Hoy en día, a menudo leemos sobre la curación espiritual, pero existen muchos enfoques diferentes, e incluso aquellos que parecen funcionar al principio a veces resultan ser inconsistentes o poco confiables en sus resultados. Por otro lado, aquellos que han estudiado los cuatro Evangelios de la Biblia que contienen las enseñanzas y obras sanadoras de Cristo Jesús, sin duda, han descubierto que Jesús sanó constantemente los tipos de dolencias que la gente enfrenta hoy en día, incluso las agudas y crónicas, congénitas, hereditarias y contagiosas, y las sanó en el acto, instantáneamente, y sin medicina.
Y Jesús dijo: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también” (Juan 14:12). Para algunos es natural razonar: “¡Muy bien, yo creo en Cristo Jesús, así que debo ser capaz de sanar con eficacia, también!”. Pero para muchos, es innegable y evidente que también se necesita una comprensión más profunda de su obra sanadora y otros trabajos sanadores de la Biblia para poder lograr constantemente una curación eficaz.
Jesús confiaba en Dios como la fuente de todo poder sanador; demostró que la curación fluía del pensamiento y el carácter que reflejaban el amor purificador, sanador y transformador de Dios. Al estudiar las obras sanadoras de Jesús, vemos ejemplos en que a veces él vincula específicamente la curación física con la liberación del pecado (por ejemplo, Mateo 9:2–7, Juan 5:1–15). También mencionó que la curación se produce para que “las obras de Dios se manifiesten” (Juan 9:3). Y otros relatos de su obra sanadora aclaran puntos como tener fe en el poder de Dios en lugar de en la capacidad humana.
Jesús enseñó que Dios es Espíritu y Dios es nuestro verdadero Padre. Y, por supuesto, el primer capítulo del Génesis sienta esta base, al revelar que cada uno de nosotros está hecho a imagen y semejanza de Dios, el Espíritu. Jesús destacó en reiteradas ocasiones que cuando nos entregamos a Dios y Lo obedecemos aprendemos a expresar las cualidades espirituales que conforman nuestra verdadera identidad, y son la base de nuestro bienestar en nuestra experiencia humana; cualidades tales como la honestidad, la generosidad, la humildad, el perdón, la pureza.
Dios reveló este método propio del Cristo de la vida y la curación espirituales mucho antes de que Cristo Jesús estuviera en la tierra. Jesús una vez se refirió a una curación que tuvo lugar siglos antes de su tiempo (véase Lucas 4:27). La curación —de Naamán— ilustra el tipo de cualidades que ayudan a quien quiere sanar.
Naamán era el comandante del ejército sirio y había ganado muchas batallas, pero sufría de lepra (véase 2 Reyes 5:1–14). Se le dijo que en Israel (el enemigo de su país) había un hombre llamado Eliseo, que era un profeta del único Dios y que podía sanarlo. Entonces, fue con un séquito a ver a Eliseo para sanar, ¡pero el profeta ni siquiera salió a saludarlo! En cambio, simplemente le mandó decir a Naamán que fuera a lavarse siete veces en el río Jordán en Israel.
¡Naamán estaba furioso! Él esperaba que Eliseo clamara a Dios y lo sanara en el acto. Pero Eliseo debe de haber sabido que lo que realmente necesitaba Naamán para liberarse por completo de la enfermedad era la obediencia y humildad de confiar en la sabiduría que Dios le había dado a Eliseo. Los siervos de Naamán reconocieron esta necesidad, y amablemente lo alentaron a obedecer a Eliseo. Cuando obedeció y fue a lavarse siete veces, sanó por completo. Tal vez también fue lavado del orgullo, la ira, la voluntad humana y la justificación propia.
Quizás nosotros también a veces hemos sido culpables de recurrir a Dios en oración, o llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana, y tratar de delinear cómo debe producirse la curación, por ejemplo, “¡Quiero sanar para poder volver a disfrutar de mi vida!”.
A lo largo de los años que he confiado en la oración para sanar, ¡he descubierto que esa no es la forma en que funciona la oración! He tenido una serie de curaciones instantáneas, especialmente cuando era niña, cuando estaba dispuesta a confiar en Dios en lugar de discutir con Él. Pero de adulta, a menudo he encontrado que lo que más necesitaba era más humildad y purificar mi amor por Dios, el Espíritu.
Encuentro que el siguiente pasaje del libro de texto escrito por Mary Baker Eddy sobre la curación en la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, invita a la reflexión en este sentido: “Por medio del arrepentimiento, el bautismo espiritual y la regeneración, los mortales se despojan de sus creencias materiales y de su falsa individualidad. … La negación de las pretensiones de la materia es un gran paso hacia las alegrías del Espíritu, hacia la libertad humana y el triunfo final sobre el cuerpo.
