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Nuestro puente para salir del comportamiento inmoral

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 29 de febrero de 2024


¿Estamos aprendiendo que Dios no solo ama, sino que es Amor? A medida que lo hacemos, descubrimos que es la naturaleza inmutable de Dios impartir amor. Nada podría persuadir a Dios de que deje de cuidarnos ni siquiera por un momento. Estas palabras de Dios son y siempre serán verdaderas para cada uno de nosotros: “Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31:3). 

Una mujer sorprendida en el acto de adulterio debe de haber sentido profundamente el toque sanador de este Amor divino, cuando Jesús, quien tan vívidamente expresó el amor de Dios, se negó a condenarla y la instó a irse “y no pecar más” (véase Juan 8:1-11). Apenas unos minutos antes había estado en manos de una turba farisaica. Ahora ella estaba completamente a salvo y de pie, sin ser condenada por la única persona que podía considerarse calificada para hacerlo, ya que solo Jesús fue “sin pecado” (Hebreos 4:15). En cambio, el más espiritualmente amoroso de todos los individuos —este corazón de lo más transparente de la gran gracia de Dios— percibió claramente que esta mujer era capaz de reconocer y responder a su inherente capacidad para dejar de pecar. 

Lo mismo es cierto para nosotros hoy en día cuando luchamos, como esta mujer, con algún comportamiento que no alcanza la elevada marca de una vida moral. El Cristo, la idea espiritual de Dios que animó a Jesús en todo lo que dijo e hizo, nos está asegurando silenciosamente que el Amor divino nos conoce como su linaje amado—libre de condena— porque nuestra verdadera naturaleza, creada por Dios, está libre de pecado. Y esta misma verdad de cómo nos conoce Dios es la base para hacer una petición, como lo hizo el rey David cuando se enfrentó a su propio comportamiento inmoral: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmos 51:10).

Incluso si la tentación interna o la presión social externa nos llevan a creer lo contrario, como linaje de Dios, un corazón limpio y un espíritu recto son innatos en nosotros. Y nuestro Padre celestial solo espera que estemos dispuestos a volvernos a Sus brazos siempre extendidos para sentir Su abrazo omnipresente mientras dejamos atrás los grilletes del pecado. 

Cualesquiera que sean los pasos de remordimiento, reforma y restitución que se requieran, este crecimiento comienza con el honesto reconocimiento de lo que la materialidad afirma de nosotros y la disposición de adoptar una firme postura espiritual en contra del alegato de que es una mentira la manera en la que Dios nos ha hecho. Si es el sensualismo el que pretende dominar nuestra santidad, podemos afirmar la verdad de nuestra espiritualidad e inocencia puras como linaje del Espíritu divino. Si se trata de enojo, podemos afirmar y admitir que reflejamos la benignidad de Dios, que el salmista dijo que lo hizo grande (véase Salmos 18:35).

A medida que defendemos el hecho contrario de cualquier rasgo material que pueda atenuar nuestra inherente luz espiritual, podemos negar con persistencia la creencia de que los rasgos que no pueden encontrarse en Dios se pueden encontrar de alguna manera en Su imagen espiritual. No hay puente entre un sentido limitado y material de nosotros mismos y nuestra identidad real y espiritual.   

No obstante, hay un puente al que podemos abrir nuestros corazones y hallar que nos lleva de la creencia de tener un yo pecador a ser liberados del pecado. Es la renovación moral provocada por la acción purificadora del Cristo en la consciencia humana. El Cristo fortalece nuestras victorias sobre lo que no es correcto al revelar que la creación de Dios, el hombre, nunca es incorrecta. Como dice un discurso de Mary Baker Eddy en sus Escritos Misceláneos 1883-1896: “¡Que el hombre pueda infringir la eterna ley del Amor infinito, fue, y es, ¡la mentira más grande de la serpiente! …” (pág. 123).

La ley del Amor es que el Amor es Todo y que, como reflejo de Dios, es nuestra naturaleza inmutable amar, amar, amar. El Cristo viviente está proclamando esto a toda consciencia. Ceder a esta verdad acerca de nosotros y adherirnos a ella en la forma en que pensamos de nosotros mismos, así como en la forma en que pensamos e interactuamos con los demás, es construir un puente que nos lleva a apartarnos de la conducta inmoral. 

Al hacer esto, podemos estar alerta y refutar el susurro de “la serpiente”, que es una forma bíblica de describir la seductora tentación de creer que la materia define y confina nuestra existencia. En La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, la Sra. Eddy traza la manera de hacerlo. Ella nos exhorta: “Velad y orad diariamente para que las sugestiones malévolas, bajo cualquier máscara que se presenten, no se arraiguen en vuestro pensamiento ni den fruto. Examinaos con frecuencia y ved si hay algo que obstaculice la Verdad y el Amor, y ‘retened lo bueno’” (págs. 128-129). 

Es posible que no todos alcancemos a la vez la firmeza que esto exige. Pero a medida que nos aferremos a lo que es bueno, la mente humana cederá su resistencia autodestructiva al sentido moral y espiritual del bien, y nos encontraremos como en el hogar en nuestro reflejo legítimo del amor eterno de Dios. 

Tony Lobl, Redactor Adjunto 

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