Ofrezco este testimonio con el objeto de rendir sincero y humilde homenaje a Cristo Jesús, a la Ciencia Cristiana [Christian Science Pronunciado Crischan Sáiens.] y a su Descubridora y Fundadora, Mary Baker Eddy. La Ciencia me fue presentada por un oficial de la marina británica en las Islas del Mar Egeo poco después de la primera guerra mundial, después que mi familia hubo abandonado Rusia.
A esto siguieron muchos años en los cuales me dediqué por mi cuenta al estudio de esta Ciencia en Grecia, Turquía y Yugoeslavia, donde en aquel tiempo no existían ni iglesias ni sociedades ni grupos de la Ciencia Cristiana, como tampoco practicistas ni conferenciantes que nos visitaran. El estar alejada de este modo a veces se me hacía difícil de soportar, mas en realidad, era una bendición porque al trabajar sola debía apoyarme exclusivamente sobre mi propia comprensión de Dios y el hombre y mi relación con El y mi prójimo.
No obstante, en el año 1933 a causa de ciertas circunstancias perdí temporalmente mi confianza en la Ciencia y me sometí a una operación de hernia. Pocos días después de la operación, la condición tomó una forma muy alarmante. El médico que me había operado recomendó otra operación tan pronto como estuviera lo bastante fuerte, diciendo que en el futuro debía tener mucho cuidado y que debía abstenerme de andar a caballo, bailar o hacer ejercicios violentos.
Mas esta vez percibí que la Mente divina es lo único que opera, cuya palabra es “viva, y eficaz, y más aguda que toda espada de dos filos” (Hebreos 4: 12). La segunda operación jamás se llevó a cabo, pero en vez continué estudiando y orando según la Ciencia Cristiana [Christian Science]. No podría decir exactamente cuando se llevó a cabo la curación, pero sané y desde entonces he llevado una vida normal en todo sentido y a menudo doy cinco clases de ballet clásico al día, lo cual significa un ejercicio bastante extenuante.
Otra curación que experimenté fue la de una úlcera al intestino. Durante algún tiempo las comidas usuales me hacían mal y en algunas ocasiones debía ingerir sólo alimentos especiales. Pero yo seguía afirmando que el hijo de Dios, o idea, vive para expresar la voluntad de Dios, y que esta voluntad para el hombre es buena, y que el poder y la presencia de Dios son suficientes para aniquilar todo mal. También sabía que la realización de estas verdades y que el reclamar la filiación del hombre con el Padre- Madre Dios corregirían la condición.
Comencé a comer de todo y durante muchos años no he sufrido el menor inconveniente. Todos los síntomas de la úlcera desaparecieron y me sentí sana.
Estoy muy agradecida por gozar de buena salud, por haber sanado de resfríos, por haber experimentado protección mientras viajaba, por la devolución del equipaje que había sido enviado por error a otra parte del mundo mientras viajaba en avión, y por la mejoría que se ha manifestado en cuanto a las relaciones humanas. — Barcelona, España.
