Recientemente se anunció la llegada a Colombia de la entidad The Humanity Global Service, que fomenta la educación sin castigo. Con sede en Europa, esta entidad está integrada por profesionales de la educación y del trato con la infancia. El periódico El Tiempo, de mayor circulación en nuestro país, al unirse en una campaña de divulgación de esta actividad y para alentar a que la gente participara, publicó en sus páginas la siguiente pregunta: “¿Se puede educar sin castigo?”
A través de una carta yo me uní a la campaña porque entiendo que sí se puede educar sin castigo. Y como principal argumento tengo la evidencia en mi propia casa. En mi hogar, mi esposa y yo nunca tuvimos que darle un azote a nuestro hijo (hoy de 18 años) para corregir sus pataletas, malacrianzas y equivocaciones tan naturales en los niños.
Hace poco, no sabemos la razón pero nuestro hijo David comenzó a mostrarse sin ánimo, perezoso y un tanto descuidado. Esto me llevó a que una mañana le pidiera que buscara en el libro “Índice–Concordancia de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras”, declaraciones que tuvieran que ver con diligencia, acción y dedicación. Yo también hice una búsqueda de palabras en ese índice. Una de las declaraciones que encontré dice: “Si los hombres dedicaran al estudio de la Ciencia de la Mente siquiera la mitad de la fe que conceden a los supuestos dolores y placeres de los sentidos materiales, no irían de mal en peor, hasta ser castigados por el presidio y el patíbulo; sino que toda la familia humana sería redimida por los méritos Cristo — por la percepción y aceptación de la Verdad”.1 Esto pronto me hizo ver que no era el castigo sino la percepción espiritual lo que nos hace rectos y diligentes. Y las ideas que obtuve en esta lectura me trajeron inspiración para orar.
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