Vivo en Buffalo, Nueva York, y he estado orando activamente por mi comunidad a raíz de los tiroteos masivos que recientemente tuvieron lugar aquí y en otras partes de los Estados Unidos; incluso, más recientemente, en una escuela primaria en Uvalde, Texas. Mis oraciones estuvieron dirigidas a amigos, vecinos, padres, niños, personas que conozco y no conozco a miles de kilómetros de distancia. Y de repente, me sentí transportada a una caminata que hice una tarde y a un momento de discernimiento espiritual que me brinda esperanza.
Ocurrió poco después de que un adolescente recibiera un disparo en la ciudad donde yo vivía en ese momento. Había decidido tomar el día para orar, mientras caminaba por un sendero cerca de mi casa frecuentado por mucha gente, especialmente niños.
Al hacerlo, un pasaje del libro del Apocalipsis en la Biblia elevó mis pensamientos. Se refiere a una visión de una ciudad que “se halla establecida en cuadro”: una visión de paz, bondad, justicia, unidad, perfectas. Habla de una sola comunidad donde cada lugar dentro de ella es santo, donde todas las naciones son bienvenidas y los gobernantes renuncian a su poder, donde las puertas nunca se cierran y donde no hay noche porque todo el lugar siempre está lleno de luz. El último versículo dice: “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27).
No era mi costumbre salir a caminar por ese sendero a primera hora de la tarde. Pero fue como si mis oraciones me hubieran llevado allí, y mientras apreciaba esa visión espiritual, se me ocurrió que la ciudad perfecta que vio San Juan es donde todos realmente vivimos, el lugar del que todo corazón desea formar parte.
Este es el reino de los cielos que Cristo Jesús dijo estaba al alcance de la mano e incluso dentro de todos; no un lugar físico, sino totalmente espiritual, establecido y mantenido por Dios, la Vida y el Amor infinitos. Nadie es un extraño o está inhabilitado para vivir allí. En nuestra verdadera naturaleza espiritual como hijos de Dios estamos siempre a salvo y perfectamente cuidados en esa ciudad.
Sentí el profundo deseo de saber que esto era así para todos en nuestra comunidad y más allá. En ese momento, esa perspectiva espiritual fue tan deslumbrante, tan impresionante, que me detuve.
Para mi sorpresa, escuché las palabras: “Mira hacia abajo”. Allí, a mis pies, había una pistola vieja. No había nadie más alrededor. La recogí cuidadosamente y vi que estaba completamente cargada. Le di gracias a Dios con todo mi corazón, especialmente porque pronto saldrían los niños de las escuelas. Pude entregar el arma de forma segura a la policía, y más tarde me informaron que había sido robada y que el propietario no sabía que había desaparecido.
Fue claro para mí que no había sido casualidad que hubiera encontrado esa pistola en ese lugar en aquel momento, sino que la oración me había llevado exactamente a donde necesitaba estar para proteger, en cierto modo, a mi comunidad.
Puede que parezca como si tuviéramos un largo camino por recorrer hasta poder percibir la visión completa de la ciudad establecida en cuadro. Pero esta experiencia me ayudó a vislumbrar las posibilidades de nuestras comunidades cuando nos volvemos a Dios y captamos aunque sea un poco de la verdad espiritual de cada uno y de dónde vivimos.
El libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras ofrece no solo la esperanza de progresar, sino la razón de por qué es importante tener presente esa visión de la ciudad celestial. Mary Baker Eddy, su autora y descubridora de la Ciencia Cristiana, escribe: “El Revelador (el autor del Apocalipsis) estaba en nuestro plano de existencia, aunque ya contemplaba lo que el ojo no puede ver, aquello que es invisible para el pensamiento no inspirado. …
“Acompañando esta consciencia científica vino otra revelación, o sea, la declaración del cielo, la armonía suprema, de que Dios, el Principio divino de la armonía, está siempre con los hombres, y que ellos son Su pueblo. … Esta es la autoridad de las Escrituras para concluir que tal reconocimiento del ser es, y ha sido, posible a los hombres en este estado actual de existencia, que podemos tornarnos conscientes, aquí y ahora, de una cesación de la muerte, del pesar y del dolor. … Cuando leas esto, recuerda las palabras de Jesús: “El reino de Dios dentro de vosotros está”. Esta consciencia espiritual es, por tanto, una posibilidad presente” (págs. 573-574).
