
Relatos de curación
Debido a que estaba etiquetando a mi familia como poco amorosa y desconsiderada, amarlos parecía bastante difícil. Necesitaba corregir mi forma de pensar acerca de ellos, debía verlos y amarlos como hijos de Dios.
Agradecí inmensamente a Dios y sentí una renovada fortaleza para seguir aprendiendo y practicando las enseñanzas de la Ciencia Cristiana.
Sólo Dios tiene vida, verdad, inteligencia y sustancia. Este razonamiento me llevó a la conclusión: “No consideres la materia como tu dios”. Sentí mucha alegría al comprender estos pasajes después de leerlos y repetirlos tantas veces antes.
Los artículos de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, así como las ideas espirituales de otra literatura de la Ciencia Cristiana que me llegó a las manos, me ayudaron mucho a ver al hombre sin ningún defecto y a pensar en el perdón.
El estudio diario de las Lecciones Bíblicas semanales del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y la lectura de todos los escritos de la Sra. Eddy, así como los Heraldos mensuales, me ayudaron a comprender mejor mi relación inquebrantable y eterna con mi Padre-Madre Dios.
Lo primero que sentí que tenía que manejar fue la creencia en el envejecimiento. En la Ciencia Cristiana, se entiende que la Vida es un sinónimo de Dios. Reconocí que la Vida que es Dios es espiritual y eterna.
No había anticipado las dádivas y curaciones que vendrían durante el proceso de escribir estos artículos.
A veces, cuando algo bueno sucede o está a punto de suceder, puede parecer como si el magnetismo animal —una sugestión de maldad que nos viene al pensamiento— impidiera que este bien suceda.
En su Sermón del Monte, Jesús nos dice que amemos a nuestros enemigos. En esta situación, interpreté sus palabras en el sentido de que debía amar —y perdonar— al conductor. También me di cuenta de que yo había sido tan inocente como ese conductor cuando andaba en bicicleta por la montaña unos días antes.
Cuando entré a mi lugar de trabajo y me encontré con mi compañera, sentí un profundo amor por ella. Cuando me vio, me saludó con mucho cariño, y hablamos naturalmente. Esta experiencia me ayudó a entender que jamás había sido herida por nadie.