“Sus vidas no son pequeñas, pero las viven de una manera pequeña” (2 Corintios 6:12, Eugene H. Peterson, The Message). Si bien esta fascinante paráfrasis bíblica estaba dirigida a un grupo de cristianos del primer siglo, también podría hablar del tribalismo que domina los ciclos de noticias y las conversaciones comunitarias de hoy en día.
¿Estamos trazando círculos cada vez más pequeños alrededor de nuestros vecinos, viéndolos solo como aquellos que encajan dentro de nuestros intereses, política, demografía o nacionalidades? Si no desafiamos esta pequeñez, minimizaremos el impacto de nuestras oraciones en nuestras propias vidas, así como en el mundo.
En la Ciencia Cristiana, la oración nos abre a la infinitud de Dios y a Su bondad que todo lo incluye; no como algo más allá de este mundo, sino como la realidad espiritual que podemos experimentar aquí y ahora. Sin embargo, la oración no consiste en pedirle a la Divinidad que arregle los problemas humanos. Se trata de reconocer humildemente y de todo corazón la magnitud de lo que Dios es y hace como Amor inmutable y Vida eterna, como Espíritu ilimitado y Mente inconmensurable. A medida que dejamos que nuestras oraciones se infundan de inspiración, comenzamos a comprender que todo lo que parezca limitarnos —ya sea dolor, enfermedad, incapacidad, carencia o vulnerabilidad— no puede existir y no existe dentro de la omnipotencia y omnipresencia de Dios. Debe ceder. Y la curación es el resultado natural.
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