“Hay un único camino que conduce al cielo, la armonía, y el Cristo en la Ciencia divina nos muestra este camino. Es no conocer otra realidad —no tener otra consciencia de la vida— que el bien, Dios y Su reflejo, y elevarse sobre los así llamados dolores y placeres de los sentidos” (pág. 242).
He aprendido que el propósito de la oración es apartarnos de una perspectiva material de nosotros mismos hacia una forma espiritual de pensar y actuar; y purificar nuestro amor por la creación de Dios para que podamos ver a nuestros semejantes, o incluso a los llamados enemigos, como los preciados hijos de Dios. En la proporción en que hacemos esto, nuestra vida cotidiana incluye más curación y progreso.
Aprendí más sobre esto cuando era abogada y tenía un calendario de juicios muy apretado. ¡Argumentaba casos en diferentes tribunales todos los días usando tacos altos! Un día, me di cuenta de que se me había formado un callo extremadamente doloroso en el interior de un pie. Pensé que no tenía tiempo para orar al respecto, porque estaba demasiado ocupada.
Para aliviar el dolor, esa semana traté de caminar apoyándome más en la parte exterior del pie, pero al final de la semana, se había formado una ampolla en la parte exterior del mismo pie. Era demasiado doloroso caminar y me fui a casa cojeando.
Al quitarme los tacos altos me di cuenta de que debería haber comenzado a orar a Dios para establecer en mi pensamiento que Él es mi Vida y la fuente de mi salud, y para comprender mejor que Dios nunca creó ni callos ni ampollas. Por supuesto, yo ya sabía que esto era cierto gracias a mi estudio del primer capítulo del Génesis, pero por alguna razón, estas condiciones dolorosas me parecieron muy reales.
Así que tomé mi Biblia y Ciencia y Salud (dos libros que normalmente estudio cada día para aprender más sobre lo que significa que Dios, el Espíritu, es mi Vida), y me dirigí a la sala de estar para estudiar y orar. Al comenzar a bajar las escaleras me resbalé y caí encima del mismo pie que ya estaba tan dolorido y escuché un sonido horrible. Pegué un grito, ¡y entonces me empecé a reír! Qué absurdo era este cuadro; realmente captó mi atención. Me di cuenta de que había estado mucho más enfocada en librarme de los problemas físicos que en conocer mejor a Dios, el Espíritu. Me senté en el suelo, me aparté mentalmente de la evidencia corporal de un pie estropeado, y elevé, en cambio, mi pensamiento a Dios para escuchar lo que Él me estaba diciendo.
Inmediatamente, mientras oraba para purificar mi amor por Dios, y volverme más humilde como Naamán tuvo que hacer, me vino al pensamiento este pasaje de la Biblia: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!” (Isaías 52:7). Pensé: “Publicar es hacer público. ¿Qué estoy haciendo público: la totalidad y la supremacía del Espíritu, el Amor divino y la creación perfecta y armoniosa del Amor? ¡Realmente no!”. Mientras pensaba en esto, me di cuenta de que había estado expresando a los demás mi frustración con alguien que parecía estar interfiriendo con mi vida y causándome mucha tristeza, y quería que la gente tuviera compasión de mí por lo que estaba sufriendo.
Me di cuenta de que mi comportamiento había estado negando el gobierno armonioso de Dios, sugiriendo falsamente que Dios, el bien infinito, no es la única Mente, sino que podía haber otras mentes que son malas y tienen poder. Esto quebranta el Primer Mandamiento (véase Éxodo 20:3), que requiere que reconozcamos un solo Dios, y como enseña la Ciencia Cristiana, un solo poder, una Mente: el Amor infinito y divino. Es más, me di cuenta de que había estado negando la verdad de que todos los hijos de Dios, incluso este individuo y yo, reflejamos naturalmente las cualidades espirituales del Amor, por lo tanto, no podíamos realmente hacernos daño uno al otro.
Al igual que Naamán, necesitaba purificar mi amor por Dios y Su creación expresando la humildad de ver que Dios, no alguna persona, gobierna mi felicidad y éxito; y necesitaba expresar el perdón que proviene de comprender que las cualidades malignas son antinaturales para los hijos de Dios y no forman parte de ellos. Como declaró Jesús en la cruz, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34), yo también necesitaba ver que este comportamiento no era la verdadera identidad de esta persona.
