Asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana fue una de esas cosas que jamás cuestioné cuando era niña. Íbamos. Casi todos los domingos. Con pocas excepciones. Así que, recientemente, me sorprendí cuando un amigo me preguntó: “¿Qué sientes que sacaste, si es que sacaste algo, de toda esa rigurosa asistencia a la iglesia?”.
Quizá eso es lo que parece ser la asistencia a la Escuela Dominical cada semana. Rigurosa. Una tarea tediosa. Pero en realidad, lo que obtuve de la Escuela Dominical hizo que esa asistencia “obligatoria” pareciera un regalo.
La Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana me dio la constante apreciación del amor imparable de Dios por todos Sus hijos. “Dios es Amor”; esas tres palabras estaban en letras grandes en la pared delantera de nuestra Escuela Dominical, y creo que fueron las primeras tres palabras que aprendí a leer. Durante los años en que fui alumna de la Escuela Dominical, y en las décadas posteriores, he seguido viendo que por más desesperadas que parezcan las cosas, el amor de Dios es más grande, y Él siempre me lo ha manifestado de maneras tangibles, significativas y sanadoras. Por más fuerte que el miedo y la duda hayan gritado (¡y lo han hecho!), Su amor lo atraviesa todo. El Amor me ha consolado y fortalecido y me ha elevado aún más alto para conocer a Dios y confiar en Él aún más.
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