que tenía una dificultad similar.
Comencé por reconocer al hombre (un término que significa todos los hombres y mujeres) como el reflejo espiritual completo de Dios, nunca sujeto a la edad o la limitación, así como no lo está Dios. Tampoco puede el hombre carecer de ningún bien. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El Amor es imparcial y universal en su adaptación y en sus concesiones” (pág. 13). Eso significa que podemos confiar en Dios, la Mente infinita, para impartir cada idea que necesitamos a fin de expresarlo completamente.
Durante los días siguientes, continué afirmando que Dios siempre cuida de todos. Dejé que la gratitud por la bondad de Dios borrara cualquier tendencia a identificar o limitar a alguien según los parámetros humanos. Y reflexioné sobre este pasaje de Ciencia y Salud: “No es la comunión entre las personas, sino la ley divina la que comunica la verdad, la salud, y la armonía a la tierra y a la humanidad” (pág. 72).
No había visto al hombre con el que había hablado en el gimnasio durante un par de semanas. Pero un día me encontré con él en la calle. Nos saludamos e intercambiamos unas pocas palabras. Me dijo: “Dos días después de que nos vimos en el gimnasio, tuve una entrevista con un posible empleador. Me contrataron a partir del día siguiente. ¡Me trajiste suerte!”.
Yo estaba muy agradecido por escuchar esta buena noticia, pero sabía que la suerte no tenía nada que ver con eso. El reconocimiento en oración de la verdad espiritual, de que la Mente divina gobierna al hombre y satisface todas las necesidades, había eliminado la creencia material de limitación y carencia.
Estoy profundamente agradecido a la Ciencia Cristiana y a su Descubridora, Mary Baker Eddy. Esta Ciencia me ha mostrado cómo ayudarme a mí mismo y a mi prójimo por medio de una mayor comprensión de Dios y Su amoroso cuidado por todos nosotros.
Jean-Pierre Sermet
