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Reflexiones

La profecía: Su propósito, desenvolvimiento y cumplimiento

Del número de octubre de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Conferencia publicada originalmente en el Christian Science Journal de Junio de 2014.


Quiero tratar un tema que es muy querido para mí, y que es sumamente importante para obtener una clara comprensión de la Ciencia Cristiana. Y de eso se trata todo el tema de la “profecía”. No es algo esotérico o misterioso como algunas personas podrían pensar. Para mí, es algo vital, perfectamente lógico y muy comprensible. 

Pero, antes que nada, ¿qué es una profecía? Sin duda estaríamos de acuerdo en que, en términos teológicos, es una visión inspirada, una revelación, de algún aspecto del plan de Dios que sucederá. Pero por supuesto, no toda revelación es una profecía. La profecía es un aspecto específico de la revelación, de la Palabra de Dios revelada. Dicho simplemente, es aquello que un profeta, o vidente espiritual, percibe conscientemente como un hecho espiritual presente, aunque todavía no ha ocurrido, pero que ocurrirá en el orden natural del desenvolvimiento divino. En otras palabras, la profecía es el registro de la historia antes de que suceda. ¡Esto la pone, ciertamente, dentro de una categoría propia! Ilustra la unidad de todo ser real, de lo que llamamos el pasado, el presente y el futuro. Pero, es todo uno para la Mente divina que todo lo sabe, o Dios. 

Los profetas se han manifestado en todas las formas y colores. Pero lo importante es que Dios los ha enviado y les ha otorgado poder, y tienen autoridad divina para impartir a otros el mensaje que Dios les ha dado. 

El mensaje de la profecía no está sujeto a la interpretación personal. Como declaró Pedro, el discípulo de Jesús: “Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2° Pedro 1:20, 21). Hablaron como eran inspirados por la voluntad de Dios, no la voluntad del hombre. El Espíritu Santo es definido como “La Ciencia divina” en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy (pág. 588). Y la Ciencia Divina es la ley de Dios, la voluntad de Dios. De modo que, la profecía es en realidad una ley para la experiencia humana, y debe cumplirse. 

El cumplimiento inevitable de la profecía representa la sagrada unión de causa y efecto. De hecho, es importante entender que hay una diferencia entre una profecía y su cumplimiento. Sí, están por siempre unidos por la ley divina. No pueden separarse jamás. Pero la profecía representa y refleja a la Mente divina, Dios, el Amor infinito, como causa, mientras que el cumplimiento de la profecía representa y refleja a Dios como efecto. Esa es una sutil, pero fundamental, diferencia. Y el cumplimiento de la profecía se produce a través de la acción del Espíritu Santo al moverse sobre las aguas de la consciencia humana —a menudo a lo largo de los siglos— hasta que llega el tiempo señalado. Una profecía cuyo cumplimiento no llegara a efectuarse, haría que la profecía fuera simplemente una esperanza vaga sin sustancia o certeza. No tendría sentido alguno. 

No se puede confiar en una persona que declara que cierto suceso es el resultado de una profecía, si el mismo no ha sido presagiado. Además, al no tener una ley que lo sostenga, dicho suceso carece de cuidado, protección, dirección y realización. Mientras que la profecía cumplida tiene la autoridad de la causa espiritual que la originó. 

Entonces, ¿qué se requiere para ser un profeta, y no me refiero simplemente a la historia antigua que tenemos registrada, sino a qué se requiere hoy en día, dado que la profecía es eterna, y los profetas son los mensajeros contemporáneos de hoy? Ciertamente, el profeta tiene que ser receptivo. Él, o ella, tiene que escuchar. Si no escuchas, no puedes oír. La integridad moral también es importante para que no haya estática que distorsione el mensaje. Se necesita valor porque el mensaje muchas veces está en contra de lo que uno esperaría. Del mismo modo, la obediencia es fundamental y ofrece un manto de protección para el profeta. Y cubriéndolo todo está la coherencia del amor. El Amor une todas las cualidades necesarias, e impulsa los móviles y acciones del profeta. 

La Biblia nos ofrece muchos ejemplos y modelos a seguir. Uno del Antiguo Testamento que ha significado mucho para mí, es Elías. Según se relata: “Vino luego a él palabra del Señor, diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente” (véase 1° Reyes 17:8-23). Dios le estaba diciendo a Elías que se estaba por producir una terrible hambruna, y que él tenía que ser sustentado, atendido y recibir lo que necesitaba, para poder continuar realizando su buena labor. 

Elías era un verdadero profeta; podríamos decir incluso que era un profeta experimentado. Había pasado muchos años renovando su vida, acercándose más a Dios. Vivía diariamente aquellas cualidades que el mensajero requiere, como acabo de mencionar. De manera que, reconociendo claramente la voz de Dios, y sin cuestionar nada, empacó su alforja y empezó su largo recorrido montado en un asno hasta Sarepta, que estaba a más de 320 kilómetros de distancia. 

Ustedes saben cómo continúa la historia. Cuando llega a la puerta de la ciudad, se encuentra con una mujer viuda que estaba recogiendo leña. Él no tuvo que buscar una viuda. No cuestionó si esta era la viuda correcta. No eligió entre varias de ellas. Él sabía que encontrarse con la mujer que Dios había designado era simplemente parte del plan divino que había sido coreografiado directamente por la Mente única. Y sabía por experiencia que el plan de Dios siempre tiene ramificaciones de gran alcance, no de alcance limitado. 

Ahora bien, si lo enviaban a ver a alguien que debía cuidar de él, ¿acaso el candidato no tenía que tener los recursos adecuados, posiblemente pertenecer a la más alta y pudiente clase social, tal vez un granjero, un mercader, alguien que tuviera los medios para sostenerlo durante el tiempo de hambruna? No obstante, lo enviaron a encontrarse con la persona que él menos podía imaginar: ¡una viuda pobre y hambrienta!

El relato de la Biblia continúa diciendo que ella le cuenta a Elías que está en las últimas, que ya no le queda comida, no puede cuidar de sí misma ni de su querido hijo, así que va a hornear la poca cantidad de harina que le queda, para luego dejarse morir con su hijo. Cuando Elías le indicó que le diera de comer a él antes de alimentar a su hijo y a ella misma, podría haber parecido increíblemente cruel y egoísta al pensamiento no espiritualizado. Pero Elías comprendía que el Amor divino era la sustancia y fuente de provisión. Sabía que la sustancia consiste de ideas que provienen de la Mente divina, del Dios que es el Amor divino ilimitado. Sabía que esa rebosante abundancia del Amor siempre se traducía en formas visibles para responder a todas las necesidades humanas. De modo que le dio a la mujer la oportunidad de expresar ese Amor divino, de ser generosa, de ayudar a alguien fuera de sí misma, demostrando de esa forma, en cierto grado, su conexión con el Amor que suministra todo el bien. Y él sabía, después de muchos años de oración y práctica, que la coincidencia de lo humano con lo divino se haría evidente en la forma que fuera necesaria en la experiencia diaria de todos ellos. 

Hace poco, leí nuevamente este relato, ¡y me quedé impresionado por la confianza y el amor de la mujer! Es obvio que ella era la mujer correcta, el mensajero correcto que Dios había elegido para ser el medio por el cual dar a Elías la provisión del Amor. Y Elías fue el mensajero para esta viuda, trayéndole el mensaje de que la provisión diaria de Dios está presente, es inagotable y continua. También requirió de obediencia, comprensión espiritual, e incluso valor de parte de Elías, porque él podría haber sido tentado a hacer lo que era humanamente lógico y bueno, y no pedirle a ella que le preparara algo de comer antes de alimentarse ella y su hijo. Y requirió de gran confianza, obediencia y amor de parte de la mujer para que la coincidencia de lo humano y lo divino se unieran en este punto para bendecirlos a los dos.  

Después que pasó la hambruna y ambos habían sido sustentados por la práctica evidencia de la provisión de Dios, el pequeño hijo de la mujer contrajo una enfermedad, y una mañana murió. ¡Imagínense! Después de toda la oración y abnegada devoción que se había manifestado en su experiencia; después del progreso, la prueba, la victoria; después de todo eso, el niño muere debido a una enfermedad. Sin embargo, nuevamente el mensajero que Dios envió a la mujer, hizo que se manifestara la bendita prueba de la curación. Y Elías resucitó al niño de la muerte. Esto requirió de las mismas cualidades de parte de Elías y de parte de la mujer que los había unido a través de la aparente escasez. Esas mismas cualidades contribuyeron a la curación de la enfermedad y de la muerte. La demanda divinamente inspirada que Elías le hizo a la mujer en aquella primera instancia, y la obediencia y el amor de la mujer, los preparó espiritualmente para ser testigos de la curación del niño posteriormente. 

Lo que me llamó la atención aquí fue cómo coexisten los mensajes y mensajeros de Dios; cómo se reúnen en una coincidencia que hace que la realidad espiritual y la experiencia humana presente, coincidan en perfecta armonía. “Vosotros sois mis testigos, dice el Señor, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy” (véase Isaías 43:10).  

Podríamos interpretar esta declaración de la siguiente manera: “Siempre habrá un testigo en la experiencia humana que pruebe que Yo soy Todo, y que, en realidad, Yo soy el Único. Yo siempre te proporcionaré un camino en el desierto, o en la tormenta, o dondequiera que estés”. Una y otra vez en la Biblia, se demuestra la coincidencia del Dios perfecto y el hombre perfecto, y la manifestación actual del Dios perfecto y del hombre perfecto en la experiencia humana. Entender esta coincidencia, trae el amor del Amor divino a nuestra vida diaria. 

