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Enfrentemos el conflicto implacable con una oración incesante

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 25 de enero de 2024


A la hora de abordar una actividad exigente que hemos decidido realizar, el esfuerzo puede no parecer arduo en absoluto. Por ejemplo, recientemente, mientras ascendía una montaña nevada con esquís, pensé en cuán interminable parecía la subida. A la vuelta de cada curva había otra pendiente empinada que vencer. No obstante, el hermoso día, la gran compañía y los silenciosos bosques significaban que el extenuante ascenso no era otra cosa más que divertido.

El desafío es aplicar este tipo de esfuerzo incesante a una tarea o actividad que no nos entusiasma tanto, o que tal vez tememos no poder completar con éxito. 

A medida que se extiende la guerra en Europa del Este y los conflictos y disturbios generales en otros lugares se prolongan, orar por el fin pacífico de las hostilidades puede requerir este mismo esfuerzo persistente. El conflicto implacable, en nuestras propias vidas o en el mundo, nos llama a orar incesantemente; no orar solo unas cuantas veces y, si no vemos ningún cambio, volver a la vida como de costumbre, y olvidarnos de las necesidades más imperiosas del mundo. La oración que nos enseña a “[amar] más por cada expresión de odio” (Mary Baker Eddy, Himnario de la Ciencia Cristiana N° 207, según versión en inglés) nos permite crecer en gracia y expandir nuestros corazones con nuevos puntos de vista acerca de Dios, así como de nuestro prójimo y de nosotros mismos como hijos de Dios, siempre bajo el cuidado y control del Amor y la Verdad divinos.

Un ejemplo en el libro de los Hechos en la Biblia nos enseña a enfrentar el mal  incesantemente. Cuando el rey Herodes encarceló a Pedro en un intento de intimidar a los seguidores de Jesús, los primeros cristianos oraron “sin cesar” (12:5). Oraciones de valentía, no de desesperación —firmes, leales a la Verdad divina— liberaron a Pedro. Según el relato, un ángel lo visitó en la cárcel y las cadenas que lo ataban se cayeron. 

La oración que se vuelve a Dios en respuesta a la injusticia, o a cualquier acción que pisotee los derechos humanos, puede denunciar con vehemencia las pretensiones del mal que se presenta a sí mismo como obstrucción, conflicto o daño, dondequiera que se encuentre. Al defender la Ciencia del Cristianismo —por el hecho espiritual de que Dios, el bien, es Todo— podemos enfrentar el dominante espectro de la intolerancia y el prejuicio al renunciar a “la agresión, a la opresión y al orgullo del poder” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 451). Cuando estas tendencias destructivas aparecen en nuestro propio pensamiento, la Ciencia Cristiana enseña la necesidad de abordarlas específicamente, porque no son de Dios ni apoyadas por Dios. El pensamiento es el verdadero campo de batalla en el que nos enfrentamos y luchamos contra la aparente presencia del mal todos los días.

Pablo, un seguidor de Jesús, enseñó: “Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1Tesalonicenses 5:17, 18). Orar sin cesar refleja el consejo de Jesús de amar a Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Al hacerlo, podemos enfrentar desafíos prolongados, en el mundo o en las vidas individuales, con una convicción inquebrantable del poder del Amor, Dios, para responder a cada necesidad humana y revelar lo que es fundamentalmente verdadero: nuestra presente naturaleza divina. Toda la vida del maestro cristiano se caracterizó por la oración incesante. Declaró su certeza de que Dios lo escuchaba siempre.   

El libro de texto de la Ciencia Cristiana dice: “...  sólo la renuncia al yo, la sinceridad, el cristianismo y la persistencia ganan el premio, como generalmente lo hacen en todas las actividades de la vida” (Ciencia y Salud, pág. 462). Haciéndose eco de este énfasis en la persistencia, la Sra. Eddy —recuerda una de sus alumnas— una vez le preguntó a otra alumna “qué haría si estuviera tratando un caso que no cede”. La respuesta fue: “Examinaría mi propio pensamiento”. La Sra. Eddy le preguntó entonces qué haría si el caso, no obstante, no cediera. La mujer respondió que ella manejaría el magnetismo animal; es decir, abordaría las influencias destructivas en el pensamiento del paciente. De nuevo la Sra. Eddy repitió su pregunta, y la mujer dijo: “‘Supongo que lo dejaría’. ‘Y eso', dijo la Sra. Eddy, ‘es justamente lo que no debes hacer’” (We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. I, p. 234). 

Volver el pensamiento a Dios nos permite aceptar el bien, comprometernos e insistir en la oración incesante, y esperar inquebrantablemente la paz y la curación. Dios no delinea ni cuenta los días que pasan, ni deja que el desánimo o el cansancio tomen el control. A través del Cristo —la influencia divina en la consciencia humana— estamos  provistos de la capacidad de mantener el esfuerzo constante para abordar los problemas del día sin rendirnos ni ceder a la apatía o al desaliento. 

La recompensa del esfuerzo incansable es el progreso y la curación. Pero la oración incesante no consiste en esperar a que Dios resuelva nuestros problemas. En cambio, es aprender a “[amar] más por cada expresión de odio” al eliminar de nuestra consciencia todo lo que obstaculice el crecimiento espiritual. Incluso cuando parece que el progreso se ha detenido, el hecho espiritual es que “¡el Señor Dios Todopoderoso reina!” (Apocalipsis 19:6, New King James Version). Estar convencido de esta verdad y vivir momento a momento la alegría que la acompaña es una oración incesante que refleja la ley divina del progreso y supera todo lo que es desemejante a Dios, el bien.  

Larissa Snorek, Redactora Adjunta

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