En el reino de Dios no existen ni los forasteros, ni los extranjeros, ni los vagabundos errantes. Allí todos están siempre como en sus hogares, como ciudadanos de un reino espiritual inexpugnable, que todo lo abarca.
Mrs. Eddy expresa esta verdad muy hermosamente en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.” Ella dice (pág. 254): “Peregrino en la tierra, tu morada es el cielo; extranjero, eres el huésped de Dios.”
El autor de este artículo percibió que ser “el huésped de Dios” es verse rodeado de los brazos por siempre abiertos del Amor, compartir de los recursos inexhaustos de la Mente, embeber de la rica espontaneidad de la Vida, y regocijarse en la sabiduría natural e inherente del Espíritu. Es el reconocimiento de la integridad del Alma, la certeza inerrable de la Verdad. Es estar conscientemente sujeto a la soberanía, gobierno, jurisdicción o ley del Principio divino inalterable.
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