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Encontremos seguridad en la economía divina

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 8 de noviembre de 2021


Mencionar los bancos y Wall Street, y las conversaciones sobre la economía a menudo tienden hacia sus aspectos codiciosos, inmorales e inescrupulosos. O bien pueden sacar a relucir temores de imprevisibilidad, incluso volatilidad, junto con una sombría perspectiva de escasez. No obstante, la definición más antigua de la palabra economía tiene que ver con la responsabilidad, la estabilidad y la legalidad. La palabra proviene del griego oikonomia, que significa “administración del hogar”. Las Escrituras asocian la administración de una casa u hogar con la sabiduría: “Con sabiduría se edificará la casa, y con prudencia se afirmará” (Proverbios 24:3). Esto nos asegura que la sabiduría nos da la visión y la inspiración para manejar todos nuestros asuntos y actividades con eficacia.

Jesús lleva esto un paso más allá, al indicar que la comprensión espiritual de sus enseñanzas es la sabiduría que construye y mantiene esta “casa” de una manera estable y armoniosa: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mateo 7:24). Jesús dijo esto al finalizar su Sermón del Monte, sus esclarecedoras enseñanzas acerca del amor. De manera que el individuo que se adhiere a estas enseñanzas es un hombre sabio que administra su casa o economía sobre la base de las enseñanzas de Cristo, sobre las leyes del Amor divino.  

Mary Baker Eddy reconoció que toda obra eficaz de la iglesia comienza desde esta base. Ella incluyó el siguiente Estatuto en el Manual de La Iglesia Madre: “Dios exige que la sabiduría, la economía y el amor fraternal caractericen todos los actos de los miembros de La Iglesia Madre, La Primera Iglesia de Cristo, Científico” (pág. 77). Esto coincide bellamente con las enseñanzas de Jesús sobre el tema. Y afirma que “Dios exige” esto de nosotros; en otras palabras, la demanda es divina, no humana.   

Hay una economía divina, que pertenece a Dios, que va más allá de lo humano y está por encima de las fluctuaciones de los sistemas económicos humanos. Esta economía divina, o la actividad espiritual que está bajo el gobierno de Dios, se caracteriza por la abundancia ilimitada, así como por el orden. Jesús nos asegura lo primero cuando dice: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay” (Juan 14:2), y “He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (10:10). Y la Sra. Eddy escribe que el mal, que incluiría un comportamiento inescrupuloso, ilegal y falto de ética no está incluido en esta economía divina: “Para los sentidos físicos, las estrictas exigencias de la Ciencia Cristiana parecen perentorias; pero los mortales se están apresurando a aprender que la Vida es Dios, el bien, y que el mal no tiene en realidad lugar ni poder en la economía humana o en la divina” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 327).

Vale la pena señalar que el diccionario Webster de 1913, cuya publicación fue cercana a la edición final de Ciencia y Salud, incluye esta definición de economía: “sistema de reglas y regulaciones por medio del cual se administra cualquier cosa”. Ese sentido de orden conforme a las reglas alude a las leyes divinas que regulan o administran la economía divina. Esta economía es estable —el flujo continuo del bien espiritual— no es caótica ni impredecible. No opera partiendo de la creencia de que algunos obtendrán más que otros o que el objetivo es la gratificación de los deseos materiales. En cambio, opera sobre la base de que Dios satisface amorosamente las necesidades de todos en igual medida a través de Su abundante bondad.

Las leyes divinas que proceden del Principio divino, o Dios, constituyen la economía, la Ciencia divina, del ser. Al explicar que podemos operar desde la base de que Dios, la Mente divina, es superior a la evidencia material y hacer de la Mente nuestra “base de operaciones independientemente de la materia”, la Sra. Eddy escribe: “Tanto la Ciencia como la consciencia obran ahora en el orden del ser de acuerdo con la ley de la Mente, que por último impone su supremacía absoluta” (Ciencia y Salud, pág. 423). Esta economía siempre está en operación y disponible. No está separada de nuestra existencia, sino que es la eterna actividad de Dios que regula y gobierna toda Su creación. Está presente en todas partes, incluso en nuestros hogares, negocios e iglesias. 

Hace años, una iglesia a la que asistía convocó a una reunión para revelar que solo teníamos fondos suficientes para dos años, después de lo cual tendríamos que cerrar nuestras puertas. Nuestros estados financieros mensuales sugerían que lo que aportábamos nunca coincidiría con lo que gastábamos. Algunos miembros recomendaron que “aceptáramos lo inevitable” y cerráramos nuestras puertas, mientras que otros propusieron que recortáramos nuestros gastos y nos ajustáramos el cinturón. Decidimos hacer muchos recortes prácticos, pero también oramos por la situación, sabiendo que Dios y Su expresión del bien no estaban limitados por nuestras finanzas. Conversamos acerca de la importancia de la iglesia y el hecho de que la nuestra existía para servir y bendecir a la comunidad desde la base de “la sabiduría, la economía y el amor fraternal”. 

No mucho después de esto, para nuestra gran sorpresa, recibimos un legado que satisfaría las necesidades de nuestra iglesia en un futuro próximo. Pero la bendición más grande fue cómo esta situación nos hizo pensar más profundamente en el propósito de la iglesia y su función en nuestra comunidad. 

Esto también se aplica a las personas. Cuando dirigimos nuestro pensamiento hacia el propósito tan único que Dios nos ha dado de servir y bendecir a la humanidad, podemos discernir la amorosa provisión de medios y de oportunidad que Él nos brinda para hacerlo. La economía de Dios incluye esta regla de reciprocidad: Al bendecir a los demás, somos bendecidos.

En las paredes de muchas iglesias de Cristo, Científico, se encuentra esta aserción de Ciencia y Salud: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (pág. 494). Esta es realmente la base de la economía divina. Nadie puede estar jamás fuera de este Amor infinito y divino, y cada uno de nosotros encuentra seguridad, protección y provisión en esta economía divina.

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