Por lo visto, la comprensión que Elías tenía de Dios como el Amor divino mismo, como la totalidad y omnipotencia del bien infinito, le permitió amar a esa viuda lo suficiente, como para elevar el sentido humano de amor que ella tenía por su hijo, a sentir el cuidado absolutamente sostenedor que tiene el Amor por su creación. Fue el amor del Amor divino lo que los sostuvo a todos y sanó al niño.

Elías sabía que esa rebosante abundancia del Amor siempre se traducía en formas visibles para responder a todas las necesidades humanas.

Pero ¿qué significa ese amor del Amor? Los profetas tenían que tener ese amor puro del Amor divino. Su amor traspasaba de tal manera el concepto mundano de amor, que con frecuencia no habría parecido ser amor en la superficie. Esto se debe a que los profetas a menudo tenían que decirle a los gobernadores y al pueblo las cosas como realmente eran, y no simplemente lo que querían oír. Si iban por el mal camino, si cedían al pecado, si adoraban falsos dioses, el profeta sabía que no había salvación para ellos, ninguna satisfacción. El profeta debía amarlos lo suficiente como para alertarlos y soportar su desprecio y enfado. Un profeta falso podría verse y sonar bondadoso, pero ¿qué tiene en su corazón, cuáles son sus móviles, qué sabe realmente acerca de la Palabra de Dios? Así que era de importancia vital para el verdadero profeta —y para el verdadero profeta que está dentro de cada uno de nosotros— discernir entre el sentido humano de amor y el Amor divino. 

El Amor infinito mismo es Dios, y Dios es el Amor infinito mismo. La presencia del Amor divino en la consciencia humana es el amor que sana, el amor del Cristo. Es lo que realmente significa amar. El efecto externo de ese amor del Cristo puede asumir formas sorprendentemente diferentes, como hizo con los profetas. Puede asumir formas que son muy diferentes de nuestro sentido humano de lo que significa expresar amor. Por ejemplo, el efecto del Amor divino en la experiencia humana a veces aparece como una fuerte reprimenda del pecado, reprimenda que tiene el propósito de destruir el mal. Esta distinción es sumamente vital y esencial. 

Para sanar con eficacia (como hacía Elías), el sentido humano de amor debe ser continuamente elevado a su fuente. Elías expresó ese desbordante sentido del amor del Amor que es Principio, cuando le pidió a la viuda que lo alimentara a él antes que a su hijo. Y la confianza que ella tenía en el profeta e incluso, tal vez, su reconocimiento de la fuente del amor que él expresaba, la capacitó a ella para responder.

Sin embargo, el amor que se queda al nivel de la humanidad y no progresa más allá de sí mismo, no se eleva más alto que el humanismo. El humanismo es “seudo amor”. Se disfraza de amor, y a menudo es aceptado como amor. Esto se debe a que es el resultado de la creencia de que el amor se origina en la llamada mente humana, de manera que baja el amor a un nivel personal y humano, e introduce la voluntad humana en el propósito y la expresión de amor. En vez de ayudar, enreda y enmaraña las relaciones humanas. Embarra las decisiones individuales y limita el crecimiento espiritual. Aparta y pervierte los móviles y acciones más generosos, y los transforma en superficiales ecos de lo que estaban destinados a ser.

Puesto que el humanismo comienza obviamente a partir del punto de vista mortal y limitado, mantiene las restricciones de la mortalidad. Con frecuencia puede ser bondadoso y considerado, a su manera, pero no se desarrolla más allá de sí mismo. No sana.

El humanismo lleva a la dependencia y a la continua necesidad de una infusión externa, en vez de a la libertad que otorga la individualidad revelada de toda idea correcta. Impide que las personas aprendan a apoyarse y a depender de Dios. Les impide demostrar su coexistencia con Dios. Realmente limita a aquellos a quienes trataría de ayudar, y restringe a aquellos a quienes trataría de liberar, al no permitirles desarrollarse y desenvolverse bajo la guía y el impulso del Amor.

El sentido correcto del amor humano es maravilloso, necesario y generoso. Pero, ¿qué es este sentido correcto, de dónde viene? Proviene del Amor divino, no de la llamada mente humana separada de Dios. Este sentido correcto de amor nos guía a subir la escalera hacia su fuente, donde vemos que el Amor (con “A” mayúscula), Dios, se refleja en amor (con “a” minúscula), la expresión del Amor.

