La pobreza generalizada compromete la libertad financiera de muchas personas en todo el mundo, lo que a menudo resulta en una desconfianza en los gobiernos y la sociedad. Incluso aquellos que no tienen problemas financieros y los ricos ya no confían en que su riqueza esté a salvo, dada la interconexión global que hace que los sistemas financieros sean susceptibles al fraude, al colapso de bancos que antes se consideraban “demasiado grandes como para quebrar”, a las fluctuaciones en la estabilidad de la moneda, a la depreciación de los valores y otros activos, etc. Ciertamente, hay una erosión de la confianza en los sistemas, las prácticas y las instituciones financieras.
Entonces, ¿podemos confiar decididamente nuestras finanzas a Dios? La noción misma puede parecer ridícula para aquellos que ven a Dios como un mero concepto teórico que tiene poco o nada que ver con los asuntos humanos tal como cuestiones de dinero; no obstante, esta es una visión falsa y limitada.
Ya en los tiempos bíblicos, muchos confiaban en Dios para sus necesidades financieras y no se sentían decepcionados. Un ejemplo es la viuda que pagó completamente su deuda de la venta de aceite que se multiplicó a través de la confianza del profeta Eliseo en la provisión de Dios. Cristo Jesús también demostró que Dios era la fuente práctica y confiable de provisión cuando pagó el impuesto del templo para sí mismo y para su discípulo Pedro con dinero que se encontró en la boca de un pez. Puede parecer difícil identificarse con estos ejemplos en el clima financiero actual, pero muestran que confiar en Dios para nuestra salud financiera no es inaudito ni poco práctico.
Entonces, ¿cómo podemos edificar nuestra confianza en Dios y encontrar la verdadera libertad financiera? Es útil darse cuenta de que Dios es Amor y, por lo tanto, del todo amoroso, porque entonces comenzamos a comprender que es intrínseco a la naturaleza de Dios, nuestro Progenitor divino, proveer para cada hijo amado. Y es reconfortante saber que “fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23). Esto comienza a infundir confianza en Dios.
La gratitud también es importante. Cuando comenzó la construcción del edificio original de La Iglesia Madre (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston), fue la gratitud desbordante de los miembros cuyas vidas habían sido transformadas —especialmente como resultado de las curaciones que habían experimentado en la Ciencia Cristiana— lo que resultó en que se completara en poco más de un año, pagado exclusivamente con contribuciones voluntarias. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe: “¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido? Entonces aprovecharemos las bendiciones que tenemos, y así estaremos capacitados para recibir más” (pág. 3). Ella describió el proyecto de la iglesia como “este asunto era de Dios y no mío” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 140), confiando en Dios más que en los esquemas financieros humanos.
Esa misma confianza es igualmente válida hoy en día. Antes de convertirme en practicista de la Ciencia Cristiana, trabajé como banquera. Cuando dejé la banca para trabajar a tiempo completo en la práctica pública de curación de la Ciencia Cristiana, muchos pensaron que esto era imprudente desde el punto de vista financiero. En numerosas ocasiones, cuando parecía que las ganancias de mi práctica apenas podían poner comida en la mesa, y mucho menos satisfacer otras demandas, realmente tuve que ejercer mi fe y demostrar que confiaría mis finanzas a Dios.
La convicción de que podía probar infaliblemente que Dios era mi fuente de provisión llegó un día mientras caminaba hacia un servicio religioso de la iglesia. Al volverme a Dios con desesperación, ya que estaba extremadamente preocupada por cómo pagar una factura importante que no podía ser diferida, un pensamiento amable vino a través de una pregunta: ¿Podía tener más fe en Dios que en un gran saldo bancario? Sabía en mi corazón que podía. Este reconocimiento trajo un gran alivio. A partir de ese momento, perdí todo el miedo a mi situación financiera y, desde entonces, todas mis necesidades se han visto satisfechas naturalmente, muchas de ellas de formas que nunca podría haber imaginado.
Jesús nos advierte que no dividamos nuestra confianza entre Dios y las “riquezas”, o las formas y medios financieros humanos. Dice: “Ningún siervo puede servir a dos señores: … No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13). Al referirse a esta cita, la Sra. Eddy se refiere a los dioses de la materialidad más ampliamente como creencias materiales, escribe: “Las creencias materiales tienen que ser expulsadas para hacer lugar a la comprensión espiritual. No podemos servir a Dios y a las riquezas al mismo tiempo; mas ¿no es esto lo que los débiles mortales están tratando de hacer?” (Ciencia y Salud, pág. 346). Esta es una advertencia contra la confianza en la materia en general. En otra parte explica que confiamos en “los dioses de la materialidad” o en el “Dios de la espiritualidad” (La unidad del bien, pág. 49).
Las cualidades espirituales que respaldan la honestidad en el trabajo, la sabiduría en la inversión, la disciplina en asuntos fiscales y la prudencia en la planificación, son importantes y necesarias; sin embargo, dónde y en quién ponemos nuestra confianza es primordial. Proverbios dice esto acerca de confiar en Dios: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. …entonces tus graneros se llenarán con abundancia y tus lagares rebosarán de mosto” (3:5, 10 NBLA).
Puede valer la pena pensar que el dólar de los Estados Unidos —la moneda de reserva mundial— tiene esta inscripción en cada billete y moneda: “En Dios confiamos”. Estoy aprendiendo que puedo confiar mis finanzas a Dios. Y, me atrevo a decir, tú también puedes.
Moji George, Miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana
