Detrás de las protestas ocurridas en los últimos años en las calles de las ciudades, en los campus universitarios y en las oficinas gubernamentales se esconden muchas emociones y convicciones sumamente profundas. La gente se ha levantado contra acciones que perciben como injustas y quieren sentir que se los escucha.
Si bien los esfuerzos humanos para enfrentar la injusticia suelen ser nobles, no siempre son eficaces. Sin embargo, hay una forma de abordar los problemas, de escuchar a las personas y de corregir las injusticias, y Jesús nos mostró ese camino. Nos enseñó a apelar a una ley superior —la ley de Dios— a través de la oración. Esta oración, una apelación a la naturaleza de Dios como Amor imparcial, es más que una esperanza o un deseo; Jesús demostró que es singularmente eficaz.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana y fundadora de esta revista, caracterizó las oraciones de Jesús como “declaraciones profundas y concienzudas de la Verdad, de la semejanza del hombre con Dios y de la unidad del hombre con la Verdad y el Amor” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 12). Estas protestas de oración liberaron a innumerables personas de todo tipo de enfermedades. Y cuando Jesús mismo fue condenado injustamente a ser crucificado, recurrió a la Verdad y al Amor —a Dios— y nos mostró que el perdón y el amor son poderosas protestas contra el mal. Su comprensión de que Dios es la Vida interminable del hombre anuló la muerte, permitiéndole salir vivo de la tumba.
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