Elías trabajó con amor (“a” minúscula), al hacer bien por la mujer y su hijo con el entendimiento de que él estaba actuando en obediencia a la ley del Amor divino, y que ellos tres eran sustentados y protegidos bajo la misma ley. He aquí una ilustración gráfica de la verdadera profecía —su propósito, desenvolvimiento y cumplimiento.

Sabemos cómo los profetas presagiaron la venida del Mesías, el más grande demostrador del Amor divino que el mundo haya conocido. Ellos profetizaron su venida siglos antes de su aparición. Isaías profetizó: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14). Y la profecía no fue solo por un niño, sino específicamente por un niño varón. Isaías no conocía a la persona, a Jesús de Nazaret. No conocía a María, la madre de Jesús, ni a los padres de María, Ana y Joaquín. Pero 700 años antes del nacimiento de Jesús, Isaías sabía que vendría el Salvador de la raíz, o linaje, de Isaí.

Hoy, a menudo leemos estos relatos sin emoción alguna. No obstante, eran maravillosas profecías que fueron anunciadas siglos antes de que ocurrieran. ¡Imagínense lo que sería para cualquiera de nosotros escuchar de Dios algo que está destinado a ocurrir dentro de cientos de años!

Isaías y Zacarías profetizaron que Jesús entraría a Jerusalén montado en un asno, que sería “despreciado y desechado entre los hombres”, que lo venderían por treinta piezas de plata, ¡la cantidad exacta que los fariseos le pagaron a Judas para que lo traicionara! Presagiaron que sería contado con los inicuos, que sus enemigos repartirían sus vestidos y echarían suertes por sus ropas —así como hicieron en la crucifixión— y que le darían vinagre y hiel, y sería enterrado en la tumba de un hombre rico. ¿No será que el número y los detalles de las profecías mesiánicas eran para nuestro consuelo, para asegurar a la humanidad que este era, realmente, el Mesías prometido? Cada detalle de su experiencia y misión humanas puede conectarse con una profecía, desde su concepción hasta su crucifixión, e incluso su resurrección, porque el Salmista profetizó: “Ni permitirás que tu santo vea corrupción” (Salmos 16:10), queriendo decir que el cuerpo de Jesús no entraría en descomposición. Y el libro de los Hechos se refiere a esta profecía cuando habla de la resurrección de Jesús.

Todas estas habían sido profecías definitivas y específicas antes de que nuestro Maestro cumpliera, a su tiempo, con todas ellas. 

La Mente divina mantuvo al verdadero Mesías, la idea Cristo del ser individual sin comienzo ni fin, por siempre dentro de sí misma. Y en el momento oportuno, en el lugar correcto, ante la apropiada serie de circunstancias, el Mesías apareció como el niño Jesús, quien crecería y se desenvolvería en el personaje cuya vida y enseñanzas están destinadas a sanar y a salvar a los habitantes de todo el mundo.  

No se sabe mucho acerca de aquellos primeros días. Lo que sí sabemos es que hay un bebé recién nacido que depende totalmente de su madre. Tenemos al infante Jesús, que no está consciente de su verdadera identidad o misión. Luego el niño va creciendo, y seguramente comienza a hacer valer sus propios méritos bajo la dirección de la Mente divina. Más tarde, el niño va madurando y es un jovencito. La cortina se levanta un poco cuando tiene 12 años y dialoga con los ancianos del templo. Esto de por sí debe de haber sido muy inusual, ¡que incluso pasaran horas con él! Los ancianos y los eruditos normalmente no acudían a los jóvenes para encontrar inspiración o para razonar juntos, pero Lucas registra que todos “se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas” (Lucas 2:47). 

Es muy posible que en algún momento María le haya confiado a Jesús algo sobre su verdadero origen. Ella y José sabían que ella había sido la elegida de Dios para cumplir la profecía de Isaías, de modo que deben de haber comprendido que Jesús era el Mesías de la profecía. ¿Cuándo empezaron a notar situaciones inusuales? ¿Cuándo comenzó a hacer cosas maravillosas? ¿Cuándo empezó a sanar gente y animales? 

Sabemos que Dios le reveló el hecho de su origen en el momento de su bautismo cuando, como nos cuentan en el Evangelio de Lucas, el Espíritu Santo apareció “sobre él en forma corporal, como paloma”, y el mensaje de Dios acerca de la filiación divina vino como una voz del cielo, diciendo: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lucas 3:22).

¡Imagínense lo que sería para cualquiera  de nosotros escuchar de Dios algo que está destinado a ocurrir dentro de cientos de años!

