Hace algunos años, tuve la idea de sentarme en silencio junto a una ventana antes del amanecer y escribir cuándo y cómo aparecía la luz por primera vez fuera de nuestra casa. Cada mañana, cuidaba de notar el instante preciso en que un árbol tomaba forma, el cielo resplandecía de rosa, el lirio se volvía lavanda. Al documentar estos momentos, llegué a reconocer cuán suave e inevitablemente las características del paisaje asumían su verdadero color y forma. Los árboles, la leñera, las rocas, el campo, ya estaban completos. Pero a medida que el amanecer los revelaba, yo los veía, no como viejos y oscuros, sino como vibrantes, acabados y hermosos.
Al estudiar la Ciencia Cristiana, he visto algo similar, pero mucho más profundo. He aprendido que observar con dedicación la luz espiritual hace nuevas todas las cosas. He visto cómo una comprensión de Dios, la fuente de toda luz, disipa las sombrías creencias materiales acerca de mí y los demás, y revela vistas radiantes, puras y espirituales. La Biblia identifica esta luz espiritual como el Cristo, la Verdad que Jesús personificó y reflejó, por medio del cual se comprende claramente que nuestra identidad y existencia son ilimitadas, seguras, amadas y puramente buenas.
El Cristo nos llama a mirar más allá de la percepción de la existencia humana como una experiencia sombría, destinada a morir, y a reconocer que en realidad vivimos en un sentido más amplio de la vida: la Vida divina e infinita, o Dios, que siempre es encantadora, fresca, continua y nueva.
Juan el Viejo, también conocido como Juan de Patmos, ciertamente captó una grandiosa vislumbre de la realidad espiritual revelada por la luz del Cristo. Documentó fielmente su visión en el libro del Apocalipsis: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron” (21:1).
Cada vez que pareciera ser “triste el ensueño… del mortal” (Elizabeth C. Adams, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 188) es un momento especialmente importante para tomar con toda seriedad esta observación profundamente espiritual iluminada por el Cristo. Y las enseñanzas de la Ciencia Cristiana son fundamentales para este trabajo.
¿Por qué? En pocas palabras, la Ciencia del Cristo revela inequívocamente que Dios es del todo bueno, sólo bueno. Por lo tanto, el mal no forma parte de la creación de Dios, y cada uno de nosotros, por ser hijo de Dios, es puramente la expresión del bien. Esto significa que la enfermedad, el contagio, la oportunidad perdida, la depresión, la escasez, etc., no son realmente parte de nosotros. Son creencias oscuras y llenas de temor que podemos confrontar y vencer al orar con la ley y la luz de la Ciencia divina. Como dice la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy: “La enfermedad, el pecado y la muerte son las vagas realidades de las conclusiones humanas” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 297-298).
La Sra. Eddy también explica: “Tumores, úlceras, tubérculos, inflamaciones, dolores, coyunturas deformadas, son sombras-sueños estando despierto, imágenes oscuras del pensamiento mortal, que huyen ante la luz de la Verdad” (Ciencia y Salud, pág. 418). Se necesita dedicación y valor para negar la realidad de las oscuras “imágenes del pensamiento mortal” basadas en la materia y afirmar la continuidad y la presencia de la Verdad espiritual; especialmente cuando esas formas parecen encolerizadas y dan miedo. Sí, es necesario vigilar. Pero es un trabajo vigorizante cuando sabemos que es el Cristo quien ilumina. Y trae curación física, tanto hoy como en la época de Jesús.
He aquí un ejemplo modesto. En un momento dado, aturdida por las noticias de los medios y atrapada en las angustias del mundo, me sentía enferma y febril. En lugar de estar diligentemente atenta para ver la luz del Cristo, oraba por un tiempo con la esperanza de que la oración surtiera efecto. Pero la verdad es que no me había rendido ante la luz del Amor, Dios, que abarca todo.
Así que mentalmente me puse de rodillas junto a lo que parecía una ventana del pensamiento muy oscura y esperé con atención a que llegara la luz del Cristo. Releí la Lección Bíblica de esa semana del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, a pesar de que ya la había leído esa mañana. Me quedé muy quieta. Escuché. Velé. Mientras lo hacía, la luz radiante del Cristo inundó mi pensamiento. Esa Lección Bíblica estaba tan llena de ideas espirituales fuertes, inequívocas y reconfortantes que para cuando terminé, era absolutamente claro para mí que Dios, el Amor, es el único poder, y que la enfermedad, la tristeza, el odio e incluso la muerte son solo supuestas manifestaciones de una imaginación colectiva material defectuosa: “las vagas realidades de las conclusiones humanas”.
Yo no expresaba ni iluminaba la Verdad; la Verdad me expresaba a mí, me iluminaba, y ya no me sentí separada de ella. Incluso la palabra Dios, que antes de esta experiencia me había comenzado a parecer obsoleta y trillada, comenzó a sonar verdadera más allá de cualquier concepto humano. Era una renovada comprensión de mi unidad con un Dios del todo bueno. Esto eliminó la tristeza, y en poco tiempo los síntomas de la enfermedad desaparecieron por completo. Ya era perfecta, estaba a salvo y renovada. La luz del Cristo simplemente me lo mostró.
Esta luz espiritual pura se derrama a cada momento sobre ti y sobre mí y sobre nuestro precioso y hermoso mundo. La luz del Cristo que esperamos diligentemente es la evidencia de ese solo y único bien, Dios, que amanece ahora mismo donde siempre ha amanecido: en la consciencia. “Entonces, demos forma a nuestros puntos de vista de la existencia con belleza, lozanía y continuidad, más bien que con vejez y decrepitud” (Ciencia y Salud, pág. 246).
Tú y yo no estamos atascados, enfermos, no somos demasiado jóvenes o demasiado viejos ni aburridos, no estamos tristes, aislados o desconectados. No representamos creencias agotadas e “imágenes oscuras del pensamiento mortal”. Por ser ideas espirituales de Dios, que el Cristo revela como completas, no tenemos que esperar algo más de ninguna cosa. Ya somos perfectos y completos. La luz de la Verdad está aquí en este momento, dando forma a cada esperanza y deseo, delineando y definiendo cada idea correcta y llenando cada necesidad humana de calidez y resplandor. El Amor divino está siempre presente, y el hombre tiene el sentido espiritual para estar atento a él, reconocerlo y recibir su ayuda.
Así que ve y siéntate junto a tu propia ventana del pensamiento. Ve temprano. Ve a menudo. Toma tu humilde corazón, tu Biblia y tu Ciencia y Salud, y pasa un tiempo de oración expectante y tranquilo siendo testigo de ese primer e inconfundible resplandor rosa del consuelo divino; ese primer indicio de sagrada alegría. Reconócelo y siéntelo para ti mismo y para el mundo entero. Luego sal a la luz plena del Cristo que revela al hombre completo, perfecto, seguro y siempre nuevo.