Mientras oraba para purificar mis pensamientos, me olvidé por completo del pie. Luego pasé la mayor parte del día siguiente (sábado) estudiando y orando para comprender mejor cómo responder a los pensamientos negativos con verdades sanadoras, en lugar de reaccionar a ellos. Fue como un momento decisivo en mi pensamiento respecto a aquel individuo. El domingo, me preparé para la iglesia, poniéndome los tacos altos como de costumbre. No fue sino hasta después aquella tarde que me di cuenta de que mi pie estaba completamente sano, ¡sin callo, sin ampollas, sin evidencia de lesiones! No mucho después de eso, las interacciones con esta persona se volvieron respetuosas y, finalmente, mucho menos frecuentes.
Si hubiera sido como Naamán fue al principio y le hubiera dicho a Dios o a un practicista de la Ciencia Cristiana obstinadamente “Quiero que sanes esta condición instantáneamente para que pueda volver a disfrutar de mi vida”, podría haber estado luchando con esa condición dolorosa durante bastante tiempo. En cambio, al alejar mi pensamiento de mí misma y del cuerpo, y purificar mi amor por Dios y el hombre —esforzándome por expresar más de las cualidades espirituales inherentes que Dios nos da a todos, las cuales son la verdadera base de la salud— encontré libertad e integridad.
¿Cuál es nuestro motivo para querer sanar? ¿Es simplemente para seguir con la vida de la manera que queremos? ¿Es para restaurar nuestro orgullo? ¿Para tener la libertad de disfrutar de los placeres materiales? Si es así, ¡probablemente necesitemos purificar nuestros motivos para querer sanar! La curación duradera envuelve regeneración; recurrir a Dios para que nos ayude a cambiar la forma en que pensamos y actuamos. En la Biblia, Pablo nos dice que debemos llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5).
Los Mandamientos son una enseñanza que nos muestra cómo hacerlo. Me dicen a mí y a cualquiera de nosotros lo que no hay que hacer, y me recuerdan que debo estar atenta a lo siguiente: No adoremos ni confiemos en la materia ni en los sentidos materiales; no expulsemos a Dios de nuestras vidas cuando pensamos que nuestras vidas están demasiado ocupadas como para tener tiempo para Dios; ¡no traten a Dios como un botones cósmico que se sienta a esperar para cumplir con nuestras órdenes! No traten a las personas como no nos gustaría que nos trataran a nosotros, como, por ejemplo, al intentar robarles su bien, su alegría; o al ser infiel, deshonesto, cruel, celoso o egocéntrico. Y, por supuesto, las enseñanzas de Jesús me recuerdan: No olvidemos tomarnos el tiempo de compartir con nuestros semejantes y el mundo lo que sabemos acerca de la bondad y el amor infalibles de Dios. Y estemos dispuestos a perdonar a aquellos que nos han hecho mal, y verlos y amarlos como Dios los ve y ama.
Los Diez Mandamientos que registró Moisés, y el Sermón de Jesús en el Monte, naturalmente vuelven nuestro pensamiento hacia las cualidades espirituales que son el fundamento de la buena salud, trayéndonos fortaleza, libertad, alegría y paz. Como explica Ciencia y Salud: “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, expresada en paciencia, mansedumbre, amor y buenas obras. …
“Simplemente pedir que podamos amar a Dios nunca nos hará amarlo; pero el anhelo de ser mejores y más santos, expresado en la vigilancia diaria y en el esfuerzo por asimilar más del carácter divino, nos moldeará y formará de nuevo, hasta que despertemos a Su semejanza” (pág. 4).
En Twelve Years with Mary Baker Eddy, Irving C. Tomlinson nos dice que la Sra. Eddy una vez preguntó a sus estudiantes: “¿Cuál es la mejor manera de producir una curación instantánea?”. Según relata: “Hubo muchas respuestas, pero cuando terminaron, ella dijo que es amar, ser el amor y vivir el amor. No hay nada más que el Amor. El amor es el secreto de toda curación, el amor que se olvida de sí mismo y habita en el lugar secreto, en el reino de lo real. Sin embargo, ella señaló que no es el mero amor humano lo que sana, no es el amor por una persona ni por nada, es el Amor mismo. Comprender este amor por un momento sanará a los enfermos o resucitará a los muertos” (Amplified Edition, p. 104).
El amor del que ella hablaba es el Amor divino, que es Dios, el Espíritu. Cuando cedemos a él, nos libera de los pecados como el egoísmo, la crueldad, la impaciencia, el desprecio, el resentimiento, la impureza o la indulgencia propia. Lo hace dándonos una perspectiva completamente espiritual de nosotros mismos y de los demás como hechos a la imagen y semejanza divinas: buenos, puros e íntegros. Esto tiene un efecto liberador tanto en nosotros como en los demás. Y cuanto antes dejemos que nuestras acciones, palabras y pensamientos sean purificados por el Amor divino, más pronto nos encontraremos manifestando la salud y la integridad que son naturales para cada uno de nosotros por ser el reflejo perfecto de Dios.