Recientemente, logré una difícil meta atlética por la que había estado trabajando durante muchos años. No obstante, más o menos un mes después, me vino el pensamiento: “¿Sucedió eso realmente?”. Uno de mis hijos, que lo había presenciado, se rio cuando compartí este pensamiento un tanto ridículo.
Cuestionarnos a nosotros mismos en ocasiones es una tendencia con la que muchos podemos relacionarnos, pero esto a veces puede tomar una forma más insidiosa conocida hoy como “abuso emocional”. Es cuando una persona niega su propia experiencia o comprensión de algo —incluso su percepción de lo que es real— y generalmente implica condenación y duda de uno mismo.
Puede ser especialmente importante ser consciente de esto cuando se practica la curación en la Ciencia Cristiana. La tendencia de la mente humana a menospreciar nuestros mejores esfuerzos u olvidar la bondad que hemos experimentado nos engañaría haciéndonos creer que nunca hemos tenido un pensamiento inspirado o un caso de curación.
Estos engaños mentales podrían ser preocupantes si la mente humana fuera lo único con lo que tuviéramos que contar. Pero estas contradicciones, batallas mentales y sufrimientos son transformados por el Cristo, la verdadera idea de Dios, la Mente omnisciente, que nos muestra lo que es real. Proporcionalmente, cuando comprendemos que la Mente divina es la única Mente, la única causa y creador, nos liberamos de la creencia en cualquier otra llamada mente y de las supuestas percepciones sobre ella.
El noveno mandamiento en el libro de Éxodo en la Biblia da una idea de esto. Dice que no debemos dar falso testimonio contra nuestro prójimo (que a veces podemos ser nosotros mismos), y muestra la importancia de protegernos o no estar de acuerdo con las conclusiones falsas. En ocasiones, estas argumentarían que no hemos logrado algún bien que esperábamos o que necesitamos arreglar algo con urgencia o descubrir algún plan o indicación humana en lugar de escuchar a la Verdad divina, Dios, para guiarnos.
La Biblia habla de una experiencia que el hermano de Moisés, Aarón, tuvo con esto. Se dejó persuadir por los escépticos entre los israelitas para hacer una estatua dorada de un becerro para que la gente la adorara. Moisés había permanecido mucho tiempo en el Monte Sinaí, tiempo suficiente, aparentemente, para que Aarón olvidara toda la evidencia de la bondad de Dios que había visto y se convenciera de inclinarse ante un ídolo impotente. Si somos tentados de manera similar, la Ciencia del Cristianismo puede ayudarnos a reconocer la base falsa de estos errores mentales y anularlos.
Mary Baker Eddy, quien fundó la Ciencia Cristiana, explica: “La evidencia de los sentidos físicos a menudo revierte la Ciencia verdadera del ser, y crea así un reino de discordia, asignando poder aparente al pecado, la enfermedad y la muerte; pero las grandes verdades de la Vida, correctamente comprendidas, derrotan esta tríada de errores, contradicen sus falsos testigos y revelan el reino de los cielos, el verdadero reino de la armonía en la tierra” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 122).
¿Cuáles son estas “grandes verdades de la vida” que derrotan lo que es falso? Una es que no hay ningún individuo que esté separado de la Mente divina omnisciente y siempre consciente. De hecho, cada uno de nosotros es el reflejo completo de la Mente. Comprender esto nos permite anular la suposición de que simplemente nacemos en la materia y, por lo tanto, estamos condenados a ver todo desde un punto de vista material. Así que el engaño propio contra el que hay que protegerse, entonces, está de acuerdo con cualquier conclusión de que somos materiales en lugar de espirituales; es decir, el reflejo de Dios, el Espíritu.
Todo lo bueno que vemos y experimentamos se profundiza, fortalece y reconoce como permanente —no fluctuante o sujeto a condiciones externas— cuando se ve a través de la comprensión de que la Vida es Dios, el Principio divino que nos sostiene. Mientras que un sentido engañoso nos haría olvidar sucesos importantes, como nuestras curaciones o menospreciar nuestros mejores esfuerzos con dudas y cuestionamientos, la Mente divina se hace eco en la bondad inmutable que se origina en el Dios infinito, omnipresente y disponible.
Cuanto mejor comprendamos a Dios como Principio divino, el Amor, menos podremos ser engañados para no creer en la realidad del bien. El Cristo, la naturaleza divina del hombre que Jesús vino a mostrarnos, está continuamente anulando el temor en la experiencia humana. La Mente divina no conoce duda, pecado, conflicto o condenación. A medida que nuestra comprensión del Amor inmutable aumenta, estos errores desaparecen de nuestra consciencia y, por lo tanto, de nuestra experiencia.
Escribir ejemplos del bien en nuestra vida y expresar gratitud puede ayudar a despertar el pensamiento a la Verdad divina, y hacernos menos propensos a estar convencidos de su ausencia. Eddy escribe: “A menos que nuestros ojos sean abiertos a las modalidades de la mala práctica mental, que opera en forma tan sutil que equivocadamente tomamos sus sugestiones como si fuesen los impulsos de nuestro propio pensamiento, la víctima se dejará ir a la deriva en la dirección equivocada, sin saberlo” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 213).
Jesús permaneció despierto a estas “modalidades” cuando fue tentado por el diablo: una mentalidad mortal que viene disfrazada de nuestro propio pensamiento. Pero Jesús no fue convencido. No conversó ni discutió con esta supuesta mentalidad. Rechazó sus mentiras y limitantes insinuaciones, diciendo: “Vete, Satanás, porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás” (Mateo 4:10, New King James Version).
Estar espiritualmente despierto excluye la posibilidad de ir a la deriva o engañarse a uno mismo. Cuando nos conocemos a nosotros mismos como la expresión de la Mente, que se caracteriza por el estado de alerta y la inteligencia, somos dirigidos por Dios en pensamiento y acción en línea con la bondad y la armonía.
Larissa Snorek, Redactora Adjunta
