Mientras la sociedad busca una solución a la pandemia actual, incluida la inmunidad ante el contagio, los Científicos Cristianos acatan voluntariamente cualquier requisito legal. Lo hacen con el espíritu del amor al prójimo.
Sin embargo, la Ciencia Cristiana enfatiza la naturaleza mental de lo que experimentamos. De modo que, entretanto los investigadores médicos se vuelven hacia el cuerpo material como el sitio del problema y hacia una vacuna como una solución, los seguidores de la Ciencia del Cristo identifican la forma de pensar basada en la materia como la causa de la enfermedad, y el pensamiento impulsado por Dios como el remedio, siguiendo así la enseñanza bíblica que dice de un hombre: “Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7). Todo lo que aceptemos en la consciencia como nuestro propio pensamiento tarde o temprano se manifestará en nuestra experiencia. De ahí la necesidad de no admitir en nuestra consciencia aquello que menosprecie o niegue la naturaleza de Dios, el bien y, en consecuencia, la nuestra.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy señala la naturaleza mental subyacente de la enfermedad cuando escribe sobre la necesidad de exterminar “todos los microbios mentales de pecado y todos los gérmenes-pensamientos enfermizos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 164). Ya sea involuntaria o deliberadamente, invitamos a los “gérmenes-pensamientos enfermizos”, o error, al albergar en nuestra consciencia pensamientos temerosos y pecaminosos.
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