Asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana fue una de esas cosas que jamás cuestioné cuando era niña. Íbamos. Casi todos los domingos. Con pocas excepciones. Así que, recientemente, me sorprendí cuando un amigo me preguntó: “¿Qué sientes que sacaste, si es que sacaste algo, de toda esa rigurosa asistencia a la iglesia?”.
Quizá eso es lo que parece ser la asistencia a la Escuela Dominical cada semana. Rigurosa. Una tarea tediosa. Pero en realidad, lo que obtuve de la Escuela Dominical hizo que esa asistencia “obligatoria” pareciera un regalo.
La Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana me dio la constante apreciación del amor imparable de Dios por todos Sus hijos. “Dios es Amor”; esas tres palabras estaban en letras grandes en la pared delantera de nuestra Escuela Dominical, y creo que fueron las primeras tres palabras que aprendí a leer. Durante los años en que fui alumna de la Escuela Dominical, y en las décadas posteriores, he seguido viendo que por más desesperadas que parezcan las cosas, el amor de Dios es más grande, y Él siempre me lo ha manifestado de maneras tangibles, significativas y sanadoras. Por más fuerte que el miedo y la duda hayan gritado (¡y lo han hecho!), Su amor lo atraviesa todo. El Amor me ha consolado y fortalecido y me ha elevado aún más alto para conocer a Dios y confiar en Él aún más.
Sí, hubo desilusiones durante los años en que asistí a la Escuela Dominical. Como no poder dormir hasta tarde después del baile de graduación. O sentirme perturbada cuando la fecha límite de nuestro anuario cayó un domingo, y mi hermano gemelo y yo (coeditores) no pudimos llegar a la imprenta hasta el mediodía. Además, para ser sincera, no todas las clases de la Escuela Dominical eran excelentes. Algunos domingos eran decididamente mejores que otros, pero lo que siempre recordaré es la certeza de alguien que fue mi maestra de la Escuela Dominical por mucho tiempo: su convicción de lo que nos estaba enseñando acerca del gran amor de Dios. Eso es lo que transmitía —y lo que se hizo práctico para mí en mi vida diaria— sin importar lo interesante o buena que fuera la charla en clase.
Desde el primer día, se nos enseñó a aplicar lo que estábamos aprendiendo acerca de Dios y Su amor. Lo hice de muchas maneras a lo largo del tiempo como alumna de la Escuela Dominical, pero un ejemplo que se destaca sucedió cuando tenía solo cinco años. Estábamos visitando a un pariente en Chicago cuando me perdí. Estaba totalmente perdida. Y había comenzado a oscurecer. Pero gracias a lo que había estado aprendiendo acerca de Dios, no tenía miedo. Simplemente me quedé allí, completamente inmóvil, y me recordé a mí misma lo que acababa de aprender en la Escuela Dominical: “El Señor es mi pastor” (Salmos 23:1, LBLA). Sabía que Dios me mostraría cómo ir. No escuché una voz, pero me pareció correcto dar la vuelta y retroceder mis pasos para regresar. Y aunque nada parecía conocido, logré llegar a la casa de mi tía. Nunca olvidaré lo segura y dirigida por Dios que me sentí.
Entonces, realmente, ¿qué obtuve de toda esa “rigurosa” asistencia a la Escuela Dominical? Podríamos decir: “Todo”. Lo que aprendí semana tras semana se convirtió en el fundamento para toda mi vida. Y al recordarlo, puedo ver que mi compromiso de estar allí fue mucho más que seguir una regla rigurosa. En realidad, era el deseo innato de conocer mejor a Dios y seguirlo más. Y siento que mi obediencia a Dios fue mi receptividad a Su amor por mí, y me ha ayudado a cultivar en mí el compromiso con otras cualidades como la persistencia, la constancia y la dedicación en todos los aspectos de mi vida. Y Dios las ha recompensado dándome el valor, la voluntad y la fortaleza espiritual que he necesitado para enfrentar desafíos difíciles en lugar de tratar de esconderme de ellos.
Esto es lo que sé: el amor de Dios es irresistible, invariable, incesante y seguro. Los dos, el amor de Dios por nosotros y nuestro amor por Él, se encuentran y se fusionan. La Escuela Dominical no es la fuente de esta unidad; Dios lo es. Pero la Escuela Dominical es un lugar especial que fomenta este encuentro y esta fusión, y nuestra consagración a valorarla.