Sin embargo, antes que Jesús estuviese preparado para hacer pública su misión, tenía primero que dar un paso más de preparación. Una cosa era hacer la distinción moral entre lo correcto y lo errado, lo bueno y lo malo, como habían hecho Moisés y los profetas. Pero era un paso gigante ir más allá y probar que solo lo correcto y lo bueno eran reales, y que lo errado y lo malo eran totalmente irreales. Su misión general era moverse a una plataforma más elevada para demostrar la totalidad y unicidad de Dios, el bien eterno, y, por lo tanto, la nada, la nulidad, del mal. Y este aspecto vital de su misión —reprimir la pretensión del mal, negar su realidad y poder— fue simbolizado durante esta época en el desierto cuando Jesús se ve enfrentado y vence las tentaciones del mal, o como dice la Biblia, el diablo. Entonces aparece en la escena sanando todo tipo de enfermedades por todas partes. Estaba listo para reconocer públicamente su misión espiritual. Incluso dijo abiertamente en el templo que estaba cumpliendo las profecías de Isaías. 

A medida que maduraba, es obvio que Jesús comprendía su ser verdadero y eterno, el Cristo. Consternó a las autoridades cuando contradijo los argumentos de ellos diciendo —hablando del Cristo eterno— “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58). Abraham, considerado tradicionalmente como el padre del pueblo judío, vivió unos 2000 años antes que Jesús. ¡Imagínense el impacto que tuvieron esas palabras! 

En el pozo de Jacob, la mujer que vino a sacar agua cuestionó a Jesús y le dijo que de acuerdo con la enseñanza de ellos, ella estaba esperando al Mesías que vendría en algún momento. Él respondió con estas palabras sorprendentemente francas: “Yo soy, el que habla contigo” (Juan 4:26).

Pedro percibió una inspirada vislumbre de la naturaleza más elevada de Jesús como el Cristo. Cuando Jesús les preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” Pedro respondió abruptamente: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (véase Mateo 16:13–20). Pedro debe de haber sentido al Cristo invisible en el hombre Jesús. Jesús era el hombre humano; el Cristo era el ideal divino que Jesús representaba y demostraba totalmente. En cierto sentido, podríamos decir que Pedro vislumbró la unidad de Jesús y el Cristo. Nunca podemos separar a Jesús y al Cristo —o a Jesús del Cristo— porque fue Jesús quien demostró plenamente el ideal divino, la idea espiritual de la Vida, la Verdad y el Amor divinos. Hay una coincidencia, la unión de lo humano con lo divino. Toda idea espiritual correcta tiene una expresión humana. La amada oración de Jesús, el Padre Nuestro, dice en parte: “Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). Toda idea correcta conocida para la Mente divina está disponible para sanar, y guiar, y consolar, y bendecir mediante el Espíritu Santo, a través de la dinámica operación de la ley divina. 

No obstante, fue necesario el Consolador profetizado, el cual Jesús dijo que vendría posteriormente, para explicar la relación entre el Jesús visible y corpóreo, y el Cristo incorpóreo e invisible, para dar la Ciencia de esa relación y explicar la coincidencia de la divinidad con la humanidad que Jesús ejemplificaba totalmente. Después de todo, él era el supremo demostrador de la unidad de cielo y tierra, destruyendo la creencia de que la humanidad pueda estar separada de Dios. Jesús mismo ilustró el potencial que tiene la humanidad para espiritualizar completamente la consciencia humana, paso a paso. 

Al término de su misión, Jesús dijo: “El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). 

Así que, si bien Jesús, por ser el Mesías, fue el cumplimiento de la profecía, él también estaba profetizando lo que vendría después de él. “Os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:7).

El Consolador de la profecía es la Ciencia del Cristo, o Ciencia Cristiana, la cual tiene el propósito de dar la Ciencia, o ley, que fundamenta todas las palabras y obras de Jesús. Mary Baker Eddy da instrucciones importantes sobre este tema. Ella es la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Ella descubrió esta ley espiritual eterna, fundó la religión, y (como dije) escribió este libro de texto, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Es esta Ciencia del Cristo la que muestra cómo las enseñanzas y demostraciones de Jesús se extienden a través de los siglos para bendecir a toda la humanidad. Y en la medida que creamos en Jesús, o más bien, en la medida en que lo comprendamos —comprendamos su origen, su vida, su propósito y obras, su autoridad, resurrección y ascensión— en la medida en que comprendamos su verdadero ser que está por siempre protegido en el Amor divino, su Padre-Madre Amor —que él mantuvo, amó, atesoró, nutrió en el Amor como la auto revelación del amor—dejamos de lado nuestro concepto de Jesús en la carne, y vemos al Cristo individual, e individualizado, aquí y en todas partes, ahora y para siempre. 

De manera que ahora llegamos a nuestra época y al profético cumplimiento. La historia de hoy podría registrarse con estas palabras de Ciencia y Salud: “La idea inmortal de la Verdad recorre los siglos, reuniendo bajo sus alas a enfermos y pecadores. …Las promesas serán cumplidas. …En las palabras de San Juan: ‘Os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre’. Este Consolador, yo entiendo, es la Ciencia Divina” (pág. 55).

El capítulo titulado “El Apocalipsis” en Ciencia y Salud trata sobre el libro del Apocalipsis en la Biblia, y tiene un importante mensaje que es fundamental en la Ciencia Cristiana. La primera profecía del capítulo habla de un ángel, o mensaje de Dios, que prefigura, o predice, la Ciencia divina, el Espíritu Santo, el Consolador divino. Y el ángel está sosteniendo un librito en su mano.  

La Sra. Eddy relaciona el libro de texto directamente con esta profecía. Ella cita al ángel, como aparece en el Apocalipsis: “Vé y toma el librito… Toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel’”. Luego viene la conexión con el libro de texto: “Mortales, obedeced al mensajero celestial. Tomad la Ciencia divina. Leed este libro desde el comienzo hasta el fin. Estudiadlo, meditadlo. Será de veras dulce al saborearlo por vez primera, cuando os sane; pero no murmuréis contra la Verdad, si halláis amarga su digestión” (pág. 559).

Por supuesto, este libro de texto no es el libro que estaba en la mano del ángel al que se refiere Juan. En aquella época no existía la imprenta. Solo había manuscritos laboriosamente hechos. El Apóstol Juan no estaba hablando literalmente de Ciencia y Salud, pero aquí había una profecía, una visión espiritual, el conocimiento de una idea espiritual eterna —la idea de la Ciencia divina que siempre ha existido en la Mente divina— a la espera de ser revelada a la consciencia humana en el momento correcto, y para aparecer en forma de libro. 

Aquí hay una expresión muy clara de la coincidencia de lo humano con lo divino, la unión de la profecía y el cumplimiento. El Antiguo Testamento había revelado la verdad de que Dios es el único Dios. El Nuevo Testamento, a través de Cristo Jesús, había revelado la verdad de que el hombre es el Hijo de Dios. Y ahora el Espíritu Santo, la Ciencia divina —la ley gobernante y suprema de Dios— sería revelada.

El Consolador de la profecía es la Ciencia del Cristo, que fundamenta todas las palabras y obras de Jesús.

Esta es una profecía que está al mismo nivel que cuando los primeros profetas preanunciaron la venida del Mesías —su parentesco, su lugar de nacimiento, su vida y su resultado. No conocían su biología, cómo sería su apariencia, cuán alto sería. Pero sabían que la idea aparecería, que habría una coincidencia de la divinidad con la humanidad, y que tendría identidad, individualidad, visibilidad y sería tangible. Las idas y venidas del mismo quedaron libradas al desenvolvimiento infinito. 

Y ahora en el momento correcto, apareció el Consolador. La Ciencia divina que explica el libro de texto tenía que salir a la superficie a fin de ser entendida y practicada. La Sra. Eddy escribió a dos de sus estudiantes: “Hoy es para mí una maravilla que Dios me haya elegido a mí para esta misión, y que la obra de mi vida fuera el tema de la profecía antigua y ¡yo la escriba de Su infinito camino de Salvación!” (Christian Healer, Amplified Edition, p. 207). Ella veía al Consolador como la continuidad del tema de la antigua profecía, y su misión para registrarla y explicarla como el cumplimiento de esa profecía. 

Ella nunca puede ser separada del libro. Y veo que si uno trata de contemporizar el libro, o fragmentarlo, eso en realidad cambia el libro, cambia la revelación, y de esa manera lo separa de su autora y de su fuente divina. 

Los Científicos Cristianos comprenden que esto no es simplemente “un libro”, entre muchos otros libros. Ella nos dice muy sencilla y abiertamente: “No fui yo misma, sino el poder divino de la Verdad y el Amor, infinitamente superior a mí, el que dictó ‘Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras’. He estado aprendiendo el significado más elevado de este libro desde que lo escribí” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 114).

Cuando “comas” el libro, o saborees por primera vez su maravillosa sustancia, será dulce como la miel al sanarte. Estarás encantado con el toque sanador del Cristo. Pero no te sorprendas ni te quejes cuando encuentres que es difícil asimilarlo. Ella escribe: “Será de veras dulce al saborearlo por vez primera, cuando os sane; pero no murmuréis contra la Verdad, si halláis amarga su digestión” (Ciencia y Salud, pág. 559). 

Como estudiante, estudio este libro continuamente. Pero he descubierto, como otros han hecho, que penetrar profundamente sus conceptos espirituales requiere de mucha paciencia, persistencia, disciplina, obediencia y amor. Y también tiene que haber mucha abnegación y purificación de pensamiento y acción. Así mismo he encontrado que el libro exige de nuestra parte sacrificio personal y crecimiento espiritual, y esto es lo que hace que a menudo nos amargue el vientre. La regeneración y el purgamiento espirituales no son fáciles de lograr, pero trabajan profundamente en el pensamiento, y traen salud física y mental al cuerpo.

Este proceso de limpieza me recuerda uno de los primeros himnos cristianos que dice:

El fuego nos revela
del oro su fulgor,
y la Verdad es la que muestra
al hombre su valor. 
(Bernhard Ingemann, Christian Science Hymnal, Nº 15 @ CSBD)

La Ciencia divina revelada y explicada en este libro es el fuego de la Verdad que quema la cizaña del error; y es el refrescante bálsamo del Amor divino lo que consuela, protege y sana a medida que purifica el carácter humano.

Ciencia y Salud es el preciado libro que cumple la profecía de Jesús de la venida del Consolador, así como la revelación que le hizo Jesús a San Juan delineando la manera en que el Consolador sería presentado al mundo. Pero el libro mismo también contiene una serie de profecías que invitan a la reflexión.

Por ejemplo, en los años 1800 profetizó: “El astrónomo ya no mirará hacia las estrellas, mirará desde ellas hacia el universo;…” (pág. 125). Y por supuesto, desde entonces, hemos estado en la Luna y regresado, y ha habido satélites, aterrizajes en Marte, y hemos enviado sondas al espacio exterior.

En otra instancia, el libro habla de fuerzas en conflicto en el mundo, y luego están las profecías: “De un lado habrá discordia y consternación; del otro lado habrá Ciencia y paz”. Pero también prevé que “…aquellos que disciernan la Ciencia Cristiana refrenarán el crimen. Ayudarán a expulsar el error. Mantendrán la ley y el orden, y gozosamente esperarán la certeza de la perfección final” (págs. 96, 97).

Como todos sabemos, hay una tremenda conmoción en el mundo en este momento, y Jesús en realidad profetizó este estado de las cosas cuando llegaba al término de su ministerio, diciendo en parte: “Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino” (Mateo 24:7). El mundo considera que la conmoción es el resultado de una revuelta política, agitación religiosa, rivalidad étnica y reajuste social y económico. Pero lo que yo veo es la leudante verdad del Amor divino, y la llama purificadora del Espíritu infinito; la quimicalización que produce el Espíritu Santo, al trabajar debajo de la superficie.

Reitero entonces que, así como Jesús cumplió la profecía y también profetizó lo que vendría después de él, de igual manera, Ciencia y Salud cumple la profecía y escudriña en el futuro, revelando algunas cosas que van a venir, registrando la historia antes de que ocurra, como decíamos al comienzo.

El libro mira atrás y dice: “Guiados por una estrella solitaria en medio de la oscuridad, los Magos de antaño predijeron el mesiazgo de la Verdad”. Luego mirando hacia adelante dice: “¿Se le cree al sabio de hoy, cuando contempla la luz que anuncia el amanecer eterno del Cristo y describe su fulgor?” (pág. 95). Más adelante ella escribe: “El profeta de hoy contempla en el horizonte mental las señales de estos tiempos, la reaparición del cristianismo que sana a los enfermos y destruye el error, y ninguna otra señal será dada” (pág. 98). Ha habido literalmente miles de curaciones comprobadas registradas que se han producido mediante la aplicación de esta Ciencia divina.

Jesús dijo que la curación sería la señal que identificaría a los verdaderos seguidores. Según Marcos, él dijo: “Y estas señales seguirán a los que creen:… sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:17, 18).

Estas señales de curación de todo tipo de dificultad que azota a la humanidad —entre otros, física, mental, moral, financiera y socialmente— prueban la autenticidad de la Ciencia, y la autoridad del libro de texto.

Y esto plantea un punto de equilibrio muy importante que une totalmente al libro con su autora y con su fuente.

Por un lado, he encontrado que muchas veces se resta importancia al mensaje y a la misión que Dios le dio a la Sra. Eddy, así como al lugar tan único que ella ocupa; y que estos incluso son humanizados, desconectados de la profecía y de su cumplimiento, considerándolos simplemente como uno de los tantos incidentes históricos. Lo que sucede es que al aceptar este concepto, perdemos el reconocimiento, la autoridad y la realidad del profético cumplimiento de la Descubridora y del descubrimiento de la Ciencia Cristiana.

Por otro lado, también he descubierto que muchas veces su lugar, su mensaje, su misión son canonizados, personalizados, sustituidos por la revelación espiritual individual. Y cuando aceptamos este concepto, también perdemos el reconocimiento, la autoridad y la realidad del profético cumplimiento de la Descubridora y del descubrimiento.

La Sra. Eddy estaba totalmente consciente de la importancia de ese equilibrio y reconocimiento apropiados. Eran necesarios para asegurar la prosperidad y seguridad de su Iglesia, porque la falta de un adecuado reconocimiento, así como un falso concepto de reconocimiento, podía llevar con el tiempo a la consecuente declinación de la Iglesia, incluso a su desaparición. Ella aconsejó muchas veces a la gente con este tipo de instrucción: “Aquel que, impulsado por el amor u odio humanos, o por cualquier otra causa, se apoya en mi personalidad material, yerra en gran manera, detiene su propio progreso y pierde el camino hacia la salud, la felicidad y el cielo” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 308).

He aquí una explicación muy importante de este punto de equilibrio que según he descubierto es esencial para mi comprensión de la Ciencia Cristiana. En el capítulo doce del Apocalipsis, Juan registra esta visión: “Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas” (Apocalipsis 12:1).

En las páginas 560 a 562 del libro de texto, la Sra. Eddy enciende el faro de la inspiración espiritual sobre esta notable visión. Ella expone la explicación muy claramente, indicando que la visión de la mujer es simbólica. Ese símbolo me ha inspirado a lo largo de muchos años, como seguramente ha inspirado a tantas otras personas. Y percibo cada vez más en él todo el tiempo.

En esas páginas ella interpreta el símbolo de la mujer de tres formas.

Veo la primera forma como una ilustración del hombre perfecto de Dios, una revelación maravillosa de la totalidad de Dios que incluye a toda Su creación, Su propio conocimiento de todas las ideas, todos los hijos e hijas de Dios en su integridad. Este primer símbolo, dice ella, también “…ilustra la coincidencia de Dios y el hombre como el Principio divino e idea divina”. Esto indica que el hombre real de la creación de Dios es tan puro como su Hacedor, tan bueno como el Amor divino, y tiene la misma relación inseparable con Dios que indican las enseñanzas de Jesús: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30).

También me he sentido siempre inspirado por la explicación más amplia que ofrece la Sra. Eddy del símbolo como la idea espiritual de la maternidad de Dios. Me ayuda a percibir que la creación del Amor se está desenvolviendo, desarrollando, que es nutrida bajo toda circunstancia, y jamás está hambrienta, jamás es abandonada, jamás es abusada. Me recuerda la percepción que tuvo Moisés de este cuidado materno por el querido pueblo de Dios, al decir, según la Biblia: “Como el águila que excita su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas, el Señor solo le guió, y con él no hubo dios extraño (Deuteronomio 32:11, 12).

Mary Baker Eddy fue la que trajo la Ciencia divina, el Espíritu Santo, el Consolador, a la consciencia humana.

Y he encontrado un consuelo y una promesa muy grandes en la tercera revelación del símbolo como una mujer en trabajo de parto, que da a luz a un niño que sería arrebatado para Dios y regiría todas las naciones.

Y ¿quién es este niño? El niño representa la Ciencia divina, el puro “desarrollo de la Vida, la Verdad y el Amor eternos” (Ciencia y Salud, pág. 588). Su propósito es consolar, corregir, sanar y gobernar todo, tanto en la tierra como en el cielo.

Y ¿quién es el padre de este niño de la mujer del Apocalipsis? Por supuesto, no hubo proceso germinativo en esta visión. Fue el gran “YO SOY EL QUE SOY”; el único y grandioso “Yo”, el Ser infinito que es, siempre fue y siempre será. Fue el TODO y Único que llena todo el espacio. Fue el mismo YO SOY paternal, Dios, la Vida divina, quien originó los cielos y la tierra. Fue el mismo YO SOY paternal, la Verdad divina, que fue evidente en el nacimiento de Jesús y demostró la verdadera naturaleza de todos los hijos e hijas de Dios. Y fue el mismo YO SOY paternal que Juan debe de haber visto en esta visión de la mujer en el Apocalipsis, esta ejemplificación del Amor divino que produjo el Consolador prometido, que tendría autoridad espiritual, mediante la ley divina, sobre todas las naciones para siempre. 

Jesús dijo: “Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:25, 26).

El libro de texto dice: “La personificación de la idea espiritual tuvo una historia breve en la vida terrenal de nuestro Maestro; pero ‘su reino no tendrá fin’, pues el Cristo, la idea de Dios, regirá finalmente todas las naciones y todos los pueblos —imperativa, absoluta, definitivamente— con la Ciencia divina” (pág. 565).

Mary Baker Eddy, la Descubridora, Fundadora y Guía de la Ciencia Cristiana, fue la que trajo la Ciencia divina, el Espíritu Santo, el Consolador, a la consciencia humana.

Percibir que la Descubridora y el descubrimiento son inseparables, tienen autoridad divina y cumplen la visión profética, protegerá a la Descubridora y preservará su descubrimiento, la revelación de la Ciencia divina.

Es así como veo la hebra eterna de “La profecía: Su propósito, desenvolvimiento y cumplimiento”.

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