La chica de la pantalla en mi computadora estaba gritando. En la serie de ficción en línea que estaba viendo, ella era una de las ocho adolescentes que habían quedado varadas en una isla desierta, y había llegado a su punto crítico.
En sus alaridos, reconocí ecos de los gritos de la vida real pidiendo ayuda que he estado escuchando en los últimos once meses. Muchos adolescentes que conozco sienten que han llegado a su punto crítico. Y ahora mismo, el “rescate” ni siquiera parece estar a la vista; al menos, si estamos esperando a que la pandemia termine o a que la vida se encamine hacia la normalidad.
¿Pero es eso lo que estamos esperando? ¿Es una cuenta regresiva para volver “a la normalidad” lo único que mantiene nuestra cordura?
Recibí una respuesta interesante cuando me hacía estas preguntas en un momento que parecía ser mi propio punto casi demoledor. Fue lo siguiente: La respuesta a si estás en tu punto crítico es comprender que no hay punto crítico.
Si alguien me hubiera dicho eso, podría haber sentido que no estaba tomando en serio mi momento de “se acabó, no puedo seguir así”. Y como con todos los problemas y momentos relacionados con la salud mental, necesitamos lidiar con estos sentimientos intensos y difíciles y no ponerlos a un lado. Pero ese mensaje que recibí mientras oraba pidiendo ayuda vino con una sensación tan grande de seguridad y paz, que sentí que era escuchada y sanada al mismo tiempo. Y supe que algo importante estaba sucediendo más allá de mi propio rescate personal: Dios me estaba mostrando una manera en que todos podemos estar orando por todo aquel, incluso por nosotros mismos, que sienta que apenas puede soportarlo.
El concepto del punto crítico proviene de un paradigma basado en el cerebro, en el que cada uno de nosotros tiene una mente propia, una mente que es vulnerable al trauma y al cortocircuito. Ante tal panorama, tenemos muy poco control sobre los pensamientos y sentimientos que nos invaden o cómo respondemos a ellos. Colapsamos porque eso es lo que hacen las cosas cuando están sobrecargadas.
Si esa fuera de verdad la naturaleza de nuestro universo, entonces todos estaríamos confiando en algo así como una fuerza sobrehumana que nos mantuviera unidos. Pero mi estudio de la Ciencia Cristiana me ha enseñado que este concepto de que el mundo en el que vivimos es frágil y doloroso no es realmente preciso. Y que, cuando vemos nuestro universo de manera diferente, podemos experimentar nuestras vidas —incluso nuestros problemas— de manera diferente.
¿Cuál es esta perspectiva diferente? Es ver que la realidad es espiritual, totalmente buena, gobernada y sostenida por Dios. Se basa en la comprensión de que no hay muchas mentes, sino una sola Mente, la Mente divina, o Dios. Debido a que esta Mente también es “el infinito sostenedor” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. vii), no puede sobrecargarse, apagarse, hacer cortocircuito o romperse. Sus cualidades incluyen estabilidad, permanencia, paz, esperanza, plenitud y fortaleza.
La Biblia lo describe de esta forma: “Yo sé los planes que tengo para vosotros —declara el Señor— planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza” (Jeremías 29:11, LBLA).
Así que los pensamientos que la Mente nos da no son abrumadores ni temerosos. Son pensamientos buenos, pensamientos pacíficos, pensamientos inteligentes, porque la Mente es el bien y la inteligencia. Y aunque pueda parecer como si la Mente nos estuviera enviando esos pensamientos desde algún lugar “por allá lejos”, de hecho, esta Mente en realidad es nuestra Mente aquí y ahora. Ya que sólo existe una Mente, tiene que ser nuestra también. La Mente y su idea —nosotros— son uno.
Eso puede sonar abstracto, pero hay poder en la oración que reconoce que la Mente divina es nuestra única Mente y que los pensamientos de Dios son nuestros únicos pensamientos. He descubierto que, cuando oramos de esta manera, somos fortalecidos para resistir y rechazar los sentimientos sombríos, devastadores e intensos porque son fundamentalmente ilegítimos; vienen de la nada y no pertenecen a nadie. Recibimos apoyo al detener y rebelarnos en contra de la precipitada caída hacia el abismo del agotamiento, la ansiedad y la depresión.
Y también somos capaces de saber, de la manera más firme y segura, que no hay punto crítico. No porque todo se haya vuelto perfecto y color de rosa. Se debe a que nuestro rescate radica en un cambio de perspectiva, en descubrir que no nos aferramos con desesperación a nuestras últimas hebras de cordura, sino que la Mente, perpetuamente estable y segura, nos ama, y lo entendemos cuando reconocemos cuán seguros ya estamos.