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Inmunidad espiritualmente basada

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 25 de febrero de 2021


Mientras la sociedad busca una solución a la pandemia actual, incluida la inmunidad ante el contagio, los Científicos Cristianos acatan voluntariamente cualquier requisito legal. Lo hacen con el espíritu del amor al prójimo. 

Sin embargo, la Ciencia Cristiana enfatiza la naturaleza mental de lo que experimentamos. De modo que, entretanto los investigadores médicos se vuelven hacia el cuerpo material como el sitio del problema y hacia una vacuna como una solución, los seguidores de la Ciencia del Cristo identifican la forma de pensar basada en la materia como la causa de la enfermedad, y el pensamiento impulsado por Dios como el remedio, siguiendo así la enseñanza bíblica que dice de un hombre: “Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” (Proverbios 23:7). Todo lo que aceptemos en la consciencia como nuestro propio pensamiento tarde o temprano se manifestará en nuestra experiencia. De ahí la necesidad de no admitir en nuestra consciencia aquello que menosprecie o niegue la naturaleza de Dios, el bien y, en consecuencia, la nuestra.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy señala la naturaleza mental subyacente de la enfermedad cuando escribe sobre la necesidad de exterminar “todos los microbios mentales de pecado y todos los gérmenes-pensamientos enfermizos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 164). Ya sea involuntaria o deliberadamente, invitamos a los “gérmenes-pensamientos enfermizos”, o error, al albergar en nuestra consciencia pensamientos temerosos y pecaminosos. 

La Sra. Eddy le escribió una vez a un estudiante: “El error viene a ti por vida, y tú le das toda la vida que tiene” (Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy, Amplified Edition, p. 98).  

La única manera en que los pensamientos corruptos, ya sea miedo, odio o egoísmo, pueden obtener vida o expresión en nuestra experiencia es si les prestamos nuestra identidad diciendo: “Tengo miedo; estoy lleno de odio; soy vulnerable”, y luego los manifestamos en nuestra vida.

Entre los innumerables agentes mentales alojados en una consciencia materialista, encontramos la apatía espiritual, que necesita ser desafiada en todo momento. Si no se la enfrenta, podría resultar en la asimilación del pensamiento equivocado poniendo en peligro nuestro progreso y sofocando nuestro deseo de conocer y amar a Dios más profundamente. No obstante, conocer la individualidad perfecta de Dios, y al hombre hecho a Su imagen y semejanza, hará que nos liberemos paso a paso de la mortalidad, que es la pandemia universal fundamental de la que es necesario salvar a la humanidad.

 Lo último que cualquiera de nosotros desea en realidad es tener su consciencia animada por la mentalidad material. Todo lo contrario. Así como es tan práctico y normal lavarnos las manos, tanto mayor es la necesidad de limpiar nuestros pensamientos del materialismo.

Es útil preguntarnos: ¿Está el pensamiento inclinando nuestra experiencia hacia Dios o alejándonos de Él? ¿Dejamos que nuestro pensamiento sea gobernado por la Mente divina, la única consciencia infinita, la fuente de toda salud y armonía, o por una consciencia impía (y por lo tanto irreal) llamada mente mortal, que representa una inversión de todo lo que es bueno?

Es en esta consciencia falsa que encontramos todo pecado, enfermedad y muerte. Sin embargo, esta consciencia de la corporeidad, que es el patio de recreo de la mente mortal, puede ser negada y privada de toda identidad. Hacemos esto al alcanzar el verdadero conocimiento propio, la consciencia de nuestra identidad espiritual en Dios, la Mente divina, en quien “vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28, LBLA). En esta Mente tenemos eterna seguridad. 

La rectitud, o mentalidad correcta, mantiene nuestra consciencia inmune ante los ataques virales de los pensamientos perversos. Nada es tan contagioso como el pensamiento, ya sea para el bien o para el mal. Por eso es tan importante practicar el distanciamiento mental; erigir una barrera mental entre nuestra consciencia y la aparente aceptación generalizada de las teorías materiales. Puesto que la puerta de nuestra consciencia solo puede abrirse desde adentro, podemos prohibir la entrada a cualquier cosa que sea dañina o destructiva. Pero si un ejército de extraños —pensamientos materialistas y atemorizados— irrumpen en la consciencia a través de una puerta mental abierta y desatendida, la manera de corregir la intrusión es mediante un autoexamen honesto. 

La Sra. Eddy nos instruye: “Velad y orad diariamente para que las sugestiones malévolas, bajo cualquier máscara que se presenten, no se arraiguen en vuestro pensamiento ni den fruto. Examinaos con frecuencia y ved si hay algo que obstaculice la Verdad y el Amor, y ‘retened lo bueno’” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 128-129). Negarnos a dar nuestro consentimiento a las sugestiones malas —pensamientos negativos y desemejantes al Cristo— rehusarnos a darles vida y aferrarnos a la realidad del bien, traerá inmunidad contra el error de todo tipo, ya sea pobreza, soledad, enfermedad o cualquier otro mal que asuele a la humanidad. 

Para tener poder sobre nosotros, cualquier pandemia necesita el consentimiento del individuo. Nuestro tácito acuerdo con la opinión de la mayoría sobre una enfermedad puede determinar el temor y la gravedad de los síntomas comprendidos en el caso. Pero ceder a la Verdad divina libera de la multitud de suposiciones, predicciones y opiniones populares nefastas. Por eso el salmista nos dice: “Aunque caigan mil a tu lado, aunque mueran diez mil a tu alrededor, esos males no te tocarán” (Salmos 91:7, NTV). 

Cuando llenemos la consciencia con las cualidades semejantes a las del Cristo de disponibilidad, bondad, amor, compasión, humildad, satisfacción, santidad y felicidad —y las ponemos en práctica— habrá cada vez menos manifestaciones de enfermedad, porque experimentaremos lo que mantenemos en la consciencia, ya sea bueno o malo. Estar bien exige tener en el pensamiento y en la conducta una bondad creciente, a semejanza del Cristo. Al permitir que la Mente divina se exprese en nosotros, podemos negarnos a reivindicar una mente mortal que engendra una forma de pensar egoísta y materialista y de ese modo transmite la infección. A medida que nos liberemos cada vez más del pensamiento mortal o egocéntrico, nuestro cuerpo será menos susceptible a la enfermedad y a las dolencias, gracias a nuestra creciente comprensión y amor de Dios, que “sana todas [nuestras] dolencias” (Salmos 103:3).

En todos los aspectos de la vida, los Científicos Cristianos recurren a su Ejemplo, Cristo Jesús, en busca de guía. Su vida manifestó perfectamente al Cristo, el hombre ideal de la creación de Dios. ¿Cómo se ocupó nuestro Maestro de las enfermedades contagiosas e infecciosas, y qué podemos aprender de él? La Biblia relata que no tenía miedo de tocar a los leprosos y que lo hizo sin tener ningún efecto negativo sobre él (véase Mateo 8:2, 3). La Biblia también nos dice que sanó “a cuantos tenían plagas” (Marcos 3:10). Enfrentó el error con el poder de una vida pura. No concedió ningún poder a la enfermedad porque sabía que Dios no la había hecho. 

La Mente del Cristo era la única “medicina” o poder sanador que Jesús utilizó contra todas las formas de discordancia que enfrentó. La espiritualidad que era innata en Jesús —y en nosotros— debe convertirse cada vez más en nuestra mentalidad mediante nuestra expresión de las cualidades de misericordia y justicia, de pureza y bondad a semejanza del Cristo. Entonces veremos que el amor de Dios revelado en Cristo puede inspirarnos a llevar nuestro amor más noble a la necesidad más grave.

El amor a Dios y al hombre es el antídoto contra el odio y el temor y los extingue antes de que corrompan el carácter humano. El Amor divino elimina el miedo en virtud de su omnipresencia. Amamos a la humanidad y nos esforzamos por hacer el bien a todos porque amamos a Dios, en primer lugar. Esta acción se ajusta al Amor divino, que, al igual que el sol, brilla sobre justos e injustos, honestos y deshonestos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, independientemente de su raza, nacionalidad o cualquier otro factor material.   

Practicar este amor que refleja el Amor divino es seguir las enseñanzas de nuestro Maestro, quien dijo: “Este es mi mandamiento: ámense unos a otros de la misma manera en que yo los he amado” (Juan 15:12, NTV). La esencia del amor es que puede dirigirse hacia todos, incluidos los llamados desagradables y poco amables, incluso los hostiles. El Amor es una panoplia contra cualquier problema.

La comprensión de que nuestra verdadera individualidad es creada, protegida y mantenida por Dios contiene los problemas de la supervivencia. Ningún germen material puede entrar o adherirse al ser espiritual del hombre. La protección contra el contagio se encuentra en la demostración de la consciencia real, la consciencia que Dios otorga y que constituye nuestra verdadera e indestructible individualidad. En esta consciencia ya no damos vida a las creencias basadas en la materia —a aquello que no tiene vida legítima— sino que guardamos solo las ideas espirituales de Dios. Tenemos al Salvador, la Verdad y el Amor que dan y restauran la vida, siempre con nosotros. Y este poder libera al mundo de sus temores a las enfermedades causadas por gérmenes.

Mary Baker Eddy dice en la página 116 de Miscelánea: “En épocas de enfermedades contagiosas, los Científicos Cristianos se esfuerzan por elevar su consciencia al verdadero sentido de la omnipotencia de la Vida, la Verdad y el Amor, y la comprensión de esta gran realidad en la Ciencia Cristiana pondrá fin al contagio”. 

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