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Demostrar inmunidad a la enfermedad

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 22 de febrero de 2021


Aquellos que han aceptado las enseñanzas de la Ciencia Cristiana y las están poniendo en práctica a consciencia, tienen una creciente fe religiosa en que Dios es, como dice la Biblia, “fortaleza en el día de la angustia” (Nahum 1:7). Están convencidos de que la seguridad de la humanidad radica solo en confiar en Él para responder a cada necesidad: para consolarlos, resguardarlos y guiarlos, para sanarlos, protegerlos del peligro y mantenerlos bien y felices para siempre. No hay otra manera.

Estas personas que el mundo conoce como Científicos Cristianos en algún momento preciado de sus vidas llegaron a tomar consciencia de que Dios, el bien infinito, es la presencia y el poder que lo llena todo; que, de hecho, “ninguno más hay” (Isaías 45:5). En su búsqueda de la Verdad han sido guiados a discernir el hecho espiritual de que el hombre es la idea de Dios, y que Él mantiene cada identidad individual a Su imagen perfecta, pura, vital, sana, el reflejo de la naturaleza divina. Han captado vislumbres de la explicación científica de que el universo está gobernado por la ley del bien, y que esta ley no permite desviación alguna de la armonía en ningún aspecto de la existencia verdadera.

Para muchas personas, estas vislumbres de la verdad espiritual generalmente no han durado más que un momento, pero a menudo fueron tan vívidas y vitales que no solo han traído luz a la consciencia humana individual, sino que han tenido innegables efectos sanadores en la vida y el cuerpo de estas personas. Muchos pueden hablar de la curación rápida de enfermedades después de recibir este don de la gracia divina, de superar problemas domésticos y empresariales y de la restauración de la paz y la felicidad. No es de extrañar, entonces, que a partir de ese momento se hayan convencido de que deben mantener la fe con esta perspectiva de la existencia intachable. En sus corazones saben que deben tener el propósito de alcanzar puntos de vista cada vez más claros de la Vida inmortal y aumentar su consciencia de la Verdad espiritual. Y están seguros de que al hacerlo no están asumiendo riesgos, sino poniéndose bajo la protección segura de la ley divina y triunfante.

Los gobiernos de algunos países reconocen el derecho de un individuo a seguir los dictados de su consciencia. Aprueban leyes para permitir a los ciudadanos no sólo adorar a Dios como se sientan guiados, sino a confiar en Él para la salud y el bienestar de ellos mismos y de sus hijos. Cuando existen leyes que requieren la inmunización obligatoria contra ciertas enfermedades, por lo general, permiten una exención para los Científicos Cristianos y otras personas que tienen una profunda fe en Dios y la convicción espiritual de que su seguridad radica en confiar en los hechos inmortales del ser. Permiten a estas personas demostrar el poder de la Deidad para anular el peligro de contraer enfermedades transmisibles en lugar de insistir en que se inoculen contra ellas mediante la vacuna, ya sea por inyección o una de las formas orales más recientes.

Cuando se permiten estas exenciones, los Científicos Cristianos están agradecidos y deben aprovechar la oportunidad que brindan para aliviarse tanto ellos mismos como sus hijos de lo que quizás crean que es una violación de su fe en Dios como su propia Vida, por lo tanto, un peligro aún mayor para su bienestar que la enfermedad misma. Pero el mero rechazo de los medios materiales por motivos de consciencia religiosa no es suficiente, como señaló un mensaje de La Junta Directiva de la Ciencia Cristiana, “Protección para los Niños”, en el Journal del mes pasado. Un gesto de este tipo por sí solo es inadecuado para demostrar la inmunidad a la enfermedad que Dios da y a la que tenemos derecho. Los Científicos Cristianos también necesitan dedicarse a orar y hacer un esfuerzo escrupuloso para mantener la consciencia en unidad con la Mente divina, para vigilar y orar a fin de que sólo los pensamientos de Dios moren en su pensamiento, y que las sugestiones mentales nocivas no se arraiguen, desarrollen y parezcan manifestarse externamente en la forma de las enfermedades mismas contra las que otros han sido tratados médicamente. Si los Científicos Cristianos no son fieles en esta prueba de su unidad con Dios, se podría decir, en las palabras de la parábola de Cristo Jesús del mayordomo injusto: “Los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz” (Lucas 16:8, NTV).

Este trabajo protector no tiene por qué parecer laborioso, ya que la Ciencia Cristiana muestra que Dios es la Mente divina y el hombre es la idea de Dios. En verdad, es natural que el hombre, la imagen de la Mente pura, manifieste invariablemente la pureza y armonía sanas de la consciencia divina; ese estado de la Mente al que la Sra. Eddy se refiere cuando dice: “La consciencia verdadera es la salud verdadera” (Escritos Misceláneos, pág. 298). Ni un solo individuo en la creación de Dios puede perder su tenencia de abundante salud. La Deidad, el principio inmutablemente perfecto y omnipresente, no solo crea, sino que mantiene Su idea, el hombre, en el bienestar eterno. 

Por otro lado, la enfermedad es una imagen falsa del pensamiento. No es una realidad, sino una sugestión negativa generada por la mente carnal, o mortal, que Pablo dice que es “enemistad contra Dios” (Romanos 8:7). La idea de Dios, el hombre, es inmune a la enfermedad, y el argumento de que cualquiera puede estar, o está, enfermo siempre debe rechazarse con firmeza sobre la base de que la verdadera consciencia espiritual, que es inseparable de la Mente divina, siempre está presente; por lo tanto, la salud también debe estar siempre presente.

La manera de preservar la inmunidad a las sugestiones de enfermedad de la mente mortal —ya sea que médicamente se la clasifique como funcional, orgánica, infecciosa o contagiosa— es entonces permanecer fiel a Dios, la Mente divina, y negarse a admitir el pensamiento de la enfermedad en la consciencia. Cuando dicha vigilancia mental se practica concienzudamente proporciona una protección verdaderamente eficaz. Si el pensamiento es puro, el cuerpo también debe serlo. Si la consciencia está verdaderamente siempre de acuerdo con la Mente divina, la salud debe estar invariablemente presente y la discordia para siempre ausente.

El Científico Cristiano que reclama la exención de los métodos médicos para la prevención de enfermedades y mantiene a consciencia la verdad fundamental de su fe religiosa que, como proclama Ciencia y Salud, “Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo” (pág. 468), será generosamente recompensado. Demostrará la inmunidad que es su derecho divino como hijo de Dios, y estará siempre sano.

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