El cuarto capítulo del Evangelio de Juan informa que Cristo Jesús habló una vez con una mujer que había venido a un pozo para sacar agua. Jesús le explicó que podía ofrecerle “agua viva” que saciaría permanentemente cualquier sed. La mujer estaba intrigada y receptiva. ¿Cuál podría ser esa agua?
Puede parecer sorprendente que Jesús ofreciera algo tan precioso a una mujer que nunca había conocido antes y que podría haber tenido una reputación cuestionable. Jesús discernió que ella se había casado cinco veces y ahora vivía con un hombre que no era su esposo. Además, Jesús y la mujer eran de etnias que generalmente no interactuaban.
La disponibilidad de agua verdaderamente satisfactoria, descrita como, por ejemplo, “agua viva” o el “agua de vida”, y originada en Dios, es un tema que se encuentra en toda la Biblia. Refiriéndose a Isaías 55:1, y a Dios como Amor, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El Amor es imparcial y universal en su adaptación y en sus concesiones. Es la fuente abierta que exclama: ‘A todos los sedientos: Venid a las aguas’” (pág. 13).
Del mismo modo, la Sra. Eddy escribe en su poema “Himno de Comunión” que la Verdad busca salvar e invita a todos a la fuente:
Al infiel llama: “Ven a esta fuente,
limpia tus yerros aquí;
el Espíritu te hará
puro, y libre sanarás
de tus penas y de todo mal”.
(Escritos Misceláneos, pág. 399).
La idea de que Dios, el Espíritu, el Amor divino, da la bienvenida a todos para que vengan a Él a regenerarse y alimentarse se ha convertido en la base de mis oraciones por el mundo. El Amor imparcial y universal llama a cualquiera y a todos a beber y ser limpiados en sus aguas de purificación. Esto me incluye a mí, a aquellos que comparten mis puntos de vista y, lo que es igualmente importante, a aquellos que no lo hacen.
Comprender que Dios recibe con gusto a todos para participar de Sus concesiones me ha liberado de todo impulso de pelear con otros o tratar de convencerlos de que piensen como yo. Puedo confiar en que todos han recibido, y pueden reconocer, la invitación a venir a la fuente de Dios y encontrar una satisfacción genuina. Estoy aprendiendo que el objetivo no es que otros estén de acuerdo conmigo, sino que todos aprendamos a estar de acuerdo con Dios.
El hambre y la sed pueden manifestarse de muchas maneras. Para algunos, puede ser un apetito excesivo por poder, dinero, reconocimiento o algo que pondría en peligro o comprometería la moral. Para otros, puede ser el anhelo de ser aceptado después de haber perdido a alguien por muerte, abandono o desacuerdo. El agua viva del Amor puede satisfacer toda hambre y sed de justicia. Una vez que bebemos del agua que Dios provee, perdemos nuestra sed de cosas injustas.
Una experiencia que tuve sació la sed que ni siquiera podía nombrar. Cuando tenía ocho años, mi vida fue amenazada en una disputa que no tenía nada que ver conmigo. Había varios testigos, y me llevaron apresuradamente a un lugar donde estaría a salvo. Durante varias semanas no pude ir a la escuela ni pasar un minuto sola. La situación creó una gran carga para mí y para los que me rodeaban. Parecía que todos nos habíamos convertido repentinamente en víctimas. Recuperé mi libertad física cuando el individuo que me había amenazado se quitó la vida, pero más tarde me di cuenta de que el incidente había moldeado mi confianza en los demás.
A lo largo de los años, pude perdonar al hombre por la mayor parte del dolor que estos sucesos me habían causado, pero parecían formar tal parte de mi identidad que no sabía cómo abandonarlos. Había aceptado que siempre serían parte de mí.
Más recientemente, mientras pensaba y oraba acerca de mi verdadera identidad, recordé esas semanas de mi infancia. Me pregunté por qué no podía abandonar esos recuerdos. Yo quería hacerlo, pero no podía ver cómo. De repente, el mensaje me vino al pensamiento: “Entonces lo estás atando a él a esto”. Mi reacción fue inmediata. ¡Yo no quería eso para este individuo, sin importar lo que hubiera sucedido! Y eso fue todo. Pude abandonarlo, no solo para liberarme a mí misma, sino también para ver a la otra persona liberada de los sucesos que parecían encadenarnos.
Fue como si la banda de recuerdos negativos se cortara por sí sola, o más bien, como si nunca hubiera estado allí. Estaba llena de gratitud en nombre de los dos.
Ese momento fue profundo y sumamente conmovedor. Al darme cuenta de que ese momento de mi infancia no podía cambiar, y no había cambiado, quién era yo —que no me había hecho vengativa, renuente o mezquina— me liberó de maneras que no había creído posibles. Había comprendido antes que la experiencia no me había hecho daño, pero ahora me di cuenta de que ni siquiera me había tocado. Y estaba segura de que la otra persona también podía ser limpiada de esto.
El estar siempre dispuestos a cambiar nuestra forma de obrar no significa que esto suceda mágicamente. Ya sea que hayamos herido intencionalmente o no a otros o nos sintamos víctimas nosotros mismos, siempre podemos estar dispuestos a reconocer y demostrar la pureza e integridad que Dios nos ha dado. Experimentar la limpieza de nuestros “yerros” requiere un esfuerzo sincero y ceder a la purificación del Espíritu. Debe comenzar con el reconocimiento de que es necesario un cambio y la voluntad de dejar que ese cambio se produzca en nosotros.
La Sra. Eddy escribe: “La disposición de llegar a ser como un niño y dejar lo viejo por lo nuevo, torna el pensamiento receptivo a la idea avanzada. La alegría de abandonar las falsas señales del camino y el regocijo al verlas desaparecer, esta es la disposición que ayuda a acelerar la armonía final. La purificación del sentido y del yo es una prueba de progreso” (Ciencia y Salud, págs. 323-324).
Mientras creamos que Dios hizo pecadores, lidiaremos con el resultado del pecado. Pero podemos volvernos al Amor divino y comprender la imposibilidad de que Dios haya hecho un pecador, porque Dios hizo a Sus hijos naturalmente buenos, como Él mismo.
Orar por la humanidad es un privilegio y un deber. “La oración verdadera no es pedir a Dios que nos dé amor; es aprender a amar y a incluir a todo el género humano en un solo afecto” (Mary Baker Eddy, No y Sí, pág. 39). Saber que cada individuo que tratamos o abrazamos al orar es tan bienvenido al agua viva del Amor como nosotros, hace que amarlo sea mucho más fácil. Sobre esta base, la siguiente promesa en el libro del Apocalipsis se está volviendo cada vez más real para mí: “El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (22:17).
