Relatos de curación
Hay versículos e historias en la Biblia que dejan claro que la comida no puede ayudarnos ni dañarnos y que evitar ciertos alimentos no es la clave para una buena salud.
La verdad de esta declaración fue tan clara en ese momento que sané instantáneamente. El dolor se detuvo por completo y no quedó ninguna marca en mi mano.
Mi pureza nunca puede ser invadida o corrompida, y “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
A veces, cuando algo bueno sucede o está a punto de suceder, puede parecer como si el magnetismo animal —una sugestión de maldad que nos viene al pensamiento— impidiera que este bien suceda.
Después de orar con esta declaración por unos momentos, de repente sentí un suave “ting” en mis oídos y el dolor desapareció de inmediato.
Razoné que no importaba lo que los sentidos materiales informaran, en realidad moraba en la consciencia del Amor en ese mismo momento.
En mi estudio de la Ciencia Cristiana, había aprendido que todas las ideas correctas son de Dios y que Dios, por ser nuestro divino Padre-Madre, suministra todo lo que es necesario para que esas ideas prosperen.
En este reino Dios, también conocido en la Ciencia Cristiana como Amor y Mente, está siempre presente y reina.
Me sentí confiada en el conocimiento de que la ley divina por la cual Jesús sanó es igualmente aplicable y eficaz hoy en día.
Me pareció inspiradora la definición de oídos en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy: “No los órganos de los así llamados sentidos corporales, sino la comprensión espiritual”.