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Una perspectiva como la de un niño que no puede ser extinguida

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 3 de marzo de 2022


En un discurso publicado en sus Escritos Misceláneos 1883-1896, Mary Baker Eddy escribe: “Amados niños, el mundo os necesita —y más como niños que como hombres y mujeres: necesita vuestra inocencia, desinterés, afecto sincero y vida sin mácula” (pág. 110). 

He estado pensando mucho últimamente en la importancia de ser como un niño en el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana. Los niños son receptivos a la espiritualidad, y su inocencia y generosidad son poderosos e inspiradores. 

Mientras exploraba este concepto en los escritos de la Sra. Eddy, algunas citas me llamaron la atención. Aquí hay una de Mensaje a La Iglesia Madre para 1900: “Un niño puede considerablemente comprender la Ciencia Cristiana, pues, mediante su sencilla fe y pureza, asimila el sentido espiritual de ella, el cual confunde al hombre. El niño no sólo acepta la Ciencia Cristiana más fácilmente que el adulto, sino que la practica” (pág. 6). 

Fue particularmente sorprendente para mí la forma en que la Sra. Eddy habla de la diferencia entre el proceso de pensamiento de un niño y el de un adulto.

A medida que crecemos y los desafíos aumentan, parecería que nuestro mundo se siente cada vez más peligroso o amenazante. El temor también aparenta crecer proporcionalmente. Sin embargo, es probable que todos hayamos visto a niños que no se sienten intimidados por la aparente limitación como nos sentimos los adultos.

Recientemente, cuando terminaba mi último semestre de la universidad, se volvió sumamente importante que expresara más confianza como la de un niño en Dios. 

A principios de marzo de 2020, estaba en el último año de la universidad, trabajaba duro en mis proyectos finales, y buscaba afanosamente un trabajo, llena de entusiasmo porque mi vida fuera de la universidad se acercaba rápidamente. Pocas semanas después, estábamos en confinamiento por la pandemia, y todo cambió. Me mudé a casa y estaba trabajando y tomando clases de forma remota. No tenía idea de cuál sería mi siguiente paso. Era fácil sentirse abrumada por la incertidumbre, y esto llegó a un punto crítico en una conversación con mi mamá durante la cena. 

Le comenté lo frustrada que me sentía por las oportunidades perdidas y mencioné lo decepcionada que estaba de no poder terminar una especialización en marketing para mi carrera, a pesar de que solo me quedaba una clase. Mi mamá me detuvo de inmediato. “¿Por qué no?”, preguntó. Yo tenía mi respuesta lista, y enumeré una lista muy larga de razones aparentemente responsables, entre ellas la carga financiera y el hecho de que requeriría que me quedara un semestre más para completar ese único curso. 

Mientras hablaba, me di cuenta de que las “razones” que componían mi argumento eran en realidad una insistencia en las limitaciones materiales, limitaciones que no provenían de Dios. Las cosas que me detenían eran todas preocupaciones muy adultas, como el dinero, el tiempo, etc. Sí, estaba tratando de ser diligente al pensar las cosas. Pero de niña, no se me habrían ocurrido excusas para no terminar lo que había comenzado; ¡me hubiera puesto a hacerlas de inmediato! Fue muy claro para mí que detrás de la pregunta de mi madre “¿Por qué no?” estaba la confianza propia de un niño en la bondad de Dios y el estar más abierta a las posibilidades. Y esto de inmediato me impulsó a no sentirme tan derrotada.

Me di cuenta de lo tonta que había sonado, tratando de determinar qué era o no era posible con Dios (véase Marcos 10:27). Si era correcto que hiciera un semestre más, entonces nada podía interponerse en el camino del plan de Dios, del Amor divino. Adopté con gratitud esta actitud en oración y acción en las próximas semanas.

Resultó que no solo pude inscribirme para un semestre adicional y terminar mi especialización en marketing mientras estudiaba de forma remota, sino que también tuve la oportunidad de completar una asignatura secundaria en estudios religiosos, sin carga financiera ni oportunidades perdidas. 

Recordar esta experiencia me hizo comprender con claridad por qué la Sra. Eddy escribió como lo hizo sobre los niños y sobre ser como un niño. El hecho de ser como un niño no quiere decir ser infantil; no se trata de falta de madurez. Se trata de ser receptivos al bien y de negarnos a permitir que el escepticismo extinga el reconocimiento de la presencia del Amor divino, el bien, en nuestras vidas. El hecho de que ahora sea un adulto no significa que haya perdido mi capacidad de escuchar y confiar como lo haría un niño. Por el contrario, ahora más que nunca, esta es la aptitud que es tan importante para mi práctica de la Ciencia Cristiana y mi capacidad de contribuir.

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