
Relatos de curación
Estoy verdaderamente agradecida por la tierna calidez y la amabilidad con que los miembros de la iglesia nos acogieron a mi madre y a mí.
La sustancia es Dios, la fuente de toda existencia; no está en la materia. Debido a que Dios es el Principio, el orden divino permanece perfecto e inalterado. No puede haber fragmentos ni fracturas. El reino de Dios es perfectamente estable.
Como hijo de Dios, expreso perfección, y no hay ninguna parte de mí que pueda estar herida o dolorida; no puedo apartarme de la perfección espiritual que constituye mi ser.
Habíamos demostrado a través de la oración el hecho espiritual de que nada había sucedido, nada excepto que Dios, el Espíritu, cuidaba continuamente de mí porque soy Su imagen y semejanza perfecta y espiritual.
Esta declaración de Ciencia y Salud fue una dulce promesa al considerar mi intachable integridad espiritual como hija de Dios: “La Ciencia divina del hombre está tejida en una sola tela consistente, sin costura ni rasgón” (pág. 242).
La ley de Dios siempre está obrando a nuestro favor. Cada cualidad de Dios —como la salud, la libertad, el equilibrio, la alegría, el amor, la quietud y la perfección— es armoniosa, poderosa y está incluida en nuestra verdadera identidad espiritual.
Unos días más tarde, experimenté la necesaria transformación del pensamiento. Desperté dándome cuenta de que todo lo real, bueno o correcto es la manifestación del Amor divino: perfecto, completo y hermoso.
No creo que habría podido tener este cambio si no me hubiera comunicado con la enfermera de la Ciencia Cristiana. Me hizo tomar conciencia del tierno cuidado de Dios por mí.
Cuando cocino varios platos, reflejo el amor de Dios al expresar cualidades como alegría y disciplina, que evocan sentimientos de gratitud y satisfacción en mí y en las personas para las que cocino.
En ese momento abracé la idea de que soy verdaderamente espiritual y que la perfección nunca flaquea.