La capa del viejo hidalgo se rompió para ser ruana Y cuatro rayas confunden el castillo y la cabaña. Abrigo del macho macho, cobija de cuna paisa, Sombra fiel de mis abuelos y tesoro de la patria.
Porque tengo doble ancestro de Don Quijote y Quimbaya Hice una ruana Antioqueña de una capa Castellana. Por eso cuando sus pliegues abrazo, y ellos me abrazan, Siento que mi ruana altiva lo que me está abrazando es el alma.
Estos son versos con aire de bambuco — ritmo musical del interior de mi país — que se han convertido en todo un himno a la Colombianidad. Su título es “La ruana”. Y el objeto mismo es prenda destacada en la vestimenta de nuestros campesinos. Ella es un cuadro con una sola abertura, originalmente confeccionada en lana virgen de oveja. Su uso es mayor en el altiplano Cundi-Boyacense y en las zonas frías. Pero en los climas cálidos también se hace aunque en materiales más livianos. Los adelantos de la moda la han maquillado, siendo hoy un elemento de consumo universal, elaborado en fino kashemir, exhibida con orgullo por azafatas de las empresas aéreas nacionales o, en múltiples variaciones, por damas elegantes en pasarelas internacionales, allende las fronteras.
Me pareció necesario este preámbulo informativo sobre mi ruana, para compartir con los lectores del Heraldo sobre mi encuentro con el Altísimo y el conocimiento de la disponibilidad de Su abrazo infinito, donde todos tenemos lugar.
Pues bien. Siendo “calentana” (oriunda de un clima muy cálido), al casarme me correspondió venir a vivir a la meseta bogotana a 2.800 metros de altura sobre el nivel del mar. O como dice el slogan más reciente sobre Bogotá: “más cerca de las estrellas”. Esto era todo un reto para mí, por cuanto que me habían diagnosticado un serio problema vascular congénito que me hacía hipersensible al frío y me causaba enormes trastornos de salud. Mi enemigo número uno era el frío. Así que encontré en la ruana el mayor y mejor abrigo a mano.
También encontré aquí Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, que me despertó a las posibilidades de la espiritualidad. Este libro, como su nombre lo indica, es llave que abre y esclarece el contenido bíblico. Recurriendo a la Biblia encontré el Salmo 91 donde dice: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”. Por vez primera en mi vida pensé en Dios como una presencia tierna y solícita, siempre junto a mí. Ciertamente como un abrigo protector que me rodeaba.
Sentí que Dios era una presencia tierna y solícita.
Antes creía en Dios, aunque como una presencia corpórea y distante que, apenas algunas veces, se asomaba al discurrir de mi existencia. Pero a medida que fui aprendiendo que Dios es Espíritu omnipresente que todo lo incluye, incluso mi naturaleza como semejanza Suya, comencé a descubrir tenuemente que mi ser siempre había estado y seguiría estando unido a Él. Libre de carencias. Irrigado por el soplo y calidez de Su amor. Que yo siempre vivía en esa única residencia espiritual e infinita. De esta manera yo, que suspiraba anhelante por un clima que no me afectara, me sentí en Su presencia, en un clima excelente.
La comprensión progresiva de esta verdad, de la unidad Dioshombre, sanó completamente ese problema vascular. Se hizo entonces concreta para mí la promesa del profeta Isaías: “Y habrá un abrigo para el calor del día, para refugio y escondedero contra el turbión y contra el aguacero”. Isaías 4:6.
Hace más de 30 años que vivo aquí sin dificultades. Sigo queriendo mucho a mi ruana, aunque uso esta prenda sólo con orgullo nativo, no por extrema necesidad. Y también sigo procurando escalar con mansedumbre y libremente las alturas del entendimiento espiritual, con la guía de estos dos libros maravillosos.
Esta puerta abierta de espiritualidad verdaderamente me dio acceso a vivir “más cerca de las estrellas” y al abrigo del Altísimo.