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“Apunta al infinito”

Del número de octubre de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


Una mañana desperté muy temprano sintiéndome en un estado de descontrol total. Sentía un fuerte dolor de cabeza, tenía vómitos, diarrea y no podía pararme. Como no lograba pensar con claridad para orar por mí misma, decidí llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Ella me dijo que me quedara tranquila. Momentos después logré aquietarme y pude dormir un poco.

Pero la situación seguía y el dolor de cabeza era muy fuerte. Entonces me puse a pensar en el amor de Dios, y que en ese momento estaba abrazándome. La condición física empezó a mejorar, aunque seguía sin ninguna fuerza y con mucho dolor de cabeza. Así que me comuniqué nuevamente con la practicista, y ella fue contundente, me dijo: “Apunta al infinito”. 

Sus palabras me hicieron reflexionar. Comprendí que tenía que mantener firme en mi pensamiento que la presencia y la bondad de Dios son infinitas. Entonces comencé a orar el “Padre nuestro”, diciendo: “Padre Nuestro infinito, que estás en los cielos infinitos”. Percibí que no podía estar fuera de la infinitud. 

Mary Baker Eddy escribe: “La Ciencia divina, la Palabra de Dios, dice a las tinieblas sobre la faz del error: ‘Dios es Todo-en-todo’, y la luz del Amor siempre presente ilumina el universo. De ahí la eterna maravilla, que el espacio infinito está poblado con las ideas de Dios, que Lo reflejan en incontables formas espirituales” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 503).  

Me di cuenta de que estamos acostumbrados a sentir y a pensar que estamos por nuestra cuenta, separados de Dios, mientras que la Ciencia Cristiana enseña que Dios es “Todo”, el bien. Esto quiere decir que no existe nada aparte de Dios, y nosotros, por ser ideas en la Mente infinita, no podemos estar jamás separados de Dios y de la armonía y la felicidad que Él imparte.

La comprensión de que vivo constantemente en el Amor divino, y que jamás estoy separada de Dios, me ayudó a tranquilizarme; la ansiedad y la tensión comenzaron a disminuir, y el temor
desapareció. 

El dolor de cabeza fue cediendo y me pude sentar y leer Ciencia y Salud. Más tarde pude comer con normalidad. Al día siguiente, me levanté perfectamente bien, libre, y enormemente agradecida por esta curación.

Olga Breccia, Rosario

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