El profesor estaba hablando, pero ¿qué estaba haciendo yo? Tenía mi computadora abierta durante la clase de inglés y estaba tratando de subir de nivel en mi videojuego favorito. No podía dejar de jugar; era una adicta.
Al principio parecía divertido. Pero pronto mis profesores me pescaron, y empecé a meterme en problemas. Fue entonces cuando me di cuenta de que algo tenía que cambiar.
Desde que era una niña pequeña, he aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana que siempre puedo pedirle a Dios que me ayude a solucionar lo que sea. También he aprendido a orar para obtener respuestas y sanar. Pero al principio, pensar en orar acerca de esta adicción daba la impresión de ser una broma. Parecía tan tonto orar sobre los videojuegos.
Sin embargo, al pensar más en ello, recordé la promesa de Jesús: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Me di cuenta de que realmente estaba orando para ser libre. Aunque sentía que me encantaba jugar, al reflexionar un poco más sobre ello, me vino al pensamiento la imagen de que estaba atrapada. Era como si no pudiera liberarme de este hábito, sin importar lo que tratara de hacer. Pensé en qué sería lo contrario de eso, y me di cuenta de que era la libertad de experimentar el hecho de que, puesto que Dios es el único poder verdadero, los videojuegos no podían tener ningún poder sobre mí.
Me encantó esta idea de encontrar libertad, así que decidí buscar lo que Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, dice sobre el tema. Una idea que realmente me gustó fue la siguiente: “La negación de las pretensiones de la materia es un gran paso hacia las alegrías del Espíritu, hacia la libertad humana y el triunfo final sobre el cuerpo” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 242). Este pasaje me ayudó a entender que, si bien sentía que necesitaba jugar, en realidad podía negar, o desafiar, ese sentimiento porque soy espiritual; ningún impulso, pensamiento o “pretensión” que estén basados en el materialismo o la gratificación personal me pueden afectar. También me di cuenta de que desafiar estos impulsos en realidad tenía una recompensa: encontraría más alegría en amar a Dios y sentirme fuerte y libre que en jugar.
Encontré otro pasaje que me ayudó: “Los siglos pasan, pero esta levadura de la Verdad está siempre activa. Tiene que destruir la masa entera del error, y ser así eternamente glorificada en la libertad espiritual del hombre” (Ciencia y Salud, pág. 118). Sabía que, en efecto, Dios no me hizo con la necesidad de estar jugando constantemente. Y me sentí aliviada al darme cuenta de que el poder de la Verdad, no mi propia fuerza de voluntad, destruiría este deseo perjudicial para que yo pudiera sentir mi libertad espiritual.
A medida que oraba cada vez más acerca de la libertad, obtuve una comprensión más profunda de que los videojuegos no necesitaban tener, y en realidad no podían tener, ningún poder sobre mí. Cuando logré esta comprensión, sentí que el estrés de tener que obtener el mejor puntaje desaparecía de mi pecho. ¡Fue un gran alivio!
Aunque los videojuegos parecían divertidos cuando jugaba, resultó ser una diversión a corto plazo que terminó con consecuencias negativas. Sin embargo, la libertad que he encontrado me ha traído una felicidad más constante; una felicidad que no está controlada por un videojuego.
Desde esta curación, no he sentido la necesidad de jugar ni en clase ni en mi tiempo libre. Tengo más tiempo para hacer cosas constructivas, y siento mucho menos estrés. Ahora sé que comprender la verdad acerca de Dios y cómo Él nos hizo a todos nosotros es el “nivel” más alto que puedo alcanzar, y esto me ha traído mucha paz y libertad.
