No era un día oficial de Acción de Gracias, pero dar gracias fue un aspecto profundo de lo que sucedió ese día. Había miles de personas que necesitaban alimentos, a los que no tenían fácil acceso. Para los discípulos de Jesús, la exigua comida disponible —algo de pan y unos pocos peces— ni siquiera era suficiente para agradecer ante tal escasez. Pero para Jesús, el agradecimiento era la respuesta natural; no porque fuera optimista, sino porque veía algo que otros no lograban ver. Él veía que la bondad de Dios era la realidad presente y la provisión, suficiente para todos —la provisión omnipresente de Dios— por ser el resultado natural de esta clara visión espiritual. Y su gratitud no fue en vano: todos fueron alimentados, y sobró mucho (véase Juan 6:1-13).
A medida que enfrentamos en nuestras vidas y en el mundo las cosas que necesitan curación, esta historia plantea la pregunta, ¿vamos a ser como los discípulos o como Jesús? ¿Vamos a mirar lo que tenemos con gratitud a medias, o con ninguna? ¿O vamos a recurrir a la gratitud completa que comienza con Dios y siente una confianza profunda y perdurable de que más allá de lo que el ojo puede ver, el bien es el poder, la verdadera sustancia de nuestras vidas y la única realidad ahora?
Esa última opción podría ser difícil, si no imposible, de aceptar si dependiera de nosotros el hacer acopio de gratitud ante los problemas que se avecinan. Pero nunca trabajamos solos. El mismo Cristo que animó a Jesús y fortaleció sus oraciones sanadoras también anima y da poder a nuestras oraciones hoy. Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia del Cristo, explicó que el Cristo es “la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana”. Esta voz del bien es poderosa porque es la voz de la Verdad; revela lo que es real. Y lo hace al disipar “las ilusiones de los sentidos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 332), al mostrar que la mortalidad y sus limitaciones son una farsa y que la infinitud y armonía de Dios, el Espíritu, es la verdad de la existencia.
Si sentimos como si nuestra gratitud dependiera de lo que vemos actualmente o de lo que podría suceder, esa sola frase, “disipa las ilusiones de los sentidos”, es una que debemos reconsiderar. ¿Qué se interpondría en el camino de nuestra profunda confianza y de nuestro sincero regocijo, como el que Jesús expresó? La mentira que dice que los cinco sentidos físicos reinan supremos; que lo que vemos, oímos y experimentamos es el final de la historia o que no somos capaces de desafiarlo. Pero el Cristo siempre activo está presente para hacernos tomar conciencia de la supremacía de Dios y la realidad espiritual, armoniosa y buena.
Este año sentí el toque del Cristo cuando dos amigos y yo nos comprometimos a orar con regularidad sobre temas relacionados con el clima. Aunque me sentía inspirada y, a veces, incluso expectante de que sucediera algo bueno como resultado de nuestras oraciones, me sorprendió mi continua renuencia a reconocer cualquier señal de progreso, por más genuino que fuera. Así como los discípulos antes de que los cinco mil fueran alimentados, al verme tan envuelta en la abrumadora magnitud del problema, estaba pasando por alto la promesa del bien ya presente.
No obstante, un día, me vino la palabra gratitud mientras oraba, y me di cuenta de que necesitaba dar mi consentimiento de todo corazón a la verdad del cuidado sustentador de Dios por Su creación. Este cuidado es constante; no es algo que va y viene o que tiene que ser incrementado o restablecido. Sentí que un poder divino espiritualizaba mi perspectiva y destruía mi temor, y pude ceder a un sentido espiritual de la tierra, la atmósfera y toda la creación como la realidad presente. Lo que afloró después de eso fue un tipo diferente de gratitud: incondicional en lugar de condicional.
Si bien el cambio climático es un tema por el que he seguido orando desde entonces, ha sido desde una base más segura. Y cuando he visto informes sobre desarrollos positivos relacionados con el clima —como mejoras en la tecnología de baterías y energía renovable o protecciones para especies en peligro de extinción— no he tenido la tentación de responder, como los discípulos: “¿Qué es esto para tantos [problemas]?”. En cambio, me he sentido más convencida de que estas soluciones representan una gama infinita de posibilidades para el progreso.
El mundo necesita nuestra gratitud basada en la evidencia espiritual. Necesita que nuestros corazones rebosen de amor por Dios y por todo lo que Dios es y hace. Y necesita que seamos lo suficientemente humildes como para seguir aceptando los hechos espirituales que aprendemos en la Ciencia Cristiana, hechos que nos elevan por encima de las imágenes oscuras que no parecen tan convincentes a la luz de lo que es realmente verdadero. Es aquí cuando vemos curación; sí, incluso con las cosas grandes.
La Sra. Eddy reconoció que la conexión entre el progreso y este tipo de gratitud es una oración. “¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido?”, preguntó. “Entonces aprovecharemos las bendiciones que tenemos, y así estaremos capacitados para recibir más” (Ciencia y Salud, pág. 3). La gratitud genuina no es el tipo de gratitud que mira hacia el futuro y se pregunta si todo realmente saldrá bien. Ser “realmente agradecidos” proviene de la convicción espiritual de que “todo lo que ha sido hecho es la obra de Dios, y todo es bueno” (Ciencia y Salud, pág. 521). Y esta convicción conduce, en efecto, a una acción de gracias muy feliz y continua.
Jenny Sawyer, Gerente de Redacción
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