La humanidad ha sido víctima durante mucho tiempo de fuerzas naturales erráticas, o actos de Dios, como se los llama comúnmente. ¿Siempre será así? No si estamos dispuestos a abordar el desafío a través de la Ciencia divina, comenzando con la visión revelada a Elías acerca del Ego divino.
La Biblia relata que Elías, huyendo de la muerte a manos de la enfurecida reina Jezabel, ascendió al Monte Horeb buscando que su Dios lo consolara. Allí, un impresionante espectáculo de fuerzas físicas violentas desfiló ante él. Primero, un poderoso viento que rompía las rocas, luego, un terremoto y, finalmente, fuego. Pero Elías se dio cuenta de que “el Señor no estaba en el terremoto”, tampoco en el viento ni en el fuego. Por fin, Elías escuchó y recibió el amor ministrante de Dios por medio de “una voz callada y suave” (1 Reyes 19:11, 12, KJV).
Durante la época de Elías, la gente creía que Dios era a veces una personalidad temible, y este concepto erróneo de la naturaleza de Dios todavía es ampliamente aceptado hoy en día. Sin embargo, la experiencia de Elías reveló categóricamente que la naturaleza de Dios no se manifiesta en las fuerzas naturales destructivas.
Si Dios no está “en” el terremoto, entonces ¿qué está? Los desastres naturales son un elemento de lo que Mary Baker Eddy denomina mente mortal, “error que crea otros errores” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 591). Más específicamente, los desastres surgen de la confusión de que la individualidad en Dios y en el hombre es tanto buena como mala, y a menudo está controlada por el mal. Refiriéndose a aquellos que creían en este concepto en la época de Jesús, Mary Baker Eddy escribió: “Ellos creían que este ego malo se extendía por todo el universo por tener identidad y autoconsciencia al igual que Dios. Este ego estaba en el terremoto, en el rayo y en la tempestad” (La unidad del bien, pág. 46).
Uno puede preguntarse cómo el simple hecho de creer en un ego malvado, ya sea en Dios o en el hombre, puede afectar tan negativamente a la humanidad. El temor es el culpable. Creer en el mal es temer el mal. Creer que el Todopoderoso puede enviar desastres de forma errática es morar en un temor que disminuye y distorsiona la comprensión natural de la humanidad de que Dios es en verdad amoroso. Este malentendido acerca de la naturaleza de Dios somete a la humanidad a tiránicos temores a los desastres, y al desastre mismo.
Si los desastres naturales se correlacionan en la experiencia humana con un falso sentido del ego en Dios y en el hombre, ¿debe la humanidad seguir sufriendo esta amenaza mental? No. A este respecto, como en todos los asuntos de la vida, nuestro Salvador es el Cristo. Jesús, al hablar de la verdadera identidad espiritual, declaró: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Él vivió esta unidad con Dios en sus enseñanzas y demostraciones de la realidad del bien que anula el mal. Además, Jesús llamó a todos a reconocer no sólo su propia unidad con Dios, sino también la unidad de todos los hijos de Dios con Él, el único Ego. Unidad aquí claramente no significa igualdad; más bien, es el reconocimiento vivido de que la existencia y la continuidad de la individualidad creada por Dios permanecen en el Padre-Madre divino.
Comprender que toda identidad y creación verdaderas se basan de modo seguro en la permanencia de un Ego divino, el cual refleja solo la bondad divina, es mucho más que un mero discernimiento metafísico. Con este punto de vista de que toda la creación es la expresión de un Ego del todo bueno, se nos dan los medios para mejorar, e incluso prevenir, las catástrofes. La curación de terremotos, huracanes, incendios y otros desastres llamados “naturales” comienza rechazando el error de que nuestra existencia pueda estar separada de Dios.
El trágico engaño de temer el mal no puede continuar para siempre. ¿Por qué? Porque esta falsedad, como todo error, es destruida a medida que aparece la verdad. Vemos esto ilustrado en la experiencia de Elías. Su temor a Jezabel trajo una profunda desesperación, por lo que se volvió más sinceramente a Dios en busca de dirección y fue guiado al Monte Horeb, donde Dios le reveló amorosamente la comprensión que sostiene la vida. Visto desde otra perspectiva, el temor infligido al profeta en realidad adelantó la propia destrucción del temor cuando Elías buscó una mayor intimidad con Dios. El sufrimiento no es enviado por Dios ni es de Dios, sino que las creencias y temores erróneos de la humanidad se convierten en su propio flagelo, lo que insta a la humanidad a escapar de su engaño y reconocer el amor de Dios, y obtener una comprensión más clara del ser.
La Ciencia Divina es, de hecho, nuestro único medio verdadero para prevenir en última instancia los desastres. La intimidad de Elías con Dios a través de la “voz callada y suave” presagia la vida de Jesús en unidad con el Padre-Madre divino. Por medio de esta Ciencia somos guiados, a través de las progresivas demostraciones de la bondad de Dios, hasta nuestro propio Monte Horeb, simbólicamente el monte de la revelación. La Ciencia nos revela a cada uno de nosotros la autodestrucción natural de la destrucción mediante el orden divino que lo gobierna todo. A salvo en la seguridad de la comunión con Dios, nosotros también, como Elías al despertar, conocemos con gratitud al único Ego divino y del todo bueno, y la maravillosa, diversa y armoniosa creación de Dios.