La pobreza generalizada compromete la libertad financiera de muchas personas en todo el mundo, lo que a menudo resulta en una desconfianza en los gobiernos y la sociedad. Incluso aquellos que no tienen problemas financieros y los ricos ya no confían en que su riqueza esté a salvo, dada la interconexión global que hace que los sistemas financieros sean susceptibles al fraude, al colapso de bancos que antes se consideraban “demasiado grandes como para quebrar”, a las fluctuaciones en la estabilidad de la moneda, a la depreciación de los valores y otros activos, etc. Ciertamente, hay una erosión de la confianza en los sistemas, las prácticas y las instituciones financieras.
Entonces, ¿podemos confiar decididamente nuestras finanzas a Dios? La noción misma puede parecer ridícula para aquellos que ven a Dios como un mero concepto teórico que tiene poco o nada que ver con los asuntos humanos tal como cuestiones de dinero; no obstante, esta es una visión falsa y limitada.
Ya en los tiempos bíblicos, muchos confiaban en Dios para sus necesidades financieras y no se sentían decepcionados. Un ejemplo es la viuda que pagó completamente su deuda de la venta de aceite que se multiplicó a través de la confianza del profeta Eliseo en la provisión de Dios. Cristo Jesús también demostró que Dios era la fuente práctica y confiable de provisión cuando pagó el impuesto del templo para sí mismo y para su discípulo Pedro con dinero que se encontró en la boca de un pez. Puede parecer difícil identificarse con estos ejemplos en el clima financiero actual, pero muestran que confiar en Dios para nuestra salud financiera no es inaudito ni poco práctico.
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