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Cielos más despejados

Del número de octubre de 1963 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es sabido que los amantes de la naturaleza, en todas partes, se deleitan y disfrutan plenamente del significado que incluye la frase “cielos despejados” es decir, días resplandecientes, noches luminosas, aguas apacibles, clima agradable, atmósfera saludable. Este concepto del cielo, alude a lo que enseña la Ciencia Cristiana; que la atmósfera, la verdadera atmósfera del Alma, Dios, es espiritual y armoniosa.

Considerando el tiempo, o el estado atmosférico, desde el punto de vista del sentido mortal exclusivamente, éste se halla sujeto a fluctuaciones entre dos extremos, ambos indeseables. De acuerdo con la Ciencia Cristiana [Christian Science], este concepto de la atmósfera es ilusorio, una creencia errónea. La creencia puede ser de mal tiempo o de buen tiempo, mas como tal creencia se basa en las variables hipótesis humanas, la suposición de que la atmósfera es física, carece de estabilidad por no tener fundamento en la Verdad.

Bajo el título marginal “Algunas lecciones de la naturaleza” Mrs. Eddy escribe: “Las regiones árticas, los trópicos soleados, las montañas gigantescas, los alados vientos, las olas poderosas, los valles verdes, las festivas flores y los gloriosos cielos, — todos indican la Mente, la inteligencia espiritual que reflejan” (Ciencia y Salud, pág. 240).

La atmósfera, como elemento del concepto verdadero de la naturaleza, es espiritual y, por consiguiente, no está subordinada ni a la materia ni a condiciones materiales. Es una emanación de la Mente, Dios, que lo abarca todo, del todo perfecta y es, por tanto, pura y saludable; en consecuencia, no puede existir ni amalgamación, ni punto de contacto o enlace entre la idea divina de la atmósfera y el concepto mortal del estado del tiempo, puesto que aquella es real, mientras que éste es un mito.

Jesús ilustró el verdadero concepto de la naturaleza cuando calmó la tempestad y reprendió a los vientos y al mar. El Maestro moró en la atmósfera rarificada del entendimiento espiritual, el ambiente del Alma y de la Mente. El sabía que la ley que gobierna el universo de Dios, procede del Principio, Dios, y es, por tanto, de paz y armonía, jamás de turbulencia o discordancia.

Jesús refutó la demanda de que la así llamada, ley física, pueda invalidar la ley de Dios, el bien, omnipotente y omnipresente. Más aún, el rechazó la pretensión de la materia de tener existencia, probando así que la teoría de la fuerza material, que se manifiesta en elementos amenazantes y destructivos, es errónea. Reconociendo el poder de la santidad que echa fuera el temor y la superstición, Jesús despertó a sus discípulos de estas creencias mesmerizantes. De allí en adelante abrigaron un concepto más divino de la atmósfera y simultáneamente apareció en su experiencia humana una manifestación externa del estado del tiempo, más en consonancia con la realidad.

En Isaías (32:2) leemos: “y será un Varón como escondedero contra el viento, y como abrigo contra la tempestad.” El hombre, la representación de Dios, incluye por reflejo cada idea que existe y es así que incluye la idea espiritual de la atmósfera, conjuntamente con el poder para expresarla. A medida que este hecho es admitido en la conciencia humana, servirá para atenuar el concepto erróneo del estado del tiempo lo cual proyectará cielos más despejados en nuestra experiencia terrenal.

Mrs. Eddy declara: “que la atmósfera de la mente humana, ya saneada de sí misma e impregnada con el Amor divino, reflejará este estado subjetivo purificado en cielos más despejados, menos truenos, tornados y calor y frío extremosos” (The First Church of Christ, Scientist, and Mliscellany — La Primera Iglesia Científica, de Cristo y Miscelánea — pág. 265).

Para contemplar cielos aún más despejados, se requiere de cada uno de nosotros un esfuerzo constante para eliminar las creencias materiales engañosas sobre la atmósfera, el clima o el estado del tiempo substituyéndolas por los conceptos verdaderos de su opuesto espiritual. Al refutar cualquier evidencia aparente de condiciones climatéricas adversas, el Científico Cristiano reconoce que la verdadera atmósfera es espiritual y no material; gobernada únicamente por la Mente divina. Percibiendo que una semilla de la Verdad puede desarrollar el poder que removerá las montañas de la creencia errónea humana, el Científico Cristiano se sobrepone al espejismo del sentido corporal y somete su conciencia a la influencia santificante del sentido espiritual.

Con su pensamiento en paz, obtiene una vislumbre de la atmósfera verdadera. Encuentra entonces que este concepto verdadero de ambiente armonioso, se exterioriza humanamente en una atmósfera mental más despejada, un amor más profundo, una visión más sublime de la belleza. En razón de que el desarrollo divino es infinito e indivisible, la demostración del Científico Cristiano, lo bendice no sólo a él sino a toda la humanidad.

En una ocasión, percibiendo en cierto grado que el deseo justo es oración, decidí asistir a la reunión anual de mi asociación a llevarse a cabo a muchas millas de distancia. Necesitaba reunir fondos para financiar mi viaje y sólo me quedaba el verano para tal fin; empero, logré establecer en un mes un record de negocios sin precedente, obteniendo utilidades suficientes para sufragar todos mis gastos de viaje. Esto ocurrió durante un período de temperatura calurosa y bochornosa, sin embargo no experimenté ningún malestar a pesar de caminar muchas millas todos los días durante el mes visitando a posibles clientes.

En los meses que precedieron a esta experiencia, me sentí gradualmente imbuido de una gran paz espiritual. A medida que continuaba morando en una atmósfera divina de armonía y gozo imperturbables, me vi protegido de toda creencia en temperatura depresiva y fui capaz de demostrar que el reino de los cielos, la atmósfera serena del Espíritu, está siempre presente.

La incesante Cristianización del pensamiento depura a la mente humana de las telarañas del odio, enojo y otras influencias perniciosas. Con su expulsión progresiva, desaparecerán proporcionalmente las tormentas engañosas y los vientos de la mente mortal, hasta que toda la naturaleza indique a la Mente, como la creadora del cielo glorioso del Alma.

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