Pensé que tenía mi vida planeada. En mi último año del bachillerato, sabía a dónde iría a la universidad, qué iba a estudiar y qué quería hacer con mi vida.
Estaba segura de que este era mi camino, y tenía miedo de lo que podría suceder si me desviaba de él.
Mientras me instalaba en mi dormitorio durante el fin de semana de mudanza en la universidad, de repente me sentí mal e incapaz de hacer nada. Me di cuenta de que necesitaba orar, que es lo que hago cuando estoy en una situación difícil. Tal vez solo estaba teniendo un mal día, pero sentía que era algo más, algo más profundo.
Así que llamé a las personas que sabía que me darían apoyo espiritual: mi mamá y un practicista de la Ciencia Cristiana. Después de hablar con ellos, comprendí que necesitaba ser sincera conmigo misma. No quería admitir que tal vez me había equivocado —que esta escuela no era donde quería estar— y temía decepcionar a los que me rodeaban si mi vida no resultaba como la había planeado.
Hecha un mar de lágrimas, traté de leer los pasajes de la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy que el practicista había compartido conmigo, pero no entendí nada.
No obstante, me seguía viniendo este pensamiento: que debía irme a casa. Al leer Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por la Sra. Eddy, entendí acerca de los mensajes angelicales : los pensamientos específicos de Dios. Antes, nunca había estado segura de haber reconocido ninguno. Esta vez, sin embargo, estaba segura de que este era uno. Me tranquilicé cuando escuché ese mensaje. En ese momento de oración, me sentí muy cerca de Dios. Sabía que, puesto que Dios es bueno, solo me daría la indicación que fuera buena y que únicamente vendrían bendiciones al seguir el mensaje angelical.
En el momento en que tomé la decisión de irme a casa, la enfermedad desapareció. Dos días después, me fui de la universidad.
Pero después de llegar a casa, todavía no tenía dirección, ni idea de qué hacer o a dónde ir, y me daba mucho miedo no tener un plan. Me tomó un tiempo y mucha oración entender que yo no era un fracaso y que esta era una oportunidad para aprender más acerca de Dios. También aprendí a dejar de lado lo que pensaba que era mejor para mí a fin de hacer espacio para escuchar acerca del bien que Dios tenía reservado para mí.
Durante mi semestre libre, mientras viajaba, mi mamá me sugirió que pasara un día en una universidad cercana, así que un lunes cualquiera asistí a algunas clases. Todo lo que sentía que me había estado perdiendo en la otra universidad estaba presente en este campus: la cordialidad de los demás, las oportunidades de crecimiento y vínculos y una atmósfera de amor. Solicité admisión a la universidad antes de regresar a casa.
Comencé el primer año sin saber cuál sería mi carrera, y eso estuvo bien. Sabía que mientras estuviera en un lugar donde me sintiera lo suficientemente cómoda como para crecer, eso se desarrollaría. Aprendí la importancia de la humildad; de saber que todo saldría bien porque reconocía que Dios es realmente el que tiene el control. Ahora veo con más claridad que no importa dónde estemos, el Dios omnipotente y siempre presente, el Amor, siempre está con nosotros, siempre guiándonos, y que podemos dejar de lado nuestros propios planes y apoyarnos en Él.
Ahora que estoy por terminar mi experiencia universitaria, sigo confiando en Dios en este nuevo capítulo de mi vida. He estado pensando en un pasaje que el practicista de la Ciencia Cristiana compartió conmigo en mi primer día en el campus. Dice lo siguiente: “Como parte activa del único estupendo todo, la bondad identifica al hombre con el bien universal. Que cada miembro de esta iglesia pueda así elevarse por encima de la tan repetida pregunta: ¿Qué soy yo?, a la respuesta científica: Yo soy capaz de impartir verdad, salud y felicidad, y ésta es mi roca de salvación y la razón de mi existencia” (Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 165).
Sé que, como parte de ese “único estupendo todo”, siempre tengo un lugar y un propósito, que puedo ver más claramente a medida que continúo escuchando a Dios. E incluso si mi camino no termina siendo el que pensaba, sé que como está dirigido por Dios, tiene que ser bueno.