¡Oh, no! Ahí estaban otra vez. Cuando mis amigas y yo salimos de la cafetería, comenzaron los conocidos insultos detrás de nosotras. A continuación, el grupo de chicas que nos había estado intimidando todo el año nos empujaron con fuerza a un lado. Cuando tropezamos, se rieron y continuaron por el pasillo.
En ese momento, estábamos en octavo grado, y los adultos de nuestra escuela no parecían estar al tanto de las programadas burlas y empujones de ese grupo de chicas. Y en lugar de contarles lo que pasaba, mis amigas y yo lo soportábamos.
Nuestros padres, maestros de la Escuela Dominical y pastores de jóvenes nos aseguraron que estaba bien denunciar estos incidentes. Pero había algo más que también nos animaron a hacer: orar. El tema surgió un día en el almuerzo, y a pesar de alguna mirada de exasperación inicial, mis amigas y yo acordamos que orar era probablemente la mejor solución.
En mi oración, me resultó sumamente útil este pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “En todo momento y bajo todas las circunstancias, vence el mal con el bien. Conócete a ti mismo, y Dios proveerá la sabiduría y la ocasión para una victoria sobre el mal. Revestido con la panoplia del Amor, el odio humano no puede alcanzarte” (pág. 571).
Razoné que aun cuando viera lo que parece ser el mal —ira, odio, crueldad— podía percibir la presencia de sus opuestos al comprender que no solo Dios, sino también Su creación, que nos incluye a todos nosotros, es completamente buena. Esta fue mi oración: ver la bondad genuina en estas chicas en lugar de las cosas feas e hirientes en la superficie que parecían estar ocultando ese bien.
También consideré las palabras de Cristo Jesús: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44). En lugar de tomar represalias mediante nuestro propio comportamiento intimidante, mis amigas y yo, a través de nuestras oraciones, estábamos respondiendo con el amor sanador que Jesús enseñó.
También me di cuenta de que un aspecto importante de ese amor era quitar la etiqueta de “acosadoras” que había asignado a estas chicas y reconocer que estaban incluidas en la buena creación de Dios, tal como mis amigas y yo. La “victoria sobre el mal” no sería una victoria para un grupo u otro, sino una victoria para el bien, que nos beneficiaría a todas. Y todas podíamos estar a salvo de tener algo que ver con el odio.
Un día, escuché a una de estas chicas hablando con su amiga sobre ir a la iglesia. Tengo que admitir que lo primero que pensé fue: ¿Cómo puedes ir a la iglesia y, no obstante, ser tan mala? Pero mi segundo pensamiento fue que ella debía de tener alguna comprensión de Dios, y, por lo tanto, del bien. Empecé a superar el sentimiento de “nosotras contra ellas” y a saber que era natural que todas quisiéramos el bien y ser buenas. ¿Quién no querría paz, bondad y felicidad?
Comencé a sentirme más tranquila en la escuela. Aun así, no mucho después, a una de mis amigas una vez más la empujaron con fuerza en el pasillo. Dejé mis libros en un aula cercana y fui a ayudarla. Nuestras otras amigas nos animaron a ir a la oficina del director, y vinieron con nosotras.
Allí explicamos lo que había pasado. A pesar de la inquietante escena en el pasillo momentos antes, toda la situación parecía tranquila y bajo control. Mis amigas y yo estuvimos seguras y elocuentes, y la directora fue amable y comprensiva. Vi que esto era el resultado de nuestras oraciones colectivas.
Cuando regresé al salón de clases para recoger mis libros, no estaban en ninguna parte, y tuve la sensación de que otra alumna se los había llevado. Estaba molesta, pero no era el momento de dejar de orar. Sabía que había habido progreso ese día, y necesitaba seguir orando y dar testimonio de las identidades reales de estas chicas hasta que hubiera una curación completa.
Al día siguiente, una de las chicas que nos había intimidado confesó haber tomado mis libros, y se disculpó. Le agradecí, pero añadí que debía devolvérmelos y así lo hizo. Y eso fue todo. El acoso se detuvo. No hubo más incidentes, y no más drama. Se terminó.
En una situación como esta, puede parecer ingenuo pensar que la oración conseguiría detener a un grupo de acosadoras, pero eso es exactamente lo que sucedió. El poder del bien prevaleció, no sólo para mis amigas y para mí, sino también para el otro grupo de chicas, e incluso para nuestra escuela. Me encanta pensar en el potencial que esto sugiere: Si las oraciones de un pequeño grupo de estudiantes de octavo grado lograron resolver pacíficamente un conflicto, ¿qué efecto sanador más amplio podría venir de las oraciones unificadas de todas las personas que aman el